Contextos

Religión, poder y caos en Oriente Medio (y 2)

Por Rafael L. Bardají 

Mapa de Oriente Medio
"Arabia Saudí parece hoy claramente decidida a prepararse para el escenario de un Irán nuclear, pese al Plan de Acción Integral y Conjunto; a poner en marcha una estrategia de retroceso para desbaratar las ambiciones de Irán; a desempeñar un papel más asertivo como líder regional para compensar la falta de determinación y presencia de EEUU, a evitar una solución que mantenga a Asad en el poder en Siria y a promover medidas prácticas para luchar contra los grupos terroristas que puedan desestabilizar el Reino y a sus aliados árabes""Las importantes dificultades a las que se enfrenta un país al abordar un escenario de amenazas tan diversas ha llevado a la conclusión en algunos círculos de que la única manera de que Arabia Saudí logre la cuadratura del círculo pasa por que establezca una relación más estrecha, casi una alianza estratégica, con el único país de la región que podría ser capaz de resolver algunos de los problemas a los que se enfrenta el Golfo: Israel. Pero se trata de una posibilidad muy remota que podría requerir muchos cambios y mucho tiempo"

Sin duda, al comenzar 2016 Arabia Saudí era un país que se sentía amenazado. De hecho, así lo expresaba un exembajador británico en Riad:

Arabia Saudí tiene buenos motivos para sentirse más amenazada que en cualquier otro momento de su historia moderna, al menos desde la subversiva ‘Kulturkampf’ de los años 50 y el Egipto de Naser de los 60. Ese temor proviene de cinco fuentes: la primera, el desafío del yihadismo suní, en su mayor parte salafista; la segunda, el constante desafío ideológico y material de la República Islámica de Irán; la tercera, el derrumbe de gran parte de los sistemas estatales de Oriente Medio tras la Primavera Árabe; la cuarta, una acusada caída de los precios globales de la energía; y la quinta, la sensación de que las alianzas históricas –en especial con Estados Unidos, pero no solo– se están debilitando.

Con toda probabilidad, los puntos de vista en Riad son aún más extremos. Basta escuchar, por ejemplo, a Hasán Hasán, un analista de Abu Dabi, hacer comentarios como: “La idea de la medialuna chií se ha quedado obsoleta. Hoy, es una luna llena y el Golfo está rodeado” (The Economist).

No resultaría extraño que el Reino, que ha estado tradicionalmente bajo el paraguas de seguridad de EEUU, se embarcase en un proceso de demostración de fuerza y a la vez adoptase una nueva doctrina de seguridad de manufactura propia, según la necesidad. Este fue básicamente el mensaje lanzado por el embajador saudí en Reino Unido en un artículo de opinión en The New York Times a finales de 2013. Entre otras cosas, escribió:

Creemos que muchas de las políticas occidentales en Irán y Siria ponen en riesgo la estabilidad y seguridad de Oriente Medio. Esta es una apuesta peligrosa, ante la cual no podemos guardar silencio, y no permaneceremos impasibles. (…)

La política exterior adoptada por algunas capitales occidentales pone en peligro la estabilidad de la región y, en potencia, la seguridad de todo el mundo árabe. Esto significa que el reino de Arabia Saudí no tiene otra opción que reafirmarse en los asuntos internacionales, más determinado que nunca a defender la verdadera estabilidad que tan desesperadamente necesita nuestra región. (…)

Arabia Saudí tiene unas enormes responsabilidades para con la región (…) Seguiremos obrando para cumplir con ellas, con o sin el apoyo de nuestros socios occidentales.

Desde la publicación de esta columna inaudita, Riad parece haber desarrollado una visión estratégica que le permitirá afrontar las amenazas internas y externas sin depender políticamente de EEUU o de cualquier otro apoyo occidental. La culminación de esta nueva política, que se aleja de su tradicional confianza excesiva en EEUU, ha sido la creación de una Alianza Islámica, anunciada el 15 de diciembre de 2015. Treinta y cuatro Estados unirán sus fuerzas en una alianza militar para luchar contra el terrorismo y, como dijo el príncipe y ministro de Defensa Mohamed ben Salman, durante su presentación en rueda de prensa, la nueva coalición se propone coordinar esfuerzos en Irak, Siria, Libia, Egipto y Afganistán. No se trata de un despliegue doméstico: la alianza tiene un claro deseo de aunar a los suníes contra Irán y sus representantes.

La expresión más reciente de la nueva política de Riad es el ejercicio militar Trueno del Norte. Fueron las mayores maniobras militares multinacionales que jamás han tenido lugar en Oriente Medio. Comenzó el 27 de febrero en Hafr al Batín, cerca de la frontera iraquí, y se prolongó hasta el 10 de marzo. Participaron más de 150.000 soldados de veinte países musulmanes suníes, entre ellos los miembros del Consejo de Cooperación del Golfo, Egipto, Marruecos, Pakistán, Bangladesh, Jordania, Sudán y Senegal. El ejercicio tenía por objeto demostrar que Arabia Saudí tiene la capacidad militar, la voluntad política y las alianzas necesarias para defenderse a sí misma y promover sus intereses estratégicos, aunque sea sin el apoyo cercano de EEUU.

Arabia Saudí parece hoy claramente decidida a prepararse para el escenario de un Irán nuclear, pese al Plan de Acción Integral y Conjunto; a poner en marcha una estrategia de retroceso para desbaratar las ambiciones de Irán; a desempeñar un papel más asertivo como líder regional para compensar la falta de determinación y presencia de EEUU, a evitar una solución que mantenga a Asad en el poder en Siria y a promover medidas prácticas para luchar contra los grupos terroristas que puedan desestabilizar el Reino y a sus aliados árabes.

Caos presente y futuro

Hoy en día, Oriente Medio no está en un estado de evolución, sino de caos. La tarea de poner algún tipo de orden, o de crear uno nuevo, es abrumadora. Si Arabia Saudí y los aliados del Golfo serán capaces de hacerlo es, por el momento, una pregunta sin respuesta y también una carrera contrarreloj. Para abordar y gestionar las ambiciones nucleares y no nucleares de Irán y sus satélites chiíes, la desintegración de los Estados nación, la amenaza del terrorismo salafista, la pasividad de EEUU, la nueva presencia de Rusia en la región, la crisis económica y el descontento popular harán falta unas destrezas políticas y estratégicas nunca vistas en la región, sobre todo en un momento en que también el Reino se encuentra inmerso en un proceso de transición aún inconcluso.

En el frente internacional, no está claro cómo responderá Arabia Saudí al fantasma de un Irán nuclear. Ha habido indicios de que Riad hará movimientos ambiguos con algunas dimensiones militares de su propio programa nuclear civil. Algunos analistas han analizado una vía a la nuclearización saudí que no incumpliera sus obligaciones para con el Tratado de No Proliferación Nuclear: permitir a Pakistán desplegar fuerzas nucleares estratégicas en su territorio en el marco de una hipotética represalia contra la India. Esto generaría una suerte de ambigüedad nuclear hacia Irán, reforzando la postura disuasoria de Arabia Saudí. En cualquier caso, por el momento no es más que una posibilidad teórica.  

En cuanto a crear zonas de exclusión para las fuerzas iraníes (que un analista israelí ha denominado Doctrina Monroe Saudí), hay dos frentes que requerirán toda la atención de las autoridades saudíes: el Yemen y Siria. En el Yemen, la intervención ha evitado que los huzis se alzaran con una rápida victoria, pero aún no ha habido una resolución estable. El nivel de destrucción va en aumento, y el caos y la ausencia de una autoridad fuerte han dado alas a grupos terroristas como el Estado Islámico y Al Qaeda en la Península Arábiga.

En Siria, Riad ha dejado claro que salvar a Asad es una línea roja que no traspasará. Es muy dudoso que la Alianza Islámica envíe próximamente tropas terrestres a luchar contra Asad y sus aliados, incluidas las fuerzas iraníes y rusas, pero sí podría redoblar su ayuda militar directa a los grupos de la oposición. Se podrían anular las restricciones de entrega de sistemas de defensa aérea portátiles a los rebeldes, lo que generaría un nuevo escenario para los aviones rusos, como ocurrió en Afganistán en la segunda mitad de la década de 1980.

En el frente nacional, Riad debe afrontar las consecuencias de una política regional más asertiva y la actual confrontación con Irán. Tendrá que reforzar su aparato de seguridad a medida que fortalece el militar. A Arabia Saudí no le falta por ahora el dinero, pero el dinero ha solido ser la herramienta preferida de poder blando para asegurar la complicidad y la legitimidad a nivel nacional e internacional, por lo que una restricción fiscal por la falta de ingresos derivados del petróleo podría complicar más las cosas a la familia real en los próximos años. Asimismo, como sabemos muy bien en Occidente, las intervenciones militares en el extranjero no son baratas. Agotar las reservas saudíes de 600.000 millones podría resultar mucho más fácil de lo que ahora parece.

Las importantes dificultades a las que se enfrenta un país al abordar un escenario de amenazas tan diversas ha llevado a la conclusión en algunos círculos de que la única manera de que Arabia Saudí logre la cuadratura del círculo pasa por que establezca una relación más estrecha, casi una alianza estratégica, con el único país de la región que podría ser capaz de resolver algunos de los problemas a los que se enfrenta el Golfo: Israel. Pero se trata de una posibilidad muy remota que podría requerir muchos cambios y mucho tiempo.

En esta situación de rápido movimiento que estamos presenciando en Oriente Medio, los riesgos de equivocaciones, de fricciones no buscadas, incluso de una indeseada escalada, son muy altos. Además, es probable que crezcan si pasa el tiempo y no se resuelve ninguna de las crisis existentes. Si hay una lección que aprender de las muchas décadas de guerra fría entre Occidente y la Unión Soviética es lo delicado que fue mantener –y a qué coste económico– el equilibrio de fuerzas. Si no se activa un mecanismo que frene la escalada en Oriente Medio, no se podrá ignorar ningún escenario, desde la cooperación a la guerra.

El actual tono victorioso de Teherán exacerbará los temores de los saudíes y creará por tanto más oportunidades para la confrontación que para la paz. A menos que Irán se transforme en un país normal amante de la paz –y aún no hay indicios de ello–, será muy difícil ver surgir una colaboración estable y de largo recorrido entre Irán y Arabia Saudí. La alternativa a un futuro enfrentamiento es el derrumbe del régimen saudí, y eso sería aún peor.    

Religión, poder y caos en Oriente Medio (1).