Contextos

La importancia de la religión en Israel

Por Eli Cohen 

Muro de los Lamentos en Jerusalén
"Ben Gurión, socialista laico, adelantó un día la declaración de la independencia sólo por razones religiosas""Se les cedió el poder en los asuntos religiosos y se aceptó que no existiera el matrimonio civil en el país, que no funcionase el transporte público en 'Shabbat', que todas las instituciones públicas sirvieran comida 'kosher' y, la más complicada y polémica de todas, que fueran ellos los que decidieran quién era judío y quién no"

Un tema perenne en el debate público israelí es el papel que debe desempeñar la religión. Desde antes incluso del nacimiento del Estado de Israel, las trifulcas ideológicas sobre este asunto entre los distintos movimientos sionistas han sido impresionantes.

El Gobierno de Israel quiere dar un vuelco al famoso statu quo que establece los privilegios de los ultraortodoxos, lo que promete una legislatura movida y el riesgo de grandes cismas sociales. Y es que la religión es muy importante para Israel, ha estado presente en momentos clave de su existencia. De hecho, Ben Gurión adelantó la declaración de la independencia un día sólo por razones religiosas. Según el mandato de la ONU, el plan de partición se haría efectivo el 15 de mayo de 1948, pero caía en Shabbat, el día de descanso del judaísmo, en el que no se puede trabajar ni crear nada, ni siquiera un país, mucho menos el país de los judíos. El líder sionista, socialista y laico quería el apoyo de los religiosos, y además rendía así homenaje a la que fue la patria del pueblo durante el exilio milenario.

En aquel momento, es cierto, sólo había un puñado de familias ultraortodoxas, Ben Gurión y los suyos jamás pensaron que llegarían a ser un 20% de la población… y subiendo. Y no sólo se adelantó la declaración de independencia, haciendo caso omiso del plazo que dio la ONU, sino que se concedió una serie de privilegios y competencias exclusivas a los haredim. Entre los privilegios, el más problemático ha sido el que refleja la Ley Tal, en proceso de reforma: eximir del servicio militar a los jóvenes ultraortodoxos que acrediten estudiar en una yeshivá. Por lo demás, se les cedió el poder en los asuntos religiosos y se aceptó que no existiera el matrimonio civil en el país, que no funcionase el transporte público en Shabbat –sólo funciona en Haifa–, que todas las instituciones públicas sirvieran comida estrictamente kosher y, la más complicada y polémica de todas, que fueran ellos los que decidieran quién era judío y quién no.

Pero ¿por qué algo que se habría solventado rápidamente en un país democrático sigue provocando quebraderos de cabeza a los sucesivos Gobiernos israelíes? La razón se remonta dos milenios atrás.

Todo empieza en el año 70 d. C., tanto en las retinas de Flavio Josefo como en el ataúd del líder de los fariseos, el rabino Yojanán ben Zakai. El famoso historiador judío acompañó a las tropas de Tito a destruir Jerusalén e hizo de mediador entre las partes. Mientras en los ojos de Josefo se reflejaban las llamas que consumían a su amada Jerusalén, Ben Zakai salía de la ciudad simulando estar muerto en un ataúd llevado por sus más fieles alumnos. Su propósito era claro: comenzar a trabajar por la supervivencia de la nación. Ante el desmoronamiento del reino de Judea y la desaparición de sus ejes de poder, es decir, el Templo, la monarquía y los sacerdotes, era necesario reorganizarse. Consiguió un permiso de los romanos para establecerse en la ciudad de Yavne, apenas a 65 kilómetros de Jerusalén, y sentar las bases de la vida en el exilio.

En Yavne se establecen los cambios que definirán el judaísmo hasta nuestros días. En primer lugar, al estar el Templo destruido y profanado, los sacrificios se sustituyen por los tres rezos diarios y por la caridad. “Prefiero la caridad a los sacrificios como forma de expiación”, sentenció Ben Zakai. En segundo lugar, el liderazgo de la nación ya no es heredado y no se transmite por linaje, ahora se adquiere por el estudio y la erudición. Un cambio trascendental y una revolución centrada en el objetivo eterno: no desaparecer.

Posteriormente, después del intento de Bar Kojbá (132-135 d. C.) por recuperar la soberanía judía sobre Palestina, los grandes sabios se trasladan a Babilonia, donde a partir del siglo II se redacta la obra nacional más importante: el Talmud.

El Talmud, su estudio y su deificación se convierten en la tierra que los judíos no tienen, en el refugio nacional. En las postrimerías de la creación del Israel moderno, el mismo Ben Gurión declararía:

Cuidamos al Libro y el Libro nos cuidó a nosotros.

El Talmud se compone de dos partes:

1) La Mishná –“resumen” en hebreo–, escrita por el rabino Yehuda Hanasí (el Príncipe) contra la opinión de sus coetáneos, sintetiza la tradición oral de la Ley y las decisiones adoptadas por la Gran Asamblea y por el Sanedrín en el antiguo reino. Según la tradición rabínica, esta Ley Oral fue entregada por el mismo Dios a Moisés en el monte Sinaí junto a la Ley Escrita, el Tanaj –los primeros cinco libros del Antiguo Testamento–.

2) La Guemará, donde reside la esencia del Talmud, que son los debates, discusiones, razonamientos y deducciones hechas por los sabios sobre la Mishná durante dos siglos, hasta aproximadamente el año 400.

Posteriormente, los grandes talmudistas colman de comentarios y teorías sobre la ley, la jurisprudencia, la ciencia e incluso con notas de humor los 65 tratados talmúdicos. Los comentarios del más célebre de todos ellos, el francés Rashí,  ya aparecen en la primera impresión del Talmud, en 1523, llevada a cabo en Venecia por Daniel Bomberg.

La religión es la patria judía durante dos mil años. La patria de un pueblo nómada y perseguido. Y el Talmud es la expresión más alta del valor patriótico y nacional de la religión en ese pueblo. El Talmud y su exégesis son una guía para todos los aspectos de la vida judía en el exilio. Por ello, no es una cuestión de creencias personales solamente. Para Israel es una cuestión de respeto y existencia. Israel no puede ser un Estado judío si no le presta atención y comodidad a la religión, que es fuente de su moral, su tradición y su cultura, y sobre todo la herramienta que tuvieron los judíos para sobrevivir en la Diáspora. La religión, al haber sido sustituta de la tierra, ha adquirido un papel fundamental en la supervivencia de la nación judía.

Ciertamente, excepto contados casos, de sobra conocidos y comentados, la religión judía ha sido compatible con y aplicable a un Estado democrático. Pese a que las peculiaridades del statu quo forman ya parte de la idiosincrasia israelí, ciertas situaciones, como las reflejadas en la Ley Tal o la imposibilidad de que los tribunales civiles celebren matrimonios, son, amén de injustas, anacrónicas y pertenecientes a otro tiempo y a otras circunstancias. Por ello, es urgente una regeneración de las relaciones entre Religión y Estado para la supervivencia del Israel que hoy conocemos.

Al igual que líderes como Ben Zakai, que supieron que era necesario renovarse para no morir, el Gobierno de Israel debe plasmar esta idea en los sectores religiosos e invitarles a formar parte de la maquinaria social o, de lo contrario, forzarles a ello. Ahora bien, que nadie se engañe: la religión seguirá siendo muy importante en Israel, porque, como los israelíes bien saben, un pueblo que no tiene memoria es un pueblo que no tiene futuro.