Israel y Palestina, Palestina e Israel, están unidos por una contradicción aparentemente insuperable. Una lucha que se dirime en varios planos, del militar al político pasando por el religioso, el propagandístico, el cultural y, dentro de este último, el cómic.
Palestina. En la franja de Gaza y Una judía americana perdida en Israel representan dos polos de una mirada sobre la situación de tensión entre Israel y Palestina. Una mirada que trata de comprender, no explicar, tanto desde la perspectiva palestina, Joe Sacco, como desde la israelí, Sarah Glidden. Ambos comparten, sin embargo, el punto de vista del extranjero en una tierra y un Estado que, aunque sientan próximos, no son los suyos, con lo que ambos mantienen la inseguridad del extraño que siente que se le escapa algo de los sentimientos de unos y otros. Porque podemos comprender sus razones pero no sus sentimientos, ese destilado de agravios, malentendidos, rencores que se filtran durante toda una vida de manera inconsciente a través de chistes, rumores y comentarios, formando un mosaico que desfigura al contendiente en una mueca ridícula y atroz. Como dijo Jon Juaristi, acerca de la paranoia del nacionalismo vasco, en “Spoon River, Euskadi”:
¿Te preguntas, viajero, por qué hemos muerto jóvenes,
y por qué hemos matado tan estúpidamente?
Nuestros padres mintieron: eso es todo.
A partir de un relato en primera persona, las diferencias estilísticas, morales y políticas no pueden ser más diferentes. Allí donde Sacco es feísta y de línea burda y gruesa, resaltando un blanco y negro sucio y demacrado, Glidden resulta partidaria de la línea clara y de unos colores suaves y armónicos. Mientras Sacco combina los diálogos con sus interlocutores palestinos e israelíes con una voz en off recurrente que puntualiza y alecciona al lector, en Glidden los diálogos son casi el único recurso de expresión de sus ideas, sin mayor interferencia ni subrayados innecesarios.
Glidden resulta crítica con tirios y troyanos, desde cierta ecuanimidad no tanto en cuanto a la disputa como en la presentación de los personajes. Sin embargo, para Sacco los israelíes son necesariamente desagradables, mientras que los palestinos pueden resultar en ocasiones burdos y primitivos pero tras ellos se adivina en cualquier caso, incluso en el peor, el buen salvaje pisoteado en sus derechos.
Tanto Sacco como Glidden dibujan unas memorias, alteradas se supone únicamente desde el punto de vista cronológico de algunas de las vivencias descritas para hacer más verosímil la narración. Pero mientras que Sacco cuenta la historia desde las vivencias del día a día de la comunidad de la franja de Gaza, Glidden lo hace desde la perspectiva de una judía norteamericana que ha tenido su Bat Mitzvah pero vive una vida secularizada y que hace un viaje de inmersión a Israel, pasando a tener como fuente de noticias progresistas Haaretz en lugar del New York Times. El “viaje por derecho de nacimiento” (gratis, sufragado por la Fundación Taglit con dinero de instituciones privadas y del Gobierno israelí) le va a hacer descubrir las paradojas del Estado de Israel desde el punto de vista de los que viven allí, unos israelíes tanto progresistas como conservadores, ortodoxos o laicos que, aunque comprenden los problemas en los que viven los palestinos, están supeditados por el postulado de la supervivencia de su Estado y de ellos mismos en tanto que individuos, amenazados por la espada de Damocles que los líderes musulmanes, del árabe Naser al persa Ahmadineyad, han venido sosteniendo en su mano desde que se fundó Israel, en 1948.
Mientras que Glidden está de excursión político-cultural, la de Sacco es periodístico-propagandística (a partir del viaje de dos meses que hizo a Gaza durante el invierno de 1991-92, durante la primera intifada contra la ocupación israelí), contando tanto las exageraciones publicitarias y el caos organizativo que es la marca distintiva de los palestinos en la Franja, que se van prestando la kufiya para salir en las fotos caracterizados de extras victimistas, como las torturas que dicen los palestinos han sufrido en las cárceles israelíes. El problema desde el punto de vista formal es que Sacco no hace el más mínimo intento por distinguir entre lo que presencia y lo que le cuentan, igualando churras (hechos) con merinas (una información en la que le es imposible distinguir la historia de la leyenda).
Interesantes propuestas narrativas y visuales, los cómics de Glidden y Sacco resultan indispensables para conocer no tanto la realidad del conflicto como dos maneras de enfrentarse a él, desde los puntos de vista ético y estético; para comparar los dos relatos sobre el nudo gordiano de la problemática convivencia de dos comunidades condenadas a soportarse y entenderse a pesar de todo. Porque, al igual que en Occidente todos los caminos conducen a Roma, en Oriente todos lo hacen a Jerusalén, parafraseando a Antonio Machado, “rompeolas de todos los monoteísmos”. Un rompeolas por el momento explosivo pero que, por su propia densidad y calidad religiosa, debiera ser, en algún momento, propiciador de la paz.