El pasado día 15 se cumplieron 25 años de que los últimos tanques soviéticos cruzaran el “puente de la Amistad” hacia Termez, una pequeña localidad del Uzbekistán soviético. Acababa al fin la pesadilla en que se había convertido la experiencia de los soviéticos en Afganistán. Un cuarto de siglo después, esa experiencia sigue importando.
Washington D.C. en general y la Casa Blanca en particular son famosos por convencerse de que su propia interpretación es la que importa. Mientras Estados Unidos se dispone a retirar la mayoría de sus fuerzas (si no todas) de Afganistán, líderes políticos y puede que incluso algunos generales que deben su puesto a consideraciones políticas declararán que la retirada confirma la victoria y el cumplimiento de la misión. Pueden emplear cientos de horas de trabajo elaborando puntos de debate y convenciéndose de que esas cosas importan, pero los afganos, por no mencionar al resto del mundo, interpretan los acontecimientos según su propia experiencia, no la de los artistas de la propaganda de Washington.
Todos los líderes tribales, ancianos de aldea y políticos afganos vivieron la retirada soviética e interpretan los acontecimientos actuales conforme a su experiencia. Así pues, ¿qué es lo que ven? Con ayuda de mi colega Ahmed Mayidyar, me pidieron que abordara esta cuestión en una presentación para una unidad del Ejército estadounidense. He aquí lo esencial:
A grandes rasgos, los objetivos de la Unión Soviética y de Estados Unidos son enormemente similares: ambos buscaban la pervivencia del sistema que contribuyeron a crear. Los soviéticos esperaban evitar una victoria absoluta de los muyahidines, mientras que los estadounidenses (y sus aliados de la OTAN) tratan de evitar una victoria total de los talibanes. Ambos adoptaron iniciativas similares para asesorar, colaborar y entrenar. En ambos casos, los políticos fueron ambiciosos: los soviéticos preveían inicialmente un contingente de asesores de 15.000 hombres, pero, al final, se conformaron con sólo unos cientos. Análogamente, parece que Estados Unidos se tendrá que contentar con bastante menos de lo que dictan como necesario sus estrategias militares.
Tanto Estados Unidos como la Unión Soviética tuvieron que afrontar obstáculos parecidos: en primer lugar, el punto muerto militar. Y, no nos equivoquemos, militarmente, a Estados Unidos y a la OTAN los talibanes los han dejado en punto muerto, aunque ello se debe en buena medida a que en la Casa Blanca se ha tomado una decisión política: que no haremos lo necesario para ganar. Tanto Estados Unidos como la Unión Soviética afrontaron problemas similares procedentes de Pakistán, que se había convertido en refugio de la oposición.
Tanto Nayibulá como Hamid Karzai siguieron una estrategia de reconciliación que los llevó a negociar, respectivamente, con los muyahidines y con los talibanes. En ambos casos las negociaciones se frustraron cuando los oponentes olieron la sangre. Al mismo tiempo, tanto la Unión Soviética como Estados Unidos habían tratado de reforzar a milicias locales y de élite. Esto contribuyó a la seguridad a corto plazo, pero a largo resultó contraproducente. Sin tenerlo esto en cuenta, tanto Moscú entonces como Washington ahora respondieron de la profesionalidad de sus respectivos ejércitos afganos de 350.000 hombres. Dichas fuerzas, sin embargo, dependían enormemente de la asistencia extranjera.
La Unión Soviética y, posteriormente, Rusia, siguieron proporcionando cerca de 3.000 millones de dólares en ayudas cada uno de los tres años posteriores a la retirada, pero en cuanto el dinero se acabó, su régimen y su ejército se vinieron abajo. Seguramente ocurra lo mismo con Karzai y las nuevas Fuerzas de Seguridad de Afganistán. Sin embargo, una importante diferencia es que la fuerza aérea del Afganistán de Nayibulá podía actuar de forma independiente, cosa que no puede decirse de la actual, que no puede funcionar sin ayuda de la ISAF. Aparte de esto, el régimen de Karzai goza de reconocimiento internacional. Los soviéticos no hicieron más que designar a Nayibulá, que, por tanto, nunca pudo reclamar legitimidad interna alguna, y menos aún ganarse un amplio reconocimiento en el extranjero.
2014 será un año decisivo para Afganistán. Puede que la Casa Blanca tenga la esperanza de que haya estabilidad, pero, dado hasta qué punto los afganos ven cómo se repite la historia, es mucho más probable que ocurra lo contrario: en cuanto se acabe el dinero, cabe esperar que el sistema se venga abajo. El impulso inicial cuenta, y los primeros abandonos provocarán una avalancha. Muchos afganos se esperan una guerra civil, o, al menos, un enfrentamiento civil entre muchos bandos. Qué desgracia, porque no tenía por qué haber sido así.