Si John Kerry y Serguéi Lavrov han cerrado un acuerdo que verdaderamente suponga la eliminación de todo el arsenal químico sirio, el año que viene por estas fechas habrán ganado el Premio Nobel de la Paz y, a diferencia de muchos galardonados previamente, se lo habrán merecido. Pero hay buenas razones para temer que el acuerdo fracase antes de que se entreguen los Nobel de 2014.
De hecho, si el acuerdo se aplica tal y como se ha anunciado, será un logro sin precedentes y prácticamente increíble: los inspectores de Naciones Unidas tendrán que catalogar, incautar y destruir unas 1.000 toneladas de armas químicas mientras a su alrededor se libra una brutal guerra civil. No es muy sorprendente que Kerry, la primera vez que le ofreció a Siria una vía para evitar la intervención militar estadounidense, añadiera que un plan semejante no sería aceptado ni podría serlo. Ahora lo ha sido, al menos por Estados Unidos y Rusia, pero sin ninguna adhesión evidente para que se obligue a Asad a colaborar, y los rusos se niegan firmemente a apoyar una resolución en virtud del capítulo VII por la que se exija a los sirios su cumplimento.
Las señales procedentes de Damasco son confusas, en el mejor de los casos: muy recientemente, Asad dijo que eliminaría sus armas químicas sólo si Estados Unidos dejaba de amenazarle y de apoyar a la oposición. Afortunadamente, el presidente Obama no ha accedido a hacerlo, pero su desacertada decisión de solicitar la autorización del Congreso para un ataque contra Siria –la cual estaba claro que no iba a ser inmediata– ha debilitado sustancialmente la amenaza de una acción militar norteamericana, necesaria para obligar a Asad a cumplir.
El peligro aquí (y lo más probable) es que Asad prolongue el proceso todo lo que pueda, ofreciendo un cumplimiento parcial; por ejemplo, enviando una lista de sus armas químicas, pero no de todas. De hecho, si presentara una lista exhaustiva de armamento y lugares, correría el riesgo de ponerse una soga al cuello, ya que eso equivaldría a admitir que el ataque con armas químicas del pasado agosto en el que murieron unos 1.400 civiles fue obra de fuerzas gubernamentales, algo que Moscú y Damasco siguen negando enérgicamente, en buena parte porque Asad debe de saber que afronta la posibilidad de ser juzgado como criminal de guerra.
Así que lo más probable es que el sirio ofrezca una cooperación limitada, no incondicional, y que mientras esto sucede Estados Unidos y el resto de lo que se supone que es el mundo civilizado esté, a todos los efectos, atrapado en una asociación con este régimen asesino. Por consiguiente, Asad gana legitimidad en la escena mundial y reduce la amenaza de una acción militar contra él.
Si verdaderamente pudiéramos eliminar todo el arsenal químico sirio, sería un trato que valdría la pena, pero, repetimos, las probabilidades de éxito no son muchas.
Es imperativo que, pase lo que pase, no perdamos visión estratégica de conjunto: Asad es un líder fanáticamente antiamericano y antiisraelí, un aliado de Irán y de Hezbolá cuyo derrocamiento es un interés estratégico para Norteamérica. Independientemente de lo que ocurra con sus armas químicas, no podemos perder de vista la necesidad de apoyar a los elementos moderados de la oposición siria que tratan de derribarlo.