David Suissa, del Jewish Journal, escribe alborozado que los cambios que se están viviendo en Oriente Medio tras el establecimiento de relaciones diplomáticas plenas entre Israel y Emiratos han representado un golpe demoledor para movimientos israelófobos como el BDS, que pretenden convertir al Estado judío en una suerte de paria internacional.
Los israelófobos no deben de andar muy contentos. De repente, la gran mentira que durante tanto tiempo ha alimentado la ponzoña antisionista se desvanece.
Durante más de 50 años, los genios de la diplomacia le han dicho al mundo que “la clave para la paz en Oriente Medio es la resolución del conflicto israelo-palestino”. El conveniente corolario era que la solución estaba en manos de Israel, y este era constantemente objeto de la condena internacional.
La brillante estratagema ocultaba la verdad palmaria de que los peores males de la región no tienen relación alguna con Israel o con el conflicto palestino. Citemos sólo unos cuantos: los siglos de conflicto entre chiíes y suníes; las brutales dictaduras que han llevado a la miseria y la desesperanza generalizadas; el predatorio régimen iraní que pretende dominar la región; las guerras civiles del Líbano, Siria y el Yemen, el auge de grupos terroristas como Estado Islámico y la fenomenal ausencia de libertades civiles, que provoca el encarcelamiento cotidiano de los disidentes.
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No cabe sobrevalorar el cambio de paradigma que ha representado la decisión de Emiratos de relacionarse abiertamente con Israel. He aquí el indeseable enemigo sionista, el chivo expiatorio utilizado durante décadas por incontables dictadores como maniobra de distracción ante sus propios fracasos, siendo públicamente legitimado y validado por una poderosa nación árabe.
Pues claro que los israelófobos están descontentos. Su mentira está colapsando. Súbitamente, el Estado sionista ya no es una fuente de odio sino de soluciones y esperanza.
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(…) [cada vez más países árabes] se preguntarán, con toda la razón: ¿por qué no emulamos a Emiratos y nos beneficiamos de la innovación israelí en áreas como la desalinización, la ciberseguridad, la medicina, la seguridad alimentaria, las energías renovables y –sin duda no menos importante– la defensa contra amenazas comunes?
He aquí la pesadilla de los boicoteadores de Israel, se encuentren donde se encuentren: la eclosión de una Primavera Sionista en Oriente Medio.
Charles Lipson, de la Universidad de Chicago, afirma que el giro radical que ha dado Donald Trump a la política exterior norteamericana ha alterado el panorama en Oriente Medio (y no sólo allí) de manera igualmente radical.
¿Qué [es lo que] ha impulsado estos acuerdos? La respuesta ‘no’ es que la amenaza iraní haya aumentado. El peligro que representan los mulás no es mayor ahora que en 2005, 2010 o 2015 (…) Lo que finalmente ha llevado a la mesa de negociaciones a los Estados árabes ha sido, de hecho, el cambio registrado en la política norteamericana.
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Al retirarse de la implicación militar directa en Oriente Medio y, a la vez, promover una oposición dura contra Irán, Donald Trump ha forzado a todos los Estados arabo-musulmanes de la región a elegir entre apaciguar a los mulás o conformar un frente común contra ellos. Los acuerdos de Baréin y Emiratos con Israel demuestran que se han decantado por lo segundo. Detrás de estos acuerdos está la Casa Blanca, no el Departamento de Estado.
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El acuerdo de Baréin con Israel es otro paso importante en la conformación de una coalición, comandada por Washington, contra una amenaza estratégica de primera magnitud [Irán]. Y se complementa con la estrategia de Trump en la región Indo-Pacífico, donde está armando una coalición contra un enemigo aún mayor [China], reforzada por las sanciones económicas y la disuasión militar. Estas coaliciones, la reluctancia de Trump a poner en peligro a soldados americanos y su denuncia pública de que sus aliados en la OTAN gorronean en lo relacionado con la defensa común son los mayores cambios experimentados por la política exterior estadounidense desde el final de la II Guerra Mundial.
Eyal Zisser, de la Universidad de Tel Aviv, afirma que con su audaz movimiento estratégico Emiratos ha desplazado a Qatar como mediador de referencia en el Golfo Pérsico y en buena parte del resto del mundo musulmán.
El tratado [de paz con Israel] es una magnífica noticia para Emiratos y puede convertirle en un líder del Golfo Pérsico. Más aún (…), puede convertirle en un actor clave y fundamental en todo el mundo árabe.
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En las últimas décadas fue Qatar quien aspiró a ese cetro. Invitó a EEUU a que instalara tropas en su territorio, lanzó la primera cadena global del mundo árabe (Al Yazira) y, finalmente, también cultivó relaciones con Israel. Sin embargo, desaprovechó la ocasión y perdió pie debido a una serie de decisiones equivocadas; es decir, por trocar la innovación, la modernidad y sus lazos con Israel por el islam radical.
Erróneamente, los gobernantes de Qatar pensaron que el extremismo y la hostilidad hacia Israel les permitirían conservar su influencia regional, pero lo cierto ha sido lo opuesto. (…)
(…) Emiratos ha rebasado a Qatar y a Kuwait, que con su habitual ingratitud ha rechazado ayudar a EEUU a llevar estabilidad a la región y a forjar la paz entre Israel y los árabes. Qatar está ‘out’ y Emiratos, ‘in’. Y esto es sólo el principio. Con ese tratado de paz, Israel gana no sólo un aliado sino un poderoso socio estratégico con un rol cada vez más importante en el mundo árabe.