Contextos

¿Quiénes son los yazidíes?

Por Michael J. Totten 

"Si Estados Unidos no les hubiera lanzado víveres ni hubiera atacado desde el aire al Estado Islámico (EI), la cifra de yazidíes muertos podría haberse multiplicado hasta alcanzar las dimensiones de un genocidio""Uno es libre de encontrar atractiva la religión yazidí, pero no de convertirse a ella. La comunidad ahora está cerrada. Todo lo que quieren es hacer las cosas a su manera y vivir sin que les molesten"

Los terroristas del Estado Islámico (anteriormente conocido como Estado Islámico de Irak y el Levante) han asesinado al menos a 500 miembros de la minoría religiosa iraquí de los yazidíes en la ciudad de Sinjar y en sus alrededores, y han tomado como esclavas a cientos de mujeres. Algunas de las víctimas fueron enterradas vivas. Su único delito: no ser musulmanes.

Decenas de miles huyeron  precipitadamente de Sinjar hacia la remota cima de una montaña, sin comida, agua ni refugio, y muchos de ellos perecieron allí. Si Estados Unidos no les hubiera lanzado víveres ni hubiera atacado desde el aire al Estado Islámico (EI), la cifra de yazidíes muertos podría haberse multiplicado hasta alcanzar las dimensiones de un genocidio.

Pese a ello, las intenciones genocidas del EI ahora están claras. Cristianos, judíos, drusos, alauitas, chiíes y suníes corrientes pueden esperar ese mismo trato si son conquistados.

Si la guerra nos enseña geografía, el genocidio nos hace conocer a minorías étnicas y religiosas que, de otra forma, permanecerían en la oscuridad. Yo nunca había oído hablar de los yazidíes hasta que fui a Irak en 2006 y entrevisté al presidente de la Universidad de Duhok, en la región autónoma kurda. Me indicó que fuera a Lalish, la Meca yazidí, donde los últimos adoradores ancestrales del fuego en toda la región creen que nació el universo.

El lugar es un horno en verano, como cualquier otra parte de Irak, pero llegué hasta allí en invierno, atravesando terrenos nevados y desiertos. Lalish no parecía el centro del universo, ni daba la impresión de serlo. Parecía el fin del mundo. La región está tan poco poblada como el interior de Wyoming, lo que les brinda a los yazidíes cierto grado de protección. Si su Meca estuviera en el centro de Bagdad –o peor aún, en Faluya– estarían corriendo un peligro mucho mayor del que ya afrontan.

Aparecí sin previo aviso, pero Baba Sheikh, el custodio de Lalish y líder de los fieles yazidíes, me lo enseñó todo. En el centro del lugar hay un monumento de piedra de forma cónica que representa el cielo y los siete supuestos niveles de la Tierra. Una llama eterna, que simboliza la fuerza vital del universo, arde en su interior.

“El fuego viene de Dios”, dijo Baba Sheikh. “Sin fuego nadie viviría. Cuando los musulmanes kurdos juran, aún dicen  ‘Juro por este fuego’”. Luego me envió a un antiguo templo, oscuro y espeluznante, con un guía que encendió un fuego en un pebetero rectangular con aceite.

El yazidismo, tal y como se practica hoy día, comenzó en el siglo XII, pero sus raíces son muy anteriores y se remontan al zoroastrismo preislámico y a las religiones ancestrales de Mesopotamia. Como casi todas las religiones, ha absorbido partes de religiones cercanas, e incluye aspectos del islam sufí, del judaísmo, del cristianismo y del gnosticismo.

Y como lo son todas las religiones desde el punto de vista de los ajenos a ellas, es extraña. La lechuga, en particular, está prohibida. Los yazidíes adoran a un angel-pavo real llamado Malek Taus que, hace mucho, se negó a someterse a Dios y, en cambio, se inclinó ante Adán, pero posteriormente se redimió. Los fundamentalistas musulmanes consideran que los yazidíes son adoradores de Satán, pero los musulmanes kurdos son menos proclives a creerlo que los árabes, en buena medida porque la religión yazidí está basada en la religión original de los kurdos antes de que la mayoría de ellos se convirtieran al islam. Los kurdos saben perfectamente que antaño no eran adoradores de Satán.

De hecho, la religión yazidí sigue siendo parte integral de la identidad kurda, incluso todos estos siglos después. Cuando diseñaron su bandera, los kurdos iraquíes omitieron el símbolo de la media luna, tan común en las banderas de países musulmanes, y eligieron la imagen del fuego –un sol ardiente– de la religión yazidí.

“Son gente pacífica”, me dijo uno de mis amigos kurdos, “ pero resistieron frente al islam durante muchos siglos. Hay que admirarlos”.

Como sucede con otras minorías mesoorientales, se les da bien resistirse a conquistadores y opresores. Si no, hace mucho que habrían sido aniquilados. Y ellos mismos no son conquistadores; ni siquiera son proselitistas. Uno es libre de encontrar atractiva la religión yazidí, pero no de convertirse a ella. La comunidad ahora está cerrada. Todo lo que quieren es hacer las cosas a su manera y vivir sin que les molesten.

Son de las personas del mundo con las que resulta más fácil hacer las paces, pero nadie en este mundo puede hacerlas con el EIIL.

Le pregunté a Baba Sheikh si anteponía a los kurdos o a los yazidíes, y me dio una respuesta arquetípica de Oriente Medio:

Cuando se trata de política, somos kurdos. Cuando no hay política, somos yazidíes.

Ahora se trata de política, por decirlo suavemente, en el norte de Irak, tanto en la región autónoma kurda como fuera de ella. Con el Estado Islámico en pie de guerra, los yazidíes están en grave peligro, como lo están la mayoría de los kurdos que se consideran musulmanes. Los kurdos de Irak podrán decir “todos somos yazidíes”, pero lo cierto es que siempre lo han sido.

The Weekly Standard