Desde la votación de la ley sobre el servicio militar, como ha explicado Eli Cohen en las páginas de El Medio, los ultraortodoxos han dejado de estar exentos del servicio en filas. Es una rectificación importante del statu quo puesto en marcha en su día por David ben Gurión, que aceptó que los haredim o ultraortodoxos mantuvieran algunos privilegios dentro del Estado de Israel.
El cambio ha sido posible por la composición del Gobierno de Benjamín Netanyahu, en el que no está ya incluido ningún partido haredí, y que, en cambio, cuenta con un partido laico, Yesh Atid, de Yair Lapid, y otro –Habait Hayeduhí– de inspiración religiosa ortodoxa de Nefatlí Bennett.
El cambio legislativo ha puesto de relieve el dinamismo de la cultura religiosa en Israel, y, aprovechando la oportunidad, el diario Haaretz ha publicado en edición electrónica un libro sobre el judaísmo reformista en Israel. Es un documento compuesto de reportajes, que se lee muy bien e ilumina una realidad que se suele relacionar más con el judaísmo norteamericano o en algún caso latinoamericano que con el judaísmo practicado en Israel.
El caso es que el reformismo, de larga tradición en el judaísmo y que propone una práctica –y una vivencia– de la religión más personal, más individual y en cierto sentido más igualitaria (otorgando las mismas posibilidades a mujeres y hombres), siempre ha sido sumamente minoritario en Israel. Tampoco lo ha sido el judaísmo conservador o masortí, al que el libro dedica menos espacio. En Israel triunfó, como es bien sabido, el judaísmo ortodoxo, que preconiza un respeto riguroso de la Halajá, o ley judía.
Bastantes de los judíos israelíes liberales, o progresistas, se muestran críticos con esta situación, que resulta paradójica desde cierto punto de vista. Israel, según este argumento, fue fundado por judíos alejados de la práctica religiosa, como David ben Gurión, que sin embargo negociaron con el judaísmo ortodoxo la preeminencia de este. Se ha llegado así a una situación en la que un Estado no confesional como Israel reconoce sin embargo una preeminencia muy particular al judaísmo, y dentro del judaísmo al ortodoxo. Consecuencia de esta relación particular es, por ejemplo, la inexistencia de una Constitución y situaciones tan peculiares como la de la regulación de la familia, que sólo reconoce como válido el matrimonio realizado ante un rabino ortodoxo: las parejas que no desean casarse por lo religioso o que lo hacen por otra rama del judaísmo tienen que pasar por una ceremonia civil en el extranjero. (Véase por ejemplo el ensayo de Natan Lerner “Israel, sociedad plural(ista)?”, en Israel, siglo XX. Tradición y vanguardia, de A. Hidalgo Lavié y J. Tobiass).
El libro, que se basa en un fascinante análisis realizado por el Israel Democracy Institute en Jerusalén, señala un crecimiento sostenido de las ramas no ortodoxas: en 1993 sólo un 3,6 por ciento de la población israelí se identificaba con alguna de ellas. En 1999 eran el 5 por ciento y hoy en día alcanzan el 7, casi 430.000 israelíes. (En total, un 26,5 por ciento se declaran ortodoxos y un 56,6 por ciento no se identifican con ninguna rama del judaísmo. El resto, un 9,7 por ciento, no responde).
El número de bar y bat mitzvás se ha duplicado en los últimos diez años y en 2012 los rabinos reformistas celebraron mil bodas (frente a cien en 1990). Este último dato es particularmente significativo por las exigencias que plantea, como volver a celebrar un matrimonio civil en el extranjero, a quienes optan por casarse por esta vía.
Es innegable que la implantación del judaísmo no ortodoxo ha ido creciendo con el tiempo, pero también lo es que ese aumento es muy lento. Aunque se pueda hablar de una presencia cada vez mayor, es dudoso que se pueda hablar de éxito de verdad. Habrá quien lo atribuya a la abrumadora presencia del judaísmo ortodoxo (que, a su vez, no es monolítico), y en el libro se relaciona el hecho con el inequívoco aroma norteamericano que desprende el judaísmo no ortodoxo. También se puede atribuir a la propia realidad de los no ortodoxos, que plantean formas muy laxas de vivir la religión. Si bien resultan atractivas por las facilidades que dan, no suelen mover al compromiso, que es, en última instancia, lo que suele determinar el éxito de una denominación religiosa.
Resulta interesante observar que los israelíes que se aproximan al judaísmo no ortodoxo suelen ser laicos, personas poco relacionadas con la religión. Un investigador del IDI relaciona este hecho con el colapso de los valores socialistas desde hace veinte años. Israel, efectivamente, fue un proyecto nacionalista y socialista, y de la segunda tendencia no queda apenas nada. El judaísmo en su rama reformista parece una vía para explorar unos valores que den sentido a la vida. Uno de los autores del libro insiste en la popularidad del judaísmo no ortodoxo en los kibbutzim, en su tiempo bastiones del secularismo israelí.
Desde este punto de vista, el progreso de las ramas no ortodoxas del judaísmo podría ser visto, además de como una tendencia al pluralismo dentro de la religión, como una de las formas que adopta la tendencia general a la vuelta a la religión en todo el mundo.
El conocido rabino Avi Shafran, finalmente, argumenta con razones consistentes por qué el judaísmo no ortodoxo es un “desastre” para Israel.
VVAA, The Israeli Reformation: How non-Orthodox Judaism is taking root in Israel, Haaretz, 2014.