Contextos

Después de Fayad

Por Elliott Abrams 

"El estilo de Fayad era completamente occidental, basado en la eficiencia, la productividad y la gestión transparente""La mayor debilidad de Fayad como figura política en los territorios palestinos es que nunca ha disparado contra los israelíes ni ha pasado tiempo en una de sus prisiones""Ésa era la esencia de lo que se conoció como fayadismo, un enfoque de la construcción nacional que parte desde la base, no violento y que asume que los palestinos deben construir el Estado, institución a institución, si es que quieren llegar a tenerlo""Las fuerzas policiales palestinas podrían volver a ser lo que eran con Arafat: bandas de matones de Fatah"

El intento de crear un Estado palestino moderno que viviera en paz con Israel sufrió un gran revés cuando las presiones de Fatah y Hamás obligaron a dimitir al primer ministro de la Autoridad Palestina (AP), Salam Fayad.

Fayad, nacido en 1952 en la Margen Occidental, es un economista con un doctorado de la Universidad de Texas. Trabajó como representante del FMI ante la AP y, posteriormente, en el Arab Bank, antes de convertirse, en junio de 2002, en ministro de Finanzas. El momento elegido para su nombramiento no fue una coincidencia: Yaser Arafat se encontraba sometido a una gran presión por parte de Estados Unidos y otros donantes fundamentales para que acabara con la increíble corrupción y el apoyo al terrorismo que habían caracterizado su régimen. En un discurso de abril de 2002, el presidente George W. Bush había atacado a Arafat llamándolo terrorista, y dos meses después manifestó, simple y llanamente: “La paz requiere un liderazgo palestino nuevo y diferente”. E incidió en que un Estado palestino exigiría “una economía vibrante, donde la honrada actividad empresarial se vea fomentada por un Gobierno honrado”. Consciente de la presión, Arafat reaccionó pididendo a Fayad que ocupara el Ministerio de Finanzas, donde abordó la inmensa tarea de acabar con prácticas y funcionarios corruptos de la sórdida satrapía de Arafat. No es necesario mencionar que eso no le hizo precisamente ganar amigos entre los corrompidos miembros de Fatah y la OLP, quienes llevaban mucho tiempo llenándose los bolsillos con los fondos de la ayuda internacional. El estilo de Fayad era completamente occidental, basado en la eficiencia, la productividad y la gestión transparente. Publicó en internet el presupuesto completo de la AP, que hasta entonces había permanecido oculto tras nubes de retórica y disimulo.

Fayad dimitió para presentarse como candidato en las elecciones legislativas de 2006, en las que su partido independiente –nunca ha sido miembro de Fatah– consiguió sólo dos escaños; Hamás obtuvo la mayoría absoluta. En junio de 2007, después de que los islamistas dieran un golpe en Gaza, el presidente Abás destituyó al Gobierno de Hamás y designó a Fayad primer ministro, cargo que ha ejercido durante los últimos seis años, en los que ha sido sometido a acoso continuo por los veteranos de Fatah y los militantes de Hamás.

Los viejos camaradas de Arafat en Fatah y, más recientemente, los de Abás tienen un comprensible deseo de volver a la época pre Fayad, cuando miles de millones de dólares de ayuda internacional proporcionaban una buena vida a los funcionarios corruptos. Y tanto Fatah como Hamás se oponen al enfoque positivo de Fayad respecto a la construcción del Estado. Desde la época del gran muftí Haj Amín al Huseini, antes de la Segunda Guerra Mundial, hasta la actual, con Arafat, Fatah y Hamás, la cultura política palestina ha sido de oposición: en su núcleo se halla la resistencia contra Israel, especialmente la resistencia armada. La mayor debilidad de Fayad como figura política en los territorios palestinos es que nunca ha disparado contra los israelíes ni ha pasado tiempo en una de sus prisiones. En vez de eso, es un constructor: de instituciones y, en último término, de un Estado moderno. En 2009, hablando de los Acuerdos de Oslo (y de su fracaso para conseguir grandes cosas), dijo lo siguiente:

Tras dieciséis años, ¿por qué no cambiar de discurso? Hemos decidido ser proactivos, acelerar el fin de la ocupación trabajando duro para construir hechos positivos sobre el terreno, de manera consistente con el intento de que nuestro Estado emerja como un hecho que no pueda ser ignorado. Éste es nuestro programa, y queremos seguirlo de forma tenaz. Pensar así ya da fuerzas.

Ninguna mención a conspiraciones sionistas o a la lucha armada, sólo “dar fuerzas” y “hechos positivos sobre el terreno”.

Por ese motivo, Fayad se oponía a las maniobras de Abás en la ONU encaminadas a que Palestina fuera admitida como Estado. Como señaló en 2010,

no es algo que les vaya a ocurrir a los israelíes, ni que les vaya a pasar a los palestinos; emergerá como realidad en ambas partes (…) y que creará el sentimiento de ser algo inevitable siguiendo el proceso, la convergencia de dos caminos (…) de arriba abajo y de abajo arriba.

En otra ocasión le escuché recordar a sus oyentes que Israel no se fundó en 1948, sino que, simplemente, fue reconocido en ese año; fue creado tras décadas de esfuerzos sionistas, y así es como debía crearse el Estado palestino. Ésa era la esencia de lo que se conoció como fayadismo, un enfoque de la construcción nacional que parte desde la base, no violento y que asume que los palestinos deben construir el Estado, institución a institución, si es que quieren llegar a tenerlo. El progreso ha sido considerable, no sólo gracias a la creación de instituciones estatales embrionarias, como los ministerios (de Finanzas, Sanidad, Interior, Educación…), también por la puesta en marcha de un cuerpo nacional de policía. Sus agentes, entrenados en gran parte por Estados Unidos en un centro jordano, respondían ante el ministro de Interior y, en último término, ante Fayad, quien les dijo que no estaban ahí para atacar a Israel ni para proteger a Fatah, sino para defender la paz y ayudar a construir el Estado. La cooperación con la Policía y la Fuerzas Armadas israelíes fue amplia.

Pero Fayad siempre entendió que tendría que luchar contracorriente para que su mensaje fuera adoptado como el programa para Palestina; no necesita que le den lecciones sobre su cultura política. Por supuesto, es decepcionante que su enfoque haya sido considerado poco estimulante por muchos palestinos de Fatah y de Hamás. Al fin y al cabo, lo de “construir un Estado” suena a trabajo duro, algo sin ningún tipo de dramatismo o de gratificación inmediata, y que carece de la recompensa emocional que reporta a muchos palestinos el ataque físico o verbal a los israelíes. No obstante, Fayad ya lo tenía en cuenta cuando empezó. Si hoy está decepcionado no es por eso, sino por el nivel de apoyo de los Gobiernos árabes, Israel y Estados Unidos a su planteamiento y a su mensaje.

De los árabes siempre obtuvo muy poco. Los niveles de financiación internacional procedentes de Estados Unidos y Europa eran muy altos, pero la ayuda árabe siempre llegaba un día tarde y se quedaba corta en varios cientos de millones de dólares. La integridad del propio Fayad y su insistencia en acabar con la corrupción anularon en gran medida la vieja excusa de las ricas naciones árabes exportadoras de petróleo, que decían no dar por eso mismo. Pero muy pocos de ellos cumplieron sus compromisos, ni lo hicieron a tiempo, ni los aumentaron cuando subió el precio del petróleo y, consecuentemente, lo hicieron sus superávits presupuestarios. La causa palestina era estupenda para los discursos, pero resultaba menos atractiva cuando se trataba de firmar cheques. Así que, mes tras mes, Fayad se veía debilitado por su incapacidad para poder pagar las nóminas de la AP, de las que dependen muchos palestinos (demasiados, en realidad). Por eso debería haber dimitido hace un año o dos, antes de que los problemas financieros mermaran su popularidad y su reputación de hombre cumplidor.

Los sucesivos Gobiernos israelíes también le han dado menos apoyo del que merecía. Si el nivel de vida hubiera mejorado de forma tangible para los palestinos de la Margen Occidental, puede que Fayad y el fayadismo hubieran gozado de más crédito. Eso habría requerido que los israelíes hubieran mantenido regularmente el flujo de ingresos fiscales de la AP (buena parte de los cuales recaudaban y, teóricamente, transferían), sin los frecuentes retrasos que imponían. Debería haberse actuado más rápidamente para eliminar los pasos y barreras de la Margen que obstaculizaban la movilidad y el comercio y servían de poco a la seguridad israelí (algo que el Gobierno de Netanyahu, de hecho, ha estado haciendo; pero debería haber empezado antes y de forma más extensa). Además, debería haberse hecho más por aumentar la autonomía palestina en la Margen y por reducir el número y magnitud de las incursiones israelíes en las ciudades palestinas.

Pero con quien más decepcionado debe de estar Fayad es con Estados Unidos, la potencia que ha invertido más tiempo, dinero y esfuerzos promoviendo la solución de los dos Estados. Durante sus años al frente del Ministerio de Finanzas, y como primer ministro después, nos hemos concentrado en la vía de la negociación más que en construir las instituciones palestinas. Tras una visita a Ramala, previa a la conferencia de Annapolis, Fayad me dijo claramente:

No me estáis ayudando. Todo esto trata de Abás, la OLP y las conversaciones, no de lo que estoy tratando de construir aquí.

Tenía razón: nuestra prioridad siempre ha sido conseguir un acuerdo integral firmado sobre el césped de la Casa Blanca, y si bien siempre hemos alabado a Fayad y sus esfuerzos, éstos nunca han sido fundamentales para la política estadounidense. Las concesiones que, de manera intermitente, hemos tratado de obtener por parte de Israel han sido, demasiado a menudo, gestos como la liberación de presos, algo que refuerza a los líderes de Fatah pero que no hace avanzar en absoluto en la construcción del Estado palestino.

Cuando Fayad se haya ido, es previsible que se produzcan al menos dos efectos. En primer lugar, los donantes se mostrarán aún más remisos a dar dinero. Ahora volverá a valer lo de “No podemos estar seguros de a dónde va nuestro dinero”, una queja que se escuchará en los Parlamentos europeos, el Congreso estadounidense y los palacios árabes del Golfo. La corrupción entre los altos cargos de Fatah nunca ha desaparecido y, sin Fayad para combatirla, crecerá. Estados Unidos sabe que algunos de de los posibles candidatos a sucederle son individuos corruptos, y puede que podamos bloquearlos, pero un primer ministro nuevo, poco conocido, tendría muy poca influencia para mantener a individuos de manos largas lejos de las numerosas cajas oficiales.

En segundo lugar, las fuerzas policiales palestinas podrían volver a ser lo que eran con Arafat: bandas de matones de Fatah. En el último año ya habían empezado a escapar del control de Fayad y a depender más de Abás; esta peligrosa tendencia se verá ahora acelerada. Eso supone una amenaza para los derechos humanos en la Margen Occidental, la ley y el orden se verán debilitados y se reducirá la cooperación palestino-israelí en cuestiones de seguridad; existe cierto riesgo incluso de que la Policía acabe envuelta en enfrentamientos con las fuerzas israelíes.

Si la criminal guerra en Siria, el Gobierno de los Hermanos Musulmanes en Egipto y la inestabilidad en Jordania no bastaban para que la campaña pacifista “Negociaciones ya” del secretario de Estado Kerry parezca inoportuna, la marcha de Fayad añade una nota deprimente más. El propósito de Kerry, al parecer, es conseguir que las partes se sienten a la mesa. ¿Y después? ¿Qué clase de magia se producirá entonces? Si la meta estadounidense es la solución de los dos Estados (ver cómo nace un Estado palestino decente, democrático y pacífico junto a Israel), entonces nuestra capacidad para alcanzar dicha meta acaba de sufrir un duro revés. Porque Fayad tiene razón y la ha tenido todo el tiempo: el Estado palestino no se creará en la ONU, sobre el césped de la Casa Blanca, o siquiera en la mesa de negociaciones: debe crearse sobre el terreno, en la Margen Occidental, pieza a pieza. Y esa tarea acaba de volverse mucho más difícil.

The Weekly Standard