Menahem Beguin, primer ministro israelí, y Anuar el Sadat, presidente egipcio, estrecharon sus manos en presencia del presidente norteamericano Jimmy Carter en la histórica Conferencia de Camp David, poniendo así fin a un conflicto que había llevado la guerra a ambos países en 1948, 1956, 1967 y 1973.
Este artículo de Martin Kramer para la revista Commentary explica las diferencias entre Beguin y Sadat, dos personalidades completamente distintas que, sin embargo, supieron alcanzar el acuerdo de paz más importante que jamás ha suscrito una nación árabe con Israel.
Sadat fue asesinado en 1981, durante la celebración de la ofensiva militar de Egipto del 6 de octubre de 1973. Mientras los líderes mundiales asistieron a su funeral, el pueblo egipcio se quedó en casa, y también lo hicieron los mandatarios árabes. Murió en medio de un aislamiento personal, reflejo del que él trajo sobre Egipto. Beguin también murió en el aislamiento que él mismo se autoimpuso desde su renuncia al cargo de primer ministro en 1983, a raíz de la guerra del Líbano. En la década transcurrida hasta su muerte, en 1992, permaneció recluido. Fue enterrado, como él deseaba, no entre los líderes de Israel, en el Monte Herzl, sino en el Monte de los Olivos; y no en un funeral de Estado, sino con una simple ceremonia judía.
Para muchos egipcios, el logro de Sadat en la guerra se vio empañado por una paz mal concebida. Para muchos israelíes, el logro de la paz de Beguin se vio empañado por una guerra mal calculada. Los dos hombres que, junto a Jimmy Carter, compartieron el escenario mundial el 26 de marzo de 1979 en medio de elogios, partieron de la Tierra siendo objeto de fuertes críticas. Pero el tratado de paz firmado hace 35 años ha resultado ser el factor más duradero del panorama de Oriente Medio y la piedra angular sobre la que descansa la estabilidad de la región. De estos dos hombres se dijo que eran incompatibles, tal vez porque, en última instancia, eran muy parecidos.
Al Arabiya recoge el caso de una mujer saudí, identificada con las siglas S. F. y profesional de la medicina, a la que su marido llevó a Afganistán para involucrarse en el terrorismo yihadista. Las penosas condiciones de vida de los campamentos yihadistas y la crudeza de las imágenes que estaba obligada a contemplar a diario, en presencia de sus hijos, le hicieron volver a su país convencida de que las ideas extremistas son en realidad contrarias al islam.
Los campamentos carecían de higiene, y yo me trasladaba junto con mi marido de uno a otro en medio del ruido de las bombas y las ametralladoras. Las escenas de heridos y muertos eran desgarradoras. A pesar de todas las precauciones, mi hijo mayor cayó enfermo debido al contacto con cadáveres, heridos y enfermos. Tuve la oportunidad de convencer a mi marido, partidario de la línea dura, de que necesitábamos volver a casa porque lo que él estaba haciendo estaba mal y no podía ser aceptado por nadie.
En este reportaje de Al Monitor, realizado en Gaza, se pone de manifiesto el drama de los abusos sexuales en el ámbito familiar. Las niñas que sufren violaciones por parte de hermanos u otros parientes a menudo inician una senda de autodestrucción, como lo demuestra el alto porcentaje de presas en las cárceles palestinas que han sido en el pasado víctimas de estos abusos. Mientras tanto, las leyes imperantes en la Franja no castigan con la suficiente contundencia estas conductas delictivas, de hecho se impone un máximo de cinco años de cárcel a los agresores.
El 80% de las internas en las prisiones de Gaza fueron objeto de abusos sexuales por parte de sus padres u otros parientes a una corta edad. Algunas de ellas fueron obligadas a ver imágenes y películas pornográficas.
Las leyes aplicables en caso de violación por un pariente establecen una pena de cinco años de prisión, mientras que el castigo por violar a niñas con las que el agresor no tiene parentesco es de 14 años de cárcel. Es como si se tratara de animar a la violación dentro de la familia. Eso, por no mencionar que sólo se contempla como delito la violación de un pariente soltero, mientras que no se hace ninguna alusión a los abusos contra mujeres adultas casadas.
Mervat Sultán relata cómo llegó a entrar en la industria aeronáutica, a pesar de las fuertes restricciones que Arabia Saudí, el país en el que creció, impone al desarrollo profesional de la mujer. Hoy reside y trabaja en Emiratos Árabes Unidos. A pesar de todo, a los 27 años decidió cubrirse la cabeza porque es, a su juicio, “la forma de evitar miradas y proposiciones indeseadas”.
«Siempre estaba mirando al cielo», justifica mientras nos sirven el té que hemos pedido. Declina la sugerencia de probar un pastel. Se ve que esta mujer se cuida.
En cualquier caso, la obediencia filial no le quitó la ilusión de la cabeza. Así que en el año 2000 aceptó encantada la propuesta empresarial de su hermano pequeño, que cambió su vida. Fundaron RamJet, una empresa de servicios aeronáuticos, en la que ella lleva la dirección financiera. Fue el pretexto del que se sirvió para apuntarse al primer curso de la Escuela de Aviación de Emirates y convertirse en despachadora de aviones, una de las primeras árabes en obtener esa acreditación. Al final, también se sacó la licencia de piloto privado.
«Las mujeres podemos hacer cualquier cosa que nos propongamos. Hoy en día hay muchas oportunidades en el sector de la aviación, y en Emiratos contamos con el apoyo del Gobierno», asegura.
Reconoce sin embargo que aún hay obstáculos, «no solo en la aviación, en todos los campos y en todos los países del mundo es difícil encontrar mujeres en puestos de dirección». Mervat Sultán también admite la existencia de limitaciones culturales como la objeción a que antepongan una carrera profesional al cuidado de los hijos, o «la prohibición de algunas sociedades a la mezcla de sexos».