Contextos

Turquía-EEUU: no es oro todo lo que reluce

Por Michael Rubin 

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"Si bien antaño Turquía, Estados Unidos e Israel cooperaron estrechamente, ahora el cisma entre la primera y el tercero es una preocupación para el segundo""Estados Unidos y Turquía tampoco van de la mano en la cuestión palestina. Mientras que el Departamento de Estado apoya a la Autoridad Palestina, las autoridades turcas parecen ser partidarias de Hamás""El nuevo presidente, sea demócrata o republicano, seguramente no compartirá la relación personal que el actual ocupante de la Casa Blanca mantiene con Erdogan, dado que los violentos arrebatos que hacen popular al primer ministro en su distrito electoral de Anatolia ensanchan a la vez la brecha entre Turquía y Estados Unidos"

El embajador de Turquía en los Estados Unidos, Namik Tan, declaró recientemente a Today’s Zaman que las relaciones entre ambos países nunca habían sido mejores. Semejante descripción de los lazos bilaterales ha sido habitual en el lenguaje diplomático desde hace años. El ministro de Exteriores, Ahmet Davutoglu, dijo en abril de 2010, ante el Consejo de Relaciones Internacionales, que la turco-americana era “una asociación modélica (…) no una alianza estratégica corriente, sino algo especial”. Los representantes estadounidenses también alaban efusivamente a Turquía. “Es un socio vital y estratégico para Estados Unidos”, declaró Condoleezza Rice el 15 de abril de 2008. Paul Wolfowitz hablaba a menudo de una “alianza indispensable” entre Washington y Ankara. No sólo John Kerry, también Rice y James Baker visitaron Turquía en su primer viaje al extranjero como secretarios de Estado. No así Hillary Clinton, que de todas formas lo eligió como segundo destino. El propio presidente Barack Obama ha dicho que el primer ministro Recep Tayyip Erdogan es uno de los pocos líderes extranjeros con los que ha trabado “amistad y lazos de confianza”.

Puede que Tan tenga razón respecto a los estrechos vínculos entre Washington y Ankara, pero los miembros de la Administración turca no deberían engañarse: tras ese retórico abrazo, los cimientos de la asociación entre Estados Unidos y Turquía están en peligro. En efecto, puede que sus dirigentes nunca hayan estado tan cerca, pero la amistad entre Obama y Erdogan es lo único que enmascara una grave tensión.

La última década ha sido testigo de no pocas disputas entre Ankara y Washington. Así, estuvieron en desacuerdo sobre la guerra de Irak, y siguen estándolo en cuanto a qué política a seguir respecto a Bagdad y Erbil, la capital del Kurdistán iraquí. Si bien antaño Turquía, Estados Unidos e Israel cooperaron estrechamente, ahora el cisma entre la primera y el tercero es una preocupación para el segundo. Estados Unidos y Turquía tampoco van de la mano en la cuestión palestina. Mientras que el Departamento de Estado apoya a la Autoridad Palestina, las autoridades turcas parecen ser partidarias de Hamás. Y, dejando de lado las declaraciones de solidaridad para con Turquía y contra el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), la brecha entre los dos países en su enfoque del terrorismo nunca ha sido tan grande. No se trata sólo de disputas sobre Hamás, también sobre el Frente Al Nusra y Al Qaeda, si es que las donaciones de Cuneyt Zapsu a Yasin al Qadi y los comentarios del embajador Ahmet Kavas sobre Al Qaeda reflejan la política turca.

Es cierto que tener una alianza especial nunca debe significar solidaridad absoluta. Tanto Turquía como Estados Unidos son naciones independientes con sus propios intereses. Pero varias disputas recientes han dañado la confianza entre ambos y quebrantado las relaciones. Cuestiones relativas a la libertad de prensa y a la independencia del poder judicial han devuelto a Turquía su reputación de Expreso de medianoche en Washington. Los diplomáticos turcos pueden explicar la tendencia de Egemen Bagis a litigar con sus críticos –no sólo en Turquía, sino en Estados Unidos– como una manía personal más que como política de Estado, pero semejante matiz resulta ilusorio para los destinatarios de sus demandas. La tensión que generó en 2003 la decisión de la Gran Asamblea Nacional de no permitir el tránsito por Turquía a las fuerzas estadounidenses cuando entraron en Irak seguirá minando las relaciones por lo que se refiere al Estado Mayor, ya que los estrategas y el personal afectados por esa decisión ascienden por el escalafón del Pentágono con un amargo sabor de boca al respecto.

Semejantes actitudes son corrosivas. En una ocasión, Tan se sirvió del número de miembros del Caucus del Congreso sobre Turquía y los Turco-Americanos como medida de las relaciones bilaterales. Ya no alardea de esas cifras. Las elecciones y la reducción de puestos siempre pasan factura, pero el descenso en el número de miembros del Caucus, de 155 a sólo 122, sugiere que algo pasa. En comparecencias ante el Congreso, algunos miembros de dicho grupo desestimaron diversas inquietudes sobre Turquía mencionando la participación de Ankara en la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad. Pero al concluir la misión de la ONU en Afganistán, esa cooperación ya no bastará para desviar la atención de otros problemas.

Estados Unidos y Turquía han sido socios diplomáticos durante mucho tiempo, y seguirán siendo aliados. Como los turcos siguen impulsando una nueva Constitución, puede que Erdogan siga en el cargo durante años, pero los días de Obama están contados. El nuevo presidente, sea demócrata o republicano, seguramente no compartirá la relación personal que el actual ocupante de la Casa Blanca mantiene con Erdogan, dado que los violentos arrebatos que hacen popular al primer ministro en su distrito electoral de Anatolia ensanchan a la vez la brecha entre Turquía y Estados Unidos. Puede que no haya una única crisis que rompa la relación entre ambos países, pero en enero de 2017 una miríada de crisis postergadas puede conducir a una revisión de las relaciones que desmienta la idea de que la alianza entre Washington y Ankara es especial y, mucho menos, cordial.

American Enterprise Institute