Contextos

Vuelven los días felices para los talibanes

Por Terry Glavin 

Taliban
"Los talibanes no han disfrutado de un momento tan bueno desde sus primeros tiempos, antes del 11 de septiembre de 2011""Canadá se convirtió en el primer miembro de la OTAN en dar un paso más y criminalizar directamente a los talibanes""Al permitir que los talibanes icen su bandera, Estados Unidos ha hecho que reestablezcan su nombre y su identidad por medio de esa oficina. Eso es lo que llevaban todo este tiempo, estos 11 o 12 años, esperando conseguir"

Fuera lo que fuese lo que pretendía lograr la Casa Blanca al inaugurar oficialmente en Qatar, hace unas semanas, una oficina exterior para los talibanes, lo que ha resultado obvio de forma inmediata y atroz es que el presidente Barack Obama ni siquiera puede efectuar una vergonzosa capitulación ante una banda de degolladores medievales sin crear un completo embrollo.

Otra de las cosas que serán evidentes incluso para el observador menos atento es el singular logro de la nueva política norteamericana Af-Pak (política que el departamento de Estado aún no puede explicarse como es debido a sí mismo, y mucho menos a los demás): los talibanes no han disfrutado de un momento tan bueno desde sus primeros tiempos, antes del 11 de septiembre de 2011.

Lo que hay tras la danza macabra inaugural de hace unas semanas es, principalmente, una iniciativa avalada por Obama y dirigida por los siniestros servicios de inteligencia pakistaníes, (ISI, por sus siglas en inglés), que pretende restablecer las credenciales políticas y las referencias diplomáticas de los talibanes de Quetta Shura y de sus diversas variantes y ramificaciones, entre ellas los Terik e Taliban y los miembros del clan Haqqani.

No se suponía que los talibanes iban a expresar de forma tan manifiesta su alegría ante su buena suerte: sonreían a las cámaras, izaban su bandera de guerra en un mástil, repartían tarjetas en las que ponía  “Emirato Islámico de Afganistán” y, en general, se comportaban como si su nuevo cuartel general fuera una embajada del Gobierno provisional afgano respaldado por Norteamérica. La Casa Blanca esperaba poder mantener la ficción de que el evento era sólo un paso para lograr un acuerdo de paz en Afganistán, pero no se pudo conseguir que los talibanes se comportaran.

Mientras, en Kabul, el presidente Hamid Karzai, muy comprensiblemente, estalló.

Hipotéticamente podríamos aceptar, ya de entrada, todos los clichés pueriles que acompañan a los tinglados de las conversaciones de paz -la guerra en Afganistán no puede prolongarse indefinidamente, Estados Unidos no debería ser el policía del mundo, los norteamericanos están cansados de la guerra, ha llegado el momento de la construcción nacional en casa, todas las guerras concluyen con negociaciones, bla, bla, bla-, y aún así éstos no bastarían para encubrir todas las asombrosas idioteces y las innumerables indecencias cometidas por la Administración Obama en sus maquinaciones de la semana pasada en Qatar.

El pasado 25 de junio, Jennifer Psaki, del Departamento de Estado, explicó en Washington a los periodistas que todas las cuestiones que Estados Unidos antaño denominó precondiciones para unas hipotéticas conversaciones de paz iniciadas por Afganistán (que los talibanes renunciaran a Al Qaeda, abandonaran el terrorismo, aceptaran la Constitución afgana y respetaran los derechos de las mujeres) ahora debían ser consideradas metas de unas conversaciones directas entre Estados Unidos y los líderes talibanes. En cuanto a si el Departamento de Estado aún consideraba, al menos, que los talibanes eran terroristas, Psaki dijo que “no estaba segura.”

Todo esto contrasta de forma manifiesta con la política afgana que, al día siguiente, me expuso detalladamente Janán Mosazai, director de comunicaciones estratégicas del Consejo Superior de Paz de Afganistán. “El Gobierno afgano seguirá combatiendo a aquellos talibanes que estén en contra de la paz, la seguridad y la prosperidad del pueblo de Afganistán.” Pero negociará con aquellos de ellos que se comprometan con la paz, la unidad nacional, el orden democrático constitucional y “los logros históricos de la última década, incluidos los derechos y libertades de todos los afganos, hombres y mujeres.”

El Gobierno afgano no distingue entre talibanes radicales y moderados o entre  buenos  y malos, sino sólo “entre aquellos talibanes que estén a favor de la paz y aquéllos que estén en contra de ella”, dijo Mosazai. Si Washington deseara llegar a algún acuerdo de intercambio de prisioneros con los talibanes, sería una cuestión exclusiva de los norteamericanos, pero más allá de eso “toda negociación oficial y significativa en el contexto del proceso de paz sólo deberá y podrá tener lugar entre el Consejo Superior de Paz y representantes autorizados de los talibanes.”

En cuanto a todos los sacrificios canadienses en pro de una república afgana soberana, independiente y democrática, al menos queda un resto de dignidad al que Canadá puede aferrarse. Al borde mismo del abismo de las conversaciones de paz abierto entre Kabul y Washington, Ottawa se ha puesto claramente de parte de los afganos. “Todo el mundo reconoce que en Afganistán debe producirse un proceso de paz y reconciliación. Debería estar dirigido por afganos. Aún está por ver alguna oferta seria de reconciliación por parte de los talibanes”, me dijo el otro día Rick Roth, portavoz del ministro de Exteriores canadiense John Baird.

Más de 900 miembros de las Fuerzas Armadas canadienses que participan en la Misión de Entrenamiento en Afganistán de la OTAN permanecerán en el país al menos hasta marzo del año próximo. Canadá también se ha comprometido a aportar 330 millones de dólares más para entrenar a las Fuerzas Nacionales de Seguridad afganas (las cuales se hicieron cargo oficialmente de la seguridad del país hace dos semanas) entre 2015 y 2017. Pero además Ottawa ha adoptado recientemente una postura más sutil respecto al entusiasmo de la Administración Obama por llegar a acuerdos con los talibanes.

Desde la época anterior al 11-S, los miembros de la OTAN han considerado generalmente que bastaba con aislar legalmente a los talibanes haciendo referencia a la lista de sanciones del Consejo de Seguridad de la ONU a Al Qaeda y sus afiliados. La Casa Blanca de Obama ha demostrado últimamente ser muy hábil para manipular dicha lista y sacar de la misma a interlocutores talibanes con los que podría negociar. El mes pasado, cuando Ottawa anunció que los talibanes del mulá Omar y su clan Haqqani iban a ser incluidos en la lista de entidades prohibidas según la Ley Antiterrorista del país, Canadá se convirtió en el primer miembro de la OTAN en dar un paso más y criminalizar directamente a los talibanes.

Sanyar Sohail, editor del periódico liberal afgano Hasht e Sohb me dijo la semana pasada que lo que ha conseguido la Administración Obama en Qatar es verdaderamente asombroso, en el sentido de que es a la vez estúpido y contraproducente:

Por unos resultados a corto plazo han sacrificado un montón de cosas en el largo, abriendo esta oficina. Al permitir que los talibanes icen su bandera, Estados Unidos ha hecho que reestablezcan su nombre y su identidad por medio de esa oficina. Eso es lo que llevaban todo este tiempo, estos 11 o 12 años, esperando conseguir. […] Al abrirla, también se les ha facilitado su tarea de recaudar fondos y obtener dinero de aquellos Estados árabes que sostienen la guerra en Afganistán. Todo el trabajo que se ha realizado en el pasado para evitar esta clase de recaudación también se ha evaporado.

Ottawa Citizen