Hay pocas palabras que resulten más detestables que “mártir”, y nada lo dejó tan claro como el asesinato de Samir Kasir. La semana pasada conmemoramos el noveno aniversario de su muerte. ¿Su condición de mártir nos ha enseñado algo?
Puede que, ingenuamente, algunos, incluido el que suscribe, pensamos alguna vez que la muerte de Samir no quedaría sin castigo. Casi una década después, esa esperanza se ha desvanecido, y la única sensación que permanece es que hasta la más heroica de las muertes, al final, resulta bastante absurda. Tocad los tambores y haced sonar las gaitas, pero nada se logrará con ello; ciertamente, no en el Líbano.
Poco después del asesinato de Samir los cálculos empezaron a cambiar en todas partes. Los aounistas, con los que él había entablado un diálogo constante, abandonaron su recuerdo mientras forjaban alianzas con Hezbolá y con Siria. En 2009, hasta figuras relevantes de la Alianza 14 de Marzo se vieron obligadas a normalizar sus relaciones con Bashar al Asad, aunque fuera a regañadientes, y a darle la bienvenida a Beirut. Walid Jumblat, al contemplar los cambios a su alrededor, decidió llevar a cabo su propia reconciliación con Asad, y sólo dio marcha atrás cuando comenzaron los levantamientos en Siria.
Todo esto resultaba lo corriente en un país en el que la clase política no quiere o no puede comportarse de forma autónoma. En semejantes arenas movedizas, ¿qué posibilidades tenía el destino de Samir Kasir de dejar una huella indeleble en la justicia libanesa, y de cambiar la forma en la que funciona políticamente el país? Ninguna en absoluta.
Kasir comprendía bien la interconexión entre insatisfacción y solidaridad árabes. Sólo seis años después de su muerte ésta quedó demostrada en una serie de levantamientos árabes que se retroalimentaban entre sí. Semejantes dinámicas las habría comprendido bien Samir, dada su tendencia a considerar el mundo árabe como un todo interconectado. Para él, había algo que vinculaba íntimamente el deseo libanés de libertad respecto a Siria con el ansia de libertad del pueblo sirio en su país. Y, en su mente, el anhelo de los palestinos por un Estado no parecía distinto de la búsqueda de autodeterminación política de los iraquíes después de 2003. Kasir no era ningún defensor de la invasión de Irak por la Administración Bush, pero, al mismo tiempo, no se mostraba tan dispuesto como muchos de sus contemporáneos a desestimar la ventaja que suponía para los iraquíes verse al fin libres de un régimen patológico y homicida.
Si Kasir hubiera vivido, ¿qué nos habría dicho de la situación en Siria? Unas 160.000 personas ya han muerto allí, pero el individuo más responsable de semejante carnicería sigue estando en el poder y acaba de organizar su fraudulenta reelección. Seguro que Kasir habría sido uno de los comentaristas más incisivos de esta infamia, y un claro defensor de la oposición, pero también uno de sus críticos más lúcidos.
Samir Kasir se habría mostrado despiadado en su crítica de la patética respuesta occidental en Siria. Pese a que simple advirtió de los peligros de que Occidente interviniera en Oriente Medio, también era consciente de su potencial liberalizador. Por eso me dijo, en una entrevista realizada justo casi un año antes de su asesinato:
Occidente debe aceptar que la importancia estratégica de Oriente medio no debe justificar negar a sus gentes el derecho a la autodeterminación, y eso se refiere, particularmente, a los palestinos.
Uno puede imaginar el desdén que habría sentido hacia los países occidentales, sobre todo hacia Estados Unidos, que en Siria se han comportado con una indiferencia y una incompetencia casi surrealistas. Veinte años después del genocidio de Ruanda, respecto al que las autoridades occidentales lamentaron su falta de actuación en aquellos momentos, nos encontramos ante otro campo de la muerte, cuyos horrores se multiplican a diario, incesantes. ¿Es así como debe ser? ¿Permitir que prosiga una masacre, sólo para lamentarla dentro de dos décadas, cuando la culpa no importe en absoluto?
El último libro de Kasir, Considerations sur le Malheur Arabe [“Reflexiones sobre la desgracia árabe”](en inglés llevó el título, menos evocador, de Being Arab) recibió numerosas alabanzas tras el asesinato del autor. Su tema principal es que los árabes pueden trazar un camino hacia el renacimiento nacional reconsiderando su propia y rica historia; uno que les pueda ayudar a librarse de la “perenne impotencia” que “anulaba la posibilidad de un nuevo despertar”.
En el libro había mucho del optimismo y la exuberancia del autor. Su tragedia fue que el intento de este intelectual singular de lograr entrever entre las miasmas de la región la posibilidad de un futuro más brillante se vio truncado por la realidad del violento presente del mundo árabe. Ese presente aún sigue con nosotros, más ofensivo y cruel que nunca. Y la esperanza de que el absurdo asesinato de Kasir pudiera, de algún modo, cambiar esta situación, ha demostrado ser sólo una ilusión.
Como ocurría con el gato de Cheshire de Alicia en el País de las Maravillas, todo lo que queda de Samir es su sonrisa. Parece una sonrisa humorística y provocativa. La Alianza 14 de Marzo, puede que de forma comprensible, hizo de él un santo de escayola, cuando él nunca tuvo la más remota intención de ser algo así de aburrido. En cambio, él era todo vida, y eso es lo que definía su visión de su país y de Oriente Medio.
Nueve años después, esa sonrisa sigue ahí, pero no estamos seguros de si es una expresión de satisfacción o una mueca de descontento por aquello en lo que se le ha convertido. Todo cuanto podemos decir, cada año que pasa, es que Samir Kasir se vuelve más relevante y su ausencia más opresiva. Sus escritos ponían orden en el caos de una región que devora a sus hijos. Qué desperdicio ha supuesto su muerte.