El general John Campbell, que acaba de retirarse del Ejército tras abandonar el mando de las fuerzas desplegadas en Afganistán, ha expresado su frustración en una entrevista. No es que esté frustrado con el esclerótico Gobierno afgano o con la implacable hostilidad del Talibán y demás enemigos. Desde luego que lo está por ambas cosas, pero él decidió poner el foco en la que le ha generado la Administración Obama.
En concreto, Campbell manifestó su frustración, como otros muchos (empezando por todos los exsecretarios de Defensa de Obama), con el glacial proceso de toma de decisiones de la Casa Blanca; así, recordó las veces que dijo a altos cargos: «¿Por qué volvemos a lo mismo otra vez? Ya me extendí al respecto». Pero él tenía que extenderse y volver a extenderse. Así fue como consiguió algunas decisiones positivas del presidente, empezando por su disposición a disminuir el ritmo del repliegue y a expandir paulatinamente las autorizaciones para que las fuerzas norteamericanas pudieran golpear al ISIS y otros actores. Pero está claro que no consiguió todo lo que buscaba: «Si quieres meter presión, si quieres llevar [al Talibán] a la reconciliación… creo que necesitas meterles más presión», dijo. «Hacerlo sería potencialmente llamativo».
Como ha referido el Washington Post, en este momento “Estados Unidos puede realizar ataques aéreos para proteger a sus propias fuerzas o a fuerzas aliadas, para proteger a tropas afganas en peligro inminente y para ir a por Al Qaeda y el Estado Islámico”. Pero no contra los talibanes si no están amenazando directamente a fuerzas norteamericanas.
Es ésta una restricción que el general David Petraeus, excomandante norteamericano en Afganistán, considera que debería relajarse. Algo en lo que Campbell desde luego está de acuerdo. Pero, leyendo entre líneas en su conferencia de prensa, es obvio que no tuvo éxito en convencer al presidente y a sus asistentes.
Es difícil saber por qué Obama no quiere hacer esta concesión a los militares, pero sus ominosas entrevistas con Jeff Goldberg dan alguna idea. Como refirió el propio Goldberg, en 2009 Obama sintió que el Pentágono le había “saturado” con un aumento de tropas en Afganistán. Fue adelante con ello pero con reluctancia, y con un lesivo límite temporal de 18 meses. Desde entonces, Obama se ha mostrado siempre desconfiado ante el consejo de los militares; excesivamente.
Se supone que la razón de que a Campbell no le ofrecieran ir al Mando Central luego de su estancia en Afganistán fue porque hizo demasiada presión sobre la Administración en pro de un aumento de tropas en Afganistán. Pero no se comportó así porque quisiera saturar al presidente. Él, como otros generales veteranos, simplemente estaba su experta opinión sobre la base de sus apreciaciones sobre las realidades sobre el terreno. Obama, al que separan de éstas miles de millas y toda la cadena de mando, estaría bien aconsejado si escuchara a los combatientes en vez de manifestarles su altivo desdén.
Si Obama no hace más para derrotar al Talibán, su legado podría comprender Estados fallidos –y un número creciente de enclaves terroristas– no sólo en Libia, Siria e Irak, también en el propio Afganistán.
© Versión original (en inglés): Commentary
© Versión en español: Revista El Medio