Posiblemente ninguno de los que escribimos en los últimos meses sobre la deriva autoritaria en Turquía imaginamos que este país pudiera entrar en una espiral represiva como la que vive desde el fallido golpe de Estado del pasado 15 de julio. El número de profesionales de la enseñanza que han sido expulsados de su profesión, el número de medios de comunicación cerrados y el número de periodistas detenidos reflejan que no estamos ante una persecución de los partícipes de la intentona, sino ante una verdadera purga que usa los acontecimientos del 15-J como excusa para una campaña de persecución de opositores. La purga lanzada por el presidente Erdoğan alcanzó niveles de absurdo con la expulsión de 94 miembros de la federación de fútbol, entre ellos árbitros y miembros de los comités arbitrales. La arbitrariedad exhibida por las autoridades turcas afectó también a periodistas extranjeros como la española Beatriz Yubero, que además se encontraba cursando estudios en el país. Yubero fue acusada de terrorismo, detenida 36 horas y finalmente expulsada de Turquía sin cargos.
Los cambios en Turquía podrían tener consecuencias geopolíticas. En su largo camino en busca del ingreso en la Unión Europea, Ankara acometió abundantes reformas para adaptarse al marco comunitario. Así, por ejemplo, en 2002 abolió la pena de muerte como parte de un paquete de medidas de armonización con la UE, y en 2004 la desterró de su ordenamiento legal de forma definitiva. Era un requisito imprescindible para optar al ingreso, ya que la UE mantiene una fuerte oposición, “basada en principios”, a la pena capital. Sin embargo, Erdoğan ha declarado que, ante la demanda popular después del intento de golpe de Estado, reinstaurará de la pena de muerte si cuenta con el suficiente respaldo social. De hacerlo, cerraría de golpe la puerta de acceso a la UE, y sería señal de que Turquía ha entrado en un nuevo tiempo histórico.
Ankara tomó nota de la falta de condena occidental al golpe de Estado en sus primeras horas y de que el apoyo llegó sólo tras resultar evidente que había fallado. Medios partidarios del Gobierno turco han publicado desde entonces noticias que implican a Estados Unidos en la intentona, alguno incluso dando detalles como nombres y cantidades de dinero. Así que es significativa la cumbre bilateral ruso-turca que tuvo lugar ayer en San Petersburgo.
Erdoğan viajó a Rusia para reunirse con Putin, en su primer viaje al extranjero tras la intentona. Las relaciones entre ambos países entraron en crisis tras el derribo de un avión Sujoi Su-24M de la fuerza aérea rusa tras entrar en el espacio aéreo turco el pasado mes de noviembre. Uno de sus tripulantes murió a manos de un grupo armado sirio apoyado por Turquía, y un helicóptero de la operación de rescate lanzada por la propia fuerza aérea rusa fue destruido estando posado en tierra: un infante de marina ruso resultó muerto. Moscú impuso entonces sanciones económicas a Turquía, cortó el flujo de turistas nacionales a ésta y exigió visado de entrada a los ciudadanos turcos. Según un ministro ruso, tales medidas serán revertidas de aquí a un año.
El objetivo declarado de la cumbre de San Petersburgo es llevar las relaciones bilaterales al estado previo a noviembre de 2015. Turquía y Rusia mantienen intereses muy diferentes en la guerra civil siria. Un cambio de alineamiento de Ankara que consistiera en un acercamiento a la postura rusa y por tanto a los intereses del régimen sirio tendría implicaciones profundas para el desarrollo del conflicto. Pero una alianza turco-rusa tendría consecuencias geopolíticas más importantes.
Turquía, como Rusia, vive cuestionándose su identidad, dividida entre Oriente y Occidente. Fue Ahmet Davutoğlu, el anterior primer ministro turco, quien en sus tiempos de académico y diplomático planteó, en Profundidad estratégica: la posición internacional de Turquía, que su país dejara de verse como periferia para asumir un papel central en su propio espacio geopolítico y geoecónomico. Turquía explotó su conexión cultural con las repúblicas exsoviéticas turcófonas creando un consejo de países de lengua turca para articular su influencia en Asia Central. La industria audiovisual turca se convirtió en un instrumento de poder blando, con las telenovelas como punta de lanza. Y las empresas de construcción turcas se expandieron en lugares como Libia, Kazajistán y Yibuti. Con la influencia turca en los Balcanes se fue dibujando un área de acción exterior que llevó a algunos a hablar de neo-otomanismo, para disgusto del Gobierno turco, que afirmaba no tener aspiraciones imperiales, sino desarrollar una política exterior de “cero problemas” con los vecinos.
Turquía realmente ha aprovechado su ubicación entre dos continentes en su papel de nodo energético, convirtiéndose en la vía de salida a Europa de los hidrocarburos de la cuenca del Mar Caspio. El oleoducto BTC (Bakú-Tiflis-Ceyhan) conecta los campos petrolíferos azeríes con el puerto turco de Ceyhan, en el Mar Mediterráneo, pasando por Georgia. Para la Unión Europea, Turquía forma parte del estratégico Corredor Meridional del Gas, que conectaría los mercados de Europa Central, Italia y la Península Balcánica con los yacimientos de Kazajistán, Turkmenistán y Azerbaiyán. Ese corredor energético, cuando se concreten los proyectos que están sobre la mesa, permitirá a la Unión Europea no depender del suministro ruso de gas natural y supone una alternativa a las rutas que, procedentes de la cuenca del Caspio, hubieran atravesado Irán para acceder a terminales marítimos.
Un cambio de alineamiento de Turquía, decidida a olvidar su acercamiento a la Unión Europea e incluso dispuesta a abandonar la OTAN en medio de una carrera hacia adelante del presidente Erdoğan, tendría consecuencias para la UE y para la Alianza Atlántica bastante serias. Para la Unión, supondría que Rusia podría consolidar una pinza energética si Turquía decidiera desechar los proyectos del Corredor Meridional del Gas para aceptar el Turkish Stream, un proyecto ruso de gasoducto submarino en el Mar Negro, que se sumaría al Northern Stream, que conecta Rusia con Alemania por el Báltico. Un realineamiento de Turquía con Rusia haría más difícil la conexión comercial de la UE con las repúblicas exsoviéticas de Asia Central, que intentan mantener un cierto equilibrio en sus relaciones exteriores, triangulando los intereses de Occidente, Rusia y China. Por no mencionar que Turquía es el país que tiene la llave del Mar Negro.