El presidente de Israel, Isaac Herzog, habló ante una multitud entusiasta de senadores y congresistas y transmitió un mensaje moderado y centrista de esperanza para la paz en Oriente Medio. Fue uno de los mejores discursos jamás pronunciados ante el Congreso, que recibió merecidamente numerosas ovaciones.
Pero no todos los senadores y congresistas estuvieron presentes. Un grupo de izquierdistas radicales, que se autodenominan «progresistas», boicotearon a Herzog por ser el presidente del Estado-nación del pueblo judío. No se trataba tanto de un boicot contra el propio Herzog, que en 2015 se presentó sin éxito como candidato a primer ministro de Israel con una plataforma de centro-izquierda, como de un ataque contra el propio Israel como legítimo Estado-nación del pueblo judío. No era al actual Gobierno israelí al que se boicoteaba. Sino al símbolo de toda la nación de Israel.
Entre los boicoteadores estaba el famoso senador antisemita Bernie Sanders, cuya herencia judía no puede salvarle de la legítima acusación de antisemitismo. Voló a Gran Bretaña para hacer campaña a favor de Jeremy Corbyn, un notorio antisemita que medró a base de atacar y odiar a los judíos. Sanders habría dado la bienvenida a los líderes de Irán, China y Cuba, porque apoya a las tiranías de izquierdas. En su día, probablemente habría sido estalinista. De hecho, muchas de sus concepciones evocan las de la antigua Unión Soviética. Sanders se crió en Brooklyn, pero decidió ir a la URSS para su luna de miel, y luego instalarse en un lugar donde pudiera luchar contra el racismo. Así que eligió Vermont, que es uno de los estados con menos minorías. Desde su aislamiento –por no decir segregación– de los verdaderos problemas de Estados Unidos, ha predicado durante mucho tiempo el mensaje de «haz lo que yo digo, no lo que yo hago». A pesar de sus fallas como ser humano y como político, sigue cosechando un apoyo considerable entre los demócratas radicales.
Otros que lideraron el boicot o se sumaron a él fueron Alexandria Ocasio-Cortez, Ilhan Omar, Rashida Tlaib, Cori Bush y Jamaal Bowman. Estos miembros de La Brigada (The Squad) son a menudo mal caracterizados por los medios de comunicación, incluido The New York Times, como «progresistas» (liberals). Nada más lejos de la realidad. Los verdaderos progresistas creen en la tolerancia, la amplitud de miras, la libertad de expresión, las garantías procesales y la igualdad racial. Estos radicales antiprogresistas abogan por la intolerancia, la supresión de las opiniones contrarias, la denegación de las garantías procesales a sus enemigos políticos y el apoyo a las cuotas raciales.
Herzog rehusó condenar a quienes le boicotearon, mostrando así a qué tipo de tolerancia se oponen los boicoteadores. El núcleo de éste y otros boicots a Israel reside en un antisemitismo profundamente arraigado, que a menudo se disfraza de antisionismo, anticolonialismo, antiimperialismo e incluso antiamericanismo. El contraste entre el mensaje de esperanza de Herzog y el de odio de sus boicoteadores fue impactante.
Numerosos medios de comunicación pusieron el foco en un puñado de boicoteadores como prueba de que Israel está perdiendo apoyo en el Congreso. Sin embargo, la entusiasta acogida que recibió Herzog por parte de la inmensa mayoría de los legisladores apunta en la dirección contraria. Es cierto que Israel está perdiendo apoyo entre los demócratas de izquierda radical, especialmente entre los estudiantes que han estado expuestos a la propaganda de sus profesores y maestros ultraizquierdistas, así como de algunos elementos de los medios de comunicación. Pero esa oposición visceral, a menudo ignorante, a la única democracia de Oriente Medio no se refleja en los cargos electos actuales. Tal vez lo haga en el futuro, pero en nuestro mundo, en constante cambio, eso es cualquier cosa menos una certeza.
Israel dista mucho de ser perfecto. Como me dijo una vez –medio en broma– el presidente Bill Clinton: «El problema de Israel es que es una democracia, ¡maldita sea!». Lo que quería decir era que nadie puede dictar a sus ciudadanos a quién deben votar. A veces, como ahora, después de haber sido golpeado con miles de cohetes y ataques terroristas en sólo un año, 2022, el estado de ánimo en Israel se traduce, como es lógico, en la elección de ciertos elementos extremos de la derecha. Ese giro a la derecha es, al menos en parte, un reflejo de la creciente frustración entre los israelíes de a pie por la negativa de los palestinos a reconocer a Israel como Estado-nación del pueblo judío y a hacer los compromisos esenciales para cualquier paz realista. Dicha negativa, que se remonta a la década de 1930, refuerza la posición de los israelíes que temen que un Estado palestino se convierta en un refugio para terroristas más próximos al corazón de Israel.
El giro a la derecha en Israel es también un signo de los cambios demográficos: el aumento de la natalidad entre los judíos ultrarreligiosos y la inmigración procedente de países formalmente comunistas que oprimían a sus ciudadanos desde la izquierda.
La elección de un Gobierno de derechas y las protestas contra sus esfuerzos por reformar el poder judicial son muestras de la verdadera democracia en funcionamiento. La democracia no siempre garantiza resultados deseables. Como dijo Churchill, «la democracia es la peor forma de gobierno… con excepción de todas las demás que se han probado».
Israel siempre conservará su carácter democrático. Como dijo Herzog: está en su ADN. Pero los resultados de los procesos democráticos en Israel variarán con el tiempo. Los estadounidenses, sean cuales sean sus opiniones políticas, deberían apoyar el concepto de Israel como Estado-nación legítimo del pueblo judío. No tienen por qué estar de acuerdo con todas sus políticas concretas en un momento dado, del mismo modo que apoyan el concepto de unos Estados Unidos democráticos aunque discrepen fundamentalmente con algunas de las políticas que se apliquen en el país en un momento dado.
Las referencias de Herzog a su padre, un expresidente de Israel, y a su abuelo, gran rabino de Irlanda y luego de Israel que mantuvo unas relaciones muy estrechas con el presidente Harry Truman, dan testimonio de la larga conexión existente entre nuestras dos naciones democráticas. La esperanza de Herzog, y la de la mayoría de los estadounidenses decentes, es el fortalecimiento de nuestra relación, mutuamente beneficiosa. Los estadounidenses deberían escuchar a Herzog, que ama a Estados Unidos, en lugar de a Sanders, Ocasio-Cortez y los otros miembros de La Brigada que desprecian a su propia nación y a aquellos que se alinean firmemente con ella, como Israel hace orgullosamente Israel.
© Versión original (en inglés): Gatestone Institute
© Versión en español: Revista El Medio