Contextos

La paz entre Israel y Palestina y los camellos con alas

Por Clifford D. May 

"cualquier concesión que pudiera hacer Abás podría considerarse una traición por parte de Hamás, de Hezbolá, de los dirigentes iraníes y de otros islamistas de la región. ¿Podría esto explicar, al menos en parte, por qué se ha negado a negociar con los israelíes durante más de cuatro años? ¿Acaso tiene sentido para él sentarse a negociar si 1) sabe que no puede llegar a un acuerdo y 2) se estaría pintando una diana en la espalda si hiciera cualquier intento serio?"

Las Fuerzas Armadas israelíes son poco corrientes en muchos aspectos, pero empecemos por éste: un parche en la manga del capitán Omri Levy que hace referencia a un chiste de Mel Brooks y que dice: It’s good to B200 King”.

El B200 King es un avión Beechcraft que los israelíes emplean para labores de reconocimiento. “Es bueno ser el rey” es una frase cómica que Mel Brooks decía en su película de 1981 Historia del mundo, primera parte. La frase pasó a formar parte de la cultura popular americana, y en ella ha permanecido desde entonces. Por ejemplo, Jeffrey Goldberg la ha empleado como título para el perfil del rey Abdalá II de Jordania que acaba de publicar en The Atlantic.

El capitán Levy, sin embargo, nació en 1986 y no está familiarizado con la comedia de Mel Brooks. Así que le pregunto por otro parche de su uniforme, uno que muestra a un camello con alas. Esta historia sí que se la sabe bien: en 1947 los egipcios, los sirios y el resto de árabes que planeaban ir a la guerra para evitar la partición de Palestina en dos países, uno judía y otro árabe (la solución original de los dos Estados), se mofaron de la posibilidad de una aviación judía diciendo que eso sucedería “cuando los camellos aprendieran a volar”. Al año siguiente, el primer escuadrón de la Fuerza Aérea israelí adoptó el camello alado como símbolo.

Me encuentro en una base militar del norte de Tel Aviv, entre un grupo de periodistas norteamericanos a los que se les está informando del uso del poder aéreo por parte de Israel.

Los israelíes emplean tanto drones como naves tripuladas para lograr visint (inteligencia visual). Pero su misión no es sólo identificar objetivos; además hacen cuanto pueden para evitar los daños colaterales. “Nos aseguramos de que no hay civiles cerca de los objetivos”, nos explica el encargado de la sesión informativa. “Queremos acabar con la capacidad de Hamás para lanzarnos cohetes, pero no tratamos de matar gente”.

Nos muestran una filmación, tomada desde un B200 King, de dos figuras borrosas que, al parecer, se disponen a lanzar un cohete desde Gaza a Israel. En cuanto las figuras se alejan, el cohete es destruido desde el aire. Pregunto si a quienes se veía en la filmación fueron señalados como objetivos más tarde. No, dice nuestro informador; se les permitió huir porque existía la posibilidad, por muy remota que fuera, de que no fueran terroristas, sino que se hubieran encontrado con el cohete y lo estuvieran examinando por curiosidad.

Señala que los israelíes poseen ahora armas tan precisas que pueden hacer blanco en una habitación de un edificio sin dañar a quienes se encuentren en las adyacentes. Durante el conflicto del año pasado en Gaza, llamaban por teléfono a la gente para que abandonara los edificios que contenían municiones, depósitos de armas o centros de mando. A veces incluso llamaban a la puerta: lanzaban bombas muy pequeñas, relativamente inofensivas, a los tejados de los edificios para animar a sus ocupantes a abandonarlos.

Destaco lo inusual de estas prácticas. A lo largo de la historia, los estrategas militares han tratado de desmoralizar al enemigo, de derrotarlo de forma definitiva, o al menos de hacerle llegar a la conclusión de que el coste de continuar el conflicto sería inaceptablemente alto. Pregunto si, en cambio, los israelíes podrían estar enseñando a los gazatíes que una guerra larga, cuya meta sea la aniquilación de Israel, es tolerable. Mi interlocutor responde que no está seguro, pero que sabe que los israelíes creen que es importante distinguir entre Hamás y la población de Gaza.

¿Es válida esa distinción? Los gazatíes votaron por Hamás en 2006, pero desde entonces no ha habido elecciones. Una encuesta del pasado mes de marzo muestra que el apoyo a Hamás en Gaza se ha reducido a un 20%, aproximadamente; y tras las luchas del año pasado una clara mayoría de habitantes de la Franja, el 60%, cree que hacerle la guerra a Israel les hace más mal que bien.

Con este telón de fondo, el secretario de Estado, John Kerry, está intentando reiniciar las negociaciones entre israelíes y palestinos. Entre los obstáculos que afronta se encuentran los siguientes: Hamás no tiene intención de ceder el poder en Gaza, y el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abás, no habla en nombre de Hamás ni de los gazatíes. En 2005, Abás fue elegido por un periodo de cuatro años; tampoco él ha vuelto a enfrentarse a los votantes. Su popularidad en la Margen Occidental está lejos de ser sólida. Un analista israelí (que se identificó además como palestino y musulmán) sugiere lo que esto significa: “Abás no tiene autoridad para hacer la paz con Israel”.

Más aún, cualquier concesión que pudiera hacer Abás podría considerarse una traición por parte de Hamás, de Hezbolá, de los dirigentes iraníes y de otros islamistas de la región. ¿Podría esto explicar, al menos en parte, por qué se ha negado a negociar con los israelíes durante más de cuatro años? ¿Acaso tiene sentido para él sentarse a negociar si 1) sabe que no puede llegar a un acuerdo y 2) se estaría pintando una diana en la espalda si hiciera cualquier intento serio?

Nunca deja de sorprenderme la cantidad de expertos que se niegan a lidiar con estos asuntos y proponen las soluciones más banales y simplistas. Así, Dov Waxman, profesor asociado del Centro para Graduados de la Universidad de la Ciudad de Nueva York, argumenta que la clave para la paz es “presionar a Israel”. “No es probable –se lamenta– que los judíos norteamericanos ejerzan sobre Israel la misma clase de presión que los americano-irlandeses ejercieron sobre el Sinn Fein-IRA, la cual [llevó a éstos] a renunciar a la violencia y a dejar las armas”.

¿Realmente cree este profesor que los israelíes, que se enfrentan al terrorismo cada día y que, como se ha señalado anteriormente, hacen lo imposible por evitar dañar a la población civil palestina, son comparables a una organización terrorista? ¿Está sugiriendo en serio que los israelíes “dejen las armas”? ¿No es capaz de imaginar las consecuencias que se producirían si se siguiera semejante consejo?

El columnista del New York Times Roger Cohen también promueve la dudosa idea de que, al igual que los americano-irlandeses desempeñaron “un papel significativo en la paz de Irlanda del Norte”, los judíos norteamericanos tengan “una influencia similar en Israel y Palestina”. Pero Cohen al menos reconoce que muchos palestinos “aún sueñan con todo el territorio, con la destrucción de Israel”, y que “nada haría avanzar la causa de un Estado palestino con tanta rapidez como la renuncia irrevocable a la violencia por parte de todas las facciones y la reconciliación entre ellas, sobre la base de un acuerdo territorial con Israel”.

Veo a los líderes palestinos dando esos pasos cuando los camellos aprendan a volar. Pero, como  los israelíes han demostrado una y otra vez, todo puede suceder.

Foundation for Defense of Democracies