Contextos

Las elecciones que sentenciaron el proceso de paz

Por Jonathan S. Tobin 

"Los israelíes entienden que los palestinos se han manifestado en contra de la paz, con independencia de lo que Netanyahu, Gantz o cualquier otro potencial primer ministro hagan o dejen de hacer. Ha llegado la hora de que por fin los norteamericanos que se las dan de expertos en Oriente Medio se reconcilien con esta realidad, en vez de seguir aventando fantasías sobre la paz que los palestinos de hecho han rechazado"

Israel celebra hoy sus segundas elecciones legislativas en lo que va de año, y ciertamente no ha escaseado la retórica apocalíptica sobre las potenciales consecuencias de una reelección del primer ministro Netanyahu. Ya sea en las páginas editoriales del New York Times o en los artículos de opinión del Forward, hemos vuelto a leer que un nuevo Gobierno comandado por el Likud representaría la decadencia y caída de la democracia israelí, el fin de la relación Israel-Diáspora, un torpedo al apoyo norteamericano al Estado judío y la causa del colapso definitivo de cualquier esperanza para la paz con los palestinos. Quien mejor ha articulado este último punto ha sido el jefe de Opinión del Washington Post, Jackson Diehl, quien, como tantos otros gurús liberales, cree que la promesa de Netanyahu de aplicar la ley israelí sobre los asentamientos israelíes de la Margen Occidental y retener definitivamente el Valle del Jordán garantiza que la paz con los palestinos jamás será posible.

Dejemos de lado la posibilidad de que las declaraciones de Netanyahu sean mera retórica electoralista que no se materializará. La ley israelí ya rige en los asentamientos, y la anexión aun del territorio del Área C donde se asientan las comunidades judías es aún improbable. En cuanto al Valle del Jordán, el principal rival de Netanyahu, Benny Gantz, del Partido Azul y Blanco, ha dicho que su posición no difiere de la del primer ministro. Lo que la mayoría de los norteamericanos –judíos o no– siguen sin entender es que hay un amplio consenso en Israel en lo relacionado con el proceso de paz y la seguridad. Y ese consenso dice que los palestinos no tienen un auténtico interés en la paz y que, en ausencia de un socio para la paz, la clase de concesiones territoriales que los amigos progresistas de Israel exigen incluso más demenciales que imprudentes.

De ahí que todo lo que se dice de que estas elecciones decidirán el futuro del proceso de paz no es sólo incorrecto, sino que ignora que la cuestión ya se sustanció en unos comicios celebrados hace 14 años y en otros que no se celebraron cuatro años más tarde.

Me refiero a las elecciones que tuvieron lugar el 9 de enero de 2005, en las que Mahmud Abás fue elegido presidente de la Autoridad Palestina, en sucesión del difunto Yaser Arafat. Abás, líder del partido Fatah de Arafat y presidente de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), ganó con el 62% de los votos, cifra no demasiado impresionante si se tiene en cuenta que sus rivales de Hamás renunciaron a presentarse –al entender, no sin razones, que estaban amañadas– y que, según investigadores palestinos independientes, el 94% de la cobertura electoral en los medios palestinos se dedicó a ensalzar a Abás.

Esas elecciones fueron en gran medida fruto de la presión americana tanto a los palestinos como al Gobierno israelí, encabezado entonces por Ariel Sharón. George W. Bush y su equipo de política exterior llegaron a la convicción de que el establecimiento de una democracia palestina era una condición necesaria para la paz. Como el igualmente desacertado intento de la Administración Bush de convertir el Irak liberado de la férula de Sadam Husein en una democracia, la idea de que la cultura política palestina era capaz de generar y preservar libertad política –para qué hablar de la paz– se reveló una fantasía.

Acertadamente, Bush rechazó a Arafat –insensatamente abrazado como un pacificador por parte del presidente Clinton y los Gobiernos laboristas israelíes– como un terrorista recalcitrante. Pero aunque, a diferencia de Arafat, que siempre iba vestido de guerrillero, vistiera trajes, Abás no estaba más interesado o capacitado que su predecesor para poner fin al conflicto con israel.

Aunque su acceso a la presidencia de la AP fue saludado como un paso hacia la paz, Abás no hizo más que reforzar el corrupto régimen de Fatah. Si bien Hamás lo ha tachado de debilucho, Abás no tiene la menor intención de firmar la paz. El referido grupo terrorista islamista, por cierto, ganó las legislativas palestinas de 2006 y organizó un sangriento golpe en 2007 que le permitió hacerse con el control de Gaza.

Así las cosas, a nadie sorprendió que, cuando llegó el momento de unas nuevas elecciones palestinas, Abás decidiera simplemente permanecer en el cargo y no convocarlas. Como ha sucedido tantas veces en el Tercer Mundo poscolonial, en Palestina la democracia ha sido cosa de un hombre, un voto, una sola vez. No ha vuelto a haber una elección presidencial ni en la Margen Occidental ni en la Gaza controlada por Hamás. Abás se encuentra en su decimoquinto año de su mandato de sólo cuatro.

Si los palestinos hubieran elegido a alguien capaz de hacer la paz, podrían haberse aferrado a la oferta de Ehud Olmert (2008) de un Estado palestino independiente en Gaza y casi toda la Margen Occidental, así como en una Jerusalén compartida. Pero Abás dijo no, como hizo Arafat en 2000 y 2001. Siguió diciendo “no” cuando la Administración Obama resucitó las negociaciones y Netanyahu expresó su voluntad de hablar sobre el futuro de la MArgen. Y sigue diciendo “no” hasta el día de hoy, al negarse a reconocer la legitimidad de un Estado judío con independencia de dónde se tracen sus fronteras. Lo cual quiere decir que no quiere asumir que la centenaria guerra palestina contra el sionismo ha fracasado y darla por terminada.

Fueron las elecciones palestinas de 2005 y 2006, así como las que no tuvieron lugar en 2009, las que dejaron claro que la paz con Israel es imposible hasta que un cambio radical en la cultura política palestina segregue un liderazgo que se tome en serio la paz. Cuando ese liderazgo emerja, sin duda encontrará socios en Israel.

Pero es un mero deseo para el futuro. Ahora, los israelíes entienden que los palestinos se han manifestado en contra de la paz, con independencia de lo que Netanyahu, Gantz o cualquier otro potencial primer ministro hagan o dejen de hacer. Ha llegado la hora de que por fin los norteamericanos que se las dan de expertos en Oriente Medio se reconcilien con esta realidad, en vez de seguir aventando fantasías sobre la paz que los palestinos de hecho han rechazado.

© Versión original (en inglés): JNS
© Versión en español: Revista El Medio