Contextos

Último episodio de la rivalidad entre Irak y Siria

Por Tony Badran 

Bandera del Frente Al Nusra.
"Lo que demuestran las acciones de Bagdadi es que, análogamente a lo que pasaba con Baaz en la época anterior a ésta, la ideología juega un papel subordinado respecto al poder puro y duro. A Bagdadi le importa poco que los principales ideólogos del movimiento yihadista se hayan puesto del lado de Al Nusra contra él: él está apostando por la primacía. La única opción para los yihadistas sirios es tratar de bloquearlo ejerciendo violencia. El resultado final, probablemente, consolide la división entre las facciones salafistas siria e iraquí, con pequeños aliados a ambos lados de la línea, de forma similar a lo que sucedió con las guerras baazistas en el Líbano"

El pasado día 24 de febrero, Abu Mohamed al Jaulani, líder del Frente Al Nusra, un grupo yihadista sirio, hizo público un ultimátum contra el otro principal grupo yihadista de Siria, el Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL). Jaulani dijo al EIIL que sería expulsado del país y que se lucharía contra él incluso en Irak si no se sometía al arbitraje de clérigos en el plazo de cinco días. El ultimátum marcaba, de forma destacada, los límites entre ambos grupos en sus respectivos países. Representa también el último episodio del creciente conflicto entre ambas organizaciones, desde que el Frente rechazara la fusión forzosa con el EIIL en la primavera del año pasado.

Los observadores interpretan la lucha entre Al Nusra y el EIIL a la luz de la supuesta metamorfosis de Al Qaeda de organismo supuestamente centralizado y global en una serie de facciones locales. Sin embargo, resulta más útil interpretar el enfrentamiento en el contexto de las relaciones históricas siro-iraquíes. No se trata realmente del futuro de Al Qaeda, sino que estamos ante la última manifestación de un fenómeno político árabe del Levante. Lo que ha cambiado es la naturaleza de los protagonistas, porque el papel que antaño desempeñaban los movimientos nacionalistas laicos lo asumen ahora los movimientos salafista-yihadistas.

Las relaciones entre Siria e Irak se han visto marcadas por una fuerte competencia por la primacía. La rivalidad entre Damasco y Bagdad como sede del poder musulmán se remonta a omeyas y abasidas, y se mantuvo hasta la época moderna. En la década posterior a que ambos Estados lograran la independencia, Siria fue un territorio disputado e Irak desempeñó un papel directo en la política siria. Los sirios que se opusieron a ello, principalmente damascenos, se alinearon con El Cairo para contrarrestar a Bagdad. A mediados de la década de 1959, con Siria asolada por una serie de golpes de Estado, Irak tomaba posiciones para beneficiarse del caos y ejercer su influencia. La élite de Damasco buscó protección uniéndose al Egipto de Gamal Abdel Naser.

La toma del poder por el partido Baaz en Irak y Siria en 1963, pese a compartir -aparentemente- una misma ideología en pro de la unidad árabe, no hizo nada por instaurar la armonía entre ambos estados. La era baazista se caracterizó por una serie de intentos de sabotaje recíprocos por parte de ambos países. Esta era supone, quizá, el precedente más adecuado al feroz conflicto que está a punto de intensificarse entre el EIIL y el Frente Al Nusra.

Resulta de importancia directa el hecho de que una ideología unificadora transnacional no significara nada frente a la búsqueda de poder y a los patrones estructurales que han dominado la relación entre ambos países. Para cuando Hafez al Asad tomó el poder en 1970, el partido Baaz ya se había dividido en dos facciones: la siria y la iraquí. Las relaciones entre Siria e Irak siguieron deteriorándose. En 1979, Sadam Huseín tomó formalmente las riendas del poder en Irak, y lo primero en su programa fue una purga de miembros del partido sospechosos de urdir un golpe patrocinado por Asad. A su vez, Sadam seguiría apoyando actos de violencia contra el régimen sirio, que por entonces se enfrentaba a un levantamiento encabezado por los Hermanos Musulmanes.

La guerra entre ambos prosiguió durante los años 80. Se puso de manifiesto en una serie de mutuos asesinatos y de coches bomba, sobre todo en el Líbano, donde había peones locales de los baazistas sirios e iraquíes, y donde Asad y sus aliados diezmaron a la facción pro-iraquí del partido. No resulta difícil trazar paralelismos con las campañas de asesinatos y coches bomba del Estado Islámico de Irak y el Levante contra sus rivales sirios, y cabe preguntarse si el Líbano podría ser testigo de cómo facciones pro-Nusra y pro-EIIL comienzan a tomar forma y a atacarse mutuamente en la versión yihadista de la guerra baazista de los 80.

Pero la amenaza de Jaulani de llevar la lucha contra el EIIL a Irak, donde aliados iraquíes estarían dispuestos a apoyar al Frente en su combate, nos dice algo de las opciones que se le presentan a Al Nusra. El hecho de que Jaulani se dirigiera a Aymán al Zawahiri para evitar la fusión forzosa pretendida por Abu Bakr al Bagdadi, del EIIL -lo que recuerda a cuando Siria acudió a Abdel Naser en 1958- no sirvió de mucho para disuadir al emir del Estado Islámico. Apelar a las autoridades clericales del movimiento yihadista tampoco funcionó. El asesinato de Abu Jaled al Suri, que había tratado de cerrar la brecha entre ambos grupos, y con el mundo salafista sirio en general, sólo destacó la debilidad de Zawahiri, cuando no su absoluta irrelevancia. Bagdadi está empeñado en poner a Siria bajo su dominio, y Zawahiri no es ningún Naser que pueda mantenerlo a raya. Bagdadi controla combatientes, territorio y recursos, y ha declarado que Al Qaeda es historia en Irak. En cambio, lo que Zawahiri controla en realidad es cuestionable, y no está claro lo que pueda hacer por Al Nusra. Probablemente sea él quien necesita al Frente (y a Al Qaeda de la Península Arábiga) para seguir siendo relevante.

Lo que demuestran las acciones de Bagdadi es que, análogamente a lo que pasaba con Baaz en la época anterior a ésta, la ideología juega un papel subordinado respecto al poder puro y duro. A Bagdadi le importa poco que los principales ideólogos del movimiento yihadista se hayan puesto del lado de Al Nusra contra él: él está apostando por la primacía. La única opción para los yihadistas sirios es tratar de bloquearlo ejerciendo violencia. El resultado final, probablemente, consolide la división entre las facciones salafistas siria e iraquí, con pequeños aliados a ambos lados de la línea, de forma similar a lo que sucedió con las guerras baazistas en el Líbano.

Si estos juegos de poder resultan familiares y recuerdan a las disputas entre Estados y partidos revolucionarios árabes, es porque es lo que son. Por tanto, resulta más útil situar la guerra entre las organizaciones salafista-yihadistas siria e iraquí en el contexto de la relación histórica de enfrentamiento entre Damasco y Bagdad, y de los patrones estructurales que han presidido sus vínculos. La rivalidad entre el Estado Islámico de Irak y el Levante y el Frente Al Nusra no es sino la última manifestación en el Levante de un fenómeno político árabe que viene de muy lejos.

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