El censo de Israel informa de que la población judía del país ha alcanzado esta cifra formidable, marcada a fuego en el imaginario hebreo.
Hace siete años, cuando por primera vez en casi dos mil años había más judíos en Eretz Israel que en ningún otro lugar del mundo, el prestigioso analista norteamericano Charles Krauthammer escribió lo que sigue:
El establecimiento de Israel fue una declaración judía al mundo, que permitió que el Holocausto tuviera lugar –después de que Hitler dejase perfectamente claras sus intenciones–, de que los judíos recurrirían en adelante a la autoprotección y a la dependencia de sí mismos. Y así, construyendo un ejército judío, el primero en 2.000 años, han prevalecido en tres grandes guerras de supervivencia (1948-49, 1967 y 1973).
Hitler puso fin a esa ilusión. Demostró que el antisemitismo moderno, desposado con la tecnología moderna –líneas férreas, burocracias disciplinadas, cámaras de gas que matan con eficacia industrial–, podía coger un pueblo disperso y ‘concentrarlo’ para su aniquilación.
Pero, por una cruel ironía histórica, el hacerlo requirió concentración, poner todos los huevos en el mismo cesto: un pequeño territorio, a orillas del Mediterráneo, de 8 millas de ancho en su punto medio. Un objetivo tentador para quienes quisieran rematar el trabajo de Hitler.
Los sucesores del Führer viven hoy en Teherán. El mundo ha prestado enorme atención a la declaración del presidente Mahmud Ahmadineyad de que Israel debe ser destruido. Se ha prestado menos atención a los pronunciamientos de los líderes iraníes acerca de que Israel va a ser «eliminado mediante una tormenta», como ha prometido el propio Ahmadineyad.
El expresidente Alí Ajbar Hashemi Rafsanyaní, el presunto moderado de esta banda de criminales, ha explicado que «el uso de una bomba nuclear en Israel no dejará nada sobre el terreno, por lo que sólo perjudicaría en alguna medida al mundo islámico». La lógica es impecable, y la intención clara: un ataque nuclear destruiría en la práctica al pequeño Israel, mientras que cualquier respuesta lanzada por un Israel moribundo no tendría un efecto importante sobre una civilización islámica con mil millones de personas y que se extiende desde Mauritania hasta Indonesia.
Mientras se lanza a la carrera por adquirir armas nucleares, Irán deja claro que, si le surgen problemas, los judíos serán los primeros en sufrir. «Hemos proclamado que, dondequiera [en Irán] que América perpetre cualquier maldad, el primer lugar al que apuntaremos será Israel», dijo el general Mohamed Ebrahim Dehghani, un importante comandante de la Guardia Revolucionaria. Apenas fue más directo Hitler cuando anunció, siete meses antes de invadir Polonia, que si había otra guerra «el resultado [sería] (…) la liquidación de la raza judía en Europa».
(…)
Cuando, en los próximos años, los mulás iraníes adquieran sus deseados misiles, el número de judíos en Israel acabará de alcanzar los seis millones. ¿Nunca más?