En una acción que en Washington sorprendió a muchos el movimiento Fatah (al que pertenece Mahmud Abás, presidente de la Autoridad Palestina) y su rival islamista, Hamás, anunciaron el pasado miércoles que habían alcanzado un acuerdo de reconciliación con el que cerraban una brecha abierta entre ellos desde hacía siete años. Los comentaristas norteamericanos analizaron mayoritariamente esta noticia desde el punto de vista de su impacto sobre las conversaciones de paz patrocinadas por Estados Unidos, las cuales iban ya de capa caída. No fue ninguna sorpresa que la iniciativa de Abás provocara furibundas reacciones por parte de representantes norteamericanos e israelíes.
¿En qué podía estar pensando Abás? Según algunos analistas, la motivación del líder palestino era presionar a Estados Unidos e Israel para obtener concesiones en las negociaciones. Sin embargo, israelíes y estadounidenses no eran, ni mucho menos, lo primero en lo que pensaba Abás, que, en cambio, apuntaba a algo mucho más cerca de casa, en el seno de Fatah. Concretamente, el presidente de la AP está preocupado por alejar la amenaza que supone el ex-jefe de seguridad en Gaza, Mohamed Dahlán. Pero, dado que el escenario palestino depende de unas políticas árabes más amplias, la maniobra de Abás también debe considerarse con el telón de fondo de las dinámicas árabes y de los intentos árabes de ejercer poder en la escena palestina. El principal jugador en este contexto es Egipto, aliado con el otro patrón de Dahlán, Emiratos Árabes Unidos; Qatar es el principal jugador del otro bando. El Cairo, que ha estado asfixiando a Hamás, tampoco parece tener buen concepto de Abás y busca una alternativa al presidente palestino, de 79 años de edad.
En este contexto, los actores palestinos y sus respectivos patrocinadores árabes han estado maniobrando desde hace meses, lo que ha llevado a la presente convergencia entre Abás y Hamás. Por su parte, Egipto y Emiratos quieren reintroducir a Dahlán en Gaza y en Fatah, y le están ayudando a aumentar su capacidad para recuperar influencia.
Esto ha puesto a Hamás en una encrucijada. Por una parte, el movimiento desprecia a Dahlán, a quien expulsó ignominiosamente de Gaza en 2007. También reconoce que si se restablece al rival de Abás en la Franja, con apoyo egipcio y emiratí, seguramente será a costa del propio Movimiento Islamista de Liberación. Por otra parte, éste es vulnerable y se encuentra en una apurada situación económica. Además, su prioridad es reducir la presión egipcia y alcanzar algún acuerdo que reduzca la tensión con El Cairo. Se dice que Qatar instó a Jaled Meshal, que está establecido en Doha, a considerar un acuerdo con Dahlán, para así abrir la puerta a ayuda económica del Golfo y a una mejora en las relaciones con Egipto. Y, lo que no es menos importante, los cataríes y Hamás son conscientes de que una acción semejante aumentaría la presión sobre Abás y las tensiones en el seno de Fatah, cosa de la que ellos se podrían aprovechar.
Desde diciembre del año pasado, Hamás dio algunos pasos de aproximación a Dahlán al permitir que volvieran a Gaza algunos de sus socios más próximos y que entraran en funcionamiento algunas asociaciones sin ánimo de lucro dirigidas por su esposa. Pero el movimiento no iba a dejarle las manos libres a Dahlán y a Abu Dabi. Y, lo que es más importante, esta modesta apertura surtió el efecto deseado en Abás, que en febrero envió una delegación a Gaza para tratar de cortar de raíz las tentativas de su rival. En esa época dieron comienzo las iniciativas que darían lugar al acuerdo de reconciliación, cuando Hamás -y, sobre todo, su dirección en Gaza- declaró que una asociación con Dahlán ni se planteaba y que, en vez de eso, se quedaban con Abás. Además aclaró que si los emiratíes querían inyectar dinero en Gaza, no podrían hacerlo a través de intermediarios (es decir, de la gente de Dahlán). En cambio, tendrían que hacerlo bajo la supervisión de un comité conjunto de las facciones y del Consejo Legislativo.
Análogamente, Abás obstaculizó la transferencia de dinero y salarios a los partidarios de Dahlán en Gaza. Pese a que la Autoridad Palestina anda corta de efectivo, su presidente se vio obligado a gastar, según parece, un millón de dólares en patrocinar una boda colectiva en Gaza; se había enterado de que estaba siendo financiada por Dahlán.
La decisión de Abás de enfrentarse a Dahlán ha arruinado sus relaciones con Emiratos Árabes Unidos y ha provocado tensiones con el Egipto de Sisi. Durante una reciente visita a El Cairo, el presidente de la AP recibió una reprimenda del hombre fuerte egipcio, quien, al parecer, le dijo que dejara a un lado la reconciliación con Hamás y que se centrara en reconciliarse con Dahlán y en volver a admitirlo en Fatah, lo que Abás rehusó, provocando la ira de Sisi.
Consciente de que era una lucha decisiva, Abás fue tras su rival en otro frente: los campamentos de refugiados del Líbano. La organización benéfica de la esposa de Dahlán también estaba gastando dinero allí, y los partidarios de éste constituyen una importante facción en campamentos como el de Ain al Heweh. Pero el Líbano es territorio de Hezbolá, y el partido chií no siente el menor afecto por Dahlán, a quien consideran un instrumento de los israelíes y de sus adversarios del Golfo. En lo que era un mensaje dirigido al depuesto miembro de Fatah, un grupo palestino pro-Hezbolá asesinó al comandante de una facción que había escoltado a la esposa de Dahlán cuando visitó el campamento de Mieh Mieh para llevar ayuda a través de su organización. El diario Al Ajbar, favorable al Partido de Dios, resumió claramente el mensaje: “Los partidarios de Dahlán no son admitidos en los campamentos”.
Hezbolá y las facciones palestinas de los campamentos han alcanzado recientemente un acuerdo, al parecer auspiciado por Qatar, según el cual no permitirán que los campos de refugiados supongan una amenaza para la seguridad del grupo chií. Por mucho que parezca que Doha ha desempeñado un papel en el entendimiento entre Abás y Hamás, podría extender aún más ese papel en el Líbano al asegurar un acuerdo entre Abás, Hamás y Hezbolá para frenar a Dahlán. Sería muy posible entonces que el presidente de la AP se volviera hacia Qatar para compensar sus turbulentas relaciones con los partidarios de su rival. Desde luego, Abás está, al parecer, emprendiendo un tour árabe en busca de apoyos para su acuerdo con Hamás… y ha empezado por Qatar.
Todo esto no significa que Abás vaya a reestablecerse pronto en Gaza o que vaya a permitir que Hamás refuerce su posición en la Margen Occidental. De hecho, es evidente, dado que el acuerdo de reconciliación ha dejado al margen la decisiva cuestión del control de los servicios de seguridad, que nada de eso está en el punto de mira de ninguna de las partes. La convergencia entre Abás y Hamás, por temporal y limitada que sea, tiene un alcance mucho más concreto: para Abás, impedir el intento de El Cairo y Abu Dabi de colocar a Dahlán a sus expensas; para Hamás, lograr cierto margen de maniobra con Egipto.
Hubo comentarios tras el anuncio de la reconciliación en los que se especulaba sobre si el Gobierno israelí o el secretario de Estado estadounidense, John Kerry, eran responsables de hundir las conversaciones de paz. El presidente Obama incluso riñó a dirigentes de ambas partes por carecer de voluntad para tomar las difíciles decisiones necesarias para lograr la paz. Hay una pronunciada tendencia al solipsismo por parte de los analistas y diplomáticos estadounidenses, que analizan cualquier acción de los actores regionales a través de la óptica de sus propias prioridades. Lo que demuestra la convergencia táctica de Abás y Hamás (y el contexto de la política de poder árabe en el que se ha producido) es que los actores regionales están ocupados con asuntos de importancia más fundamental para ellos. El motivo por el que han fracasado las conversaciones es que la política árabe, y no el proceso de paz, es la prioridad.