Bueno, pues Estados Unidos e Irán han llegado a un acuerdo. Estudiaré los detalles del mismo durante los próximos días y semanas, pero en mi última pieza para World Affairs sostengo que hay multitud de razones para dudar de que funcione, independientemente de su contenido.
Lamento ser negativo al respecto. De verdad que lo siento. Los norteamericanos y los persas no son enemigos naturales. Algún día, cuando Irán tenga un nuevo Gobierno, nuestras dos naciones se reconciliarán de verdad. Pero ese día aún no ha llegado. Los actuales gobernantes de Irán siguen siendo tan implacablemente hostiles como siempre.
No es que sea el único escéptico, ni mucho menos. La Universidad Monmouth realizó una encuesta sobre 1.001 norteamericanos de todo el país y descubrió que sólo el 5% confía “mucho” en que Irán se ciña al acuerdo. El 58% no confía en Irán en absoluto. Los demócratas están divididos al respecto: el 45% sólo confía “un poco” y otro 45% no confía “en absoluto”.
Sólo un tercio de los estadounidenses confía siquiera un poco en los gobernantes iraníes, pero aún así es un porcentaje lo suficientemente elevado como para que pueda afirmar que estamos divididos ante esta cuestión.
Los israelíes, sin embargo, no están divididos. Ni lo están, si a eso vamos, los árabes suníes, que se muestran tan escépticos y alarmados como los israelíes.
Michael Oren, exembajador de Israel en Estados Unidos, expone la postura israelí en la revista Time:
En 1994 los negociadores norteamericanos prometieron un «buen acuerdo» con Corea del Norte. Se suponía que sus plantas nucleares se paralizarían y serían desmanteladas. Habría inspectores internacionales que controlarían «cuidadosamente’ el cumplimiento del acuerdo por parte de Corea del Norte y asegurarían el regreso del país a la ‘comunidad de naciones’. Se nos decía que el mundo sería un lugar más seguro.
No lo fue. Corea del Norte jamás renunció a sus centrales nucleares y las inspecciones demostraron ser inútiles. La comunidad internacional está amenazada por las bombas atómicas norcoreanas y el mundo es cualquier cosa menos seguro. Y, sin embargo, contra toda lógica, se ha firmado un acuerdo muy similar con Irán.
E Irán no es Corea del Norte; es bastante peor. Los dictadores de Pyongyang nunca orquestaron atentados en cinco continentes y treinta ciudades, incluida Washington DC. Los ayatolás de Teherán sí. Corea del Norte no está socavando deliberadamente Gobiernos pro-occidentales de la región ni infiltrando agentes en Sudamérica. Irán sí. Y Corea del Norte, a diferencia de Irán, no mató a cientos de soldados estadounidenses en Irak.
Así pues, ¿por qué sólo los israelíes se muestran unidos en contra de este acuerdo? La respuesta es que llevamos las de perder, a menos a corto plazo. Sabemos que el acuerdo le permite a Irán alcanzar capacidad crítica y crear bombas nucleares en sólo tres meses, demasiado rápidamente para que el mundo pueda reaccionar. Sabemos que los ayatolás, que han construido en secreto instalaciones nucleares fortificadas que no tienen fines pacíficos y que han violado todos sus compromisos internacionales, romperán este acuerdo muy poco a poco, demasiado progresivamente como para precipitar una enérgica repuesta global. Y sabemos que las sanciones, una vez levantadas, no podrán volver a imponerse rápidamente, y los cientos de miles de millones de dólares que Irán pronto recibirá no serán invertidos en mejorar carreteras y escuelas. Ese tesoro financiará el derramamiento de sangre.
Los escépticos podemos equivocarnos. Nadie tiene razón sobre todo, y Oriente Medio siempre resulta sorprendente. Irán podría llegar a aparcar su programa nuclear si sus gobernantes creyeran que podían lograr sus objetivos por otros medios.
Pero no hay motivos para confiar en que los iraníes no usen el salvavidas económico procedente del levantamiento de las sanciones para financiar a peones terroristas en todo Oriente Medio. El acuerdo no les exige que dejen de apoyarlos, así que, ¿por qué habrían de hacerlo?
© Versión original (en inglés): World Affairs
© Versión en español: Revista El Medio