La analista israelo-americana Caroline Glick saluda la consolidación de un bloque regional conformado por Israel y los principales Estados suníes bajo el liderazgo norteamericano y aventura que esa alianza perdurará aun cuando su gran artífice, el presidente Trump, no consiga renovar mandato en las elecciones del próximo noviembre.
Con el auge de las fuerzas islamistas en la Primavera Árabe amenazando con derrocarlos, por un lado, y la Administración Obama alejándose de ellos y acercándose a Irán y los Hermanos Musulmanes, por el otro, los militares egipcios, el régimen saudí y los dirigentes de Emiratos llegaron a la sísmica conclusión de que Israel no era su enemigo.
(…) A medida que las traiciones de Obama se multiplicaban, y se expandían tanto su apoyo a Irán como el programa nuclear de los ayatolás, Egipto, Emiratos y Arabia Saudí empezaron a ver a Israel como su aliado más estable y poderoso, y el único defensor competente frente a Irán y la Hermandad Musulmana.
Frente a los regímenes árabes suníes e Israel, y fuertemente respaldados por la Administración Obama, estaban Turquía, Qatar e Irán, que conformaron un bloque islamista suní-chií. (…)
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Nada más tomar posesión, Trump respaldó al bloque suní-israelí y trabajó para expandirlo y formalizarlo bajo liderazgo norteamericano. (…)
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El bloque suní-israelí es una fuerza estabilizadora en la región porque se trata de una alianza orgánica, no el fruto de una rivalidad entre superpotencias. Ha surgido de intereses comunes que van a seguir ahí en el futuro previsible. La existencia de este bloque ha permitido a Washington reconstruir su credibilidad como superpotencia y como aliado en Oriente Medio (…)
Si Trump es reelegido en noviembre, este bloque estabilizador cuyos componentes se oponen a los yihadistas –sean suníes o chiíes– se expandirá y las relaciones formales entre Israel y los Estados del Golfo crecerán. Si Trump pierde, es probable que dicho bloque sobreviva y se proteja de las arbitrariedades de una Administración Biden como se protegió de la hostilidad de la Administración Obama.
Está llamando bastante la atención este artículo del profesor Bishara A. Bahbah, exredactor jefe del diario árabe de Jerusalén Al Fajr, en el que exhorta a la plana mayor de la Autoridad Palestina a aprovecharse del gran interés que están mostrando el presidente de EEUU, Donald Trump, y los principales países árabes para poner fin de una vez al conflicto israelo-palestino. A su juicio, la ocasión para el establecimiento del Estado palestino es especialmente propicia.
Los líderes palestinos que llevan décadas al frente de la OLP, Fatah y Hamás parece que jamás extraen lecciones históricas valiosas. Siguen paralizados, incapaces de pensar de manera imaginativa para desanquilosarse.
Cuando escuchas al presidente Mahmud Abás declarar, tras 53 años de ocupación israelí de la Margen Occidental, Gaza y Jerusalén Este, “No estamos derrotados” y “No nos doblegaremos” (…), empiezas a dudar de su salud mental.
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En vez de lamentarse de su destino y abundar en una estrategia fallida, lo que el liderazgo palestino (…) internacionalmente reconocido debería hacer urgentemente es discurrir de manera original y dar dos pasos tenidos hasta el momento por inconcebibles.
En primer lugar, (…) deberían coger el teléfono, llamar al presidente Donald Trump y pedirle una reunión urgente en la Casa Blanca a fin de presentarle las demandas palestinas para un plan de paz aceptable.
En segundo lugar, (…) deberían convocar a una minicumbre árabe en Riad, organizada por el rey Salman de Arabia Saudí, el rey Abdalá II de Jordania, el emir de Kuwait, el presidente de Egipto y, sí, el príncipe heredero de Emiratos.
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(…) Si el presidente Trump se implicó en la negociación de un plan de paz, podría dar el visto bueno a numerosas demandas palestinas porque las consideraría justas. ¿Cómo lo sabemos? Porque él mismo lo ha dicho.
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Si los palestinos buscan el mejor momento para comprometer al presidente Trump con un gran acuerdo, ha llegado la hora. Trump se dispondría a mediar en el “acuerdo del siglo” antes de las elecciones presidenciales norteamericanas.
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Si esto no funciona, ¿qué habrán perdido los palestinos? ¿Una semana o un mes alejados de su vida muelle en Ramala? Pero si funciona, por fin los palestinos y los israelíes disfrutarían de la paz.
En la revista Quillette, Art Keller escribe sobre “La caída de Beirut”… que es más bien la implosión del Líbano, un país con formidables problemas estructurales desde su mera fundación que está en una situación penosa económica y socialmente hablando y en el que incluso vuelven a sonar tambores de guerra (civil).
Los efectos de la explosión de unas 3.00o toneladas de nitrato de amonio en el puerto de Beirut (…) el pasado 4 de agosto no se restringen a las más de 170 muertes y los más de 3.000 heridos. La onda expansiva metafórica (…) puede ser letal para la política doméstica y la economía (…) De hecho, ambas habían colapsado por la corrupción extrema aun antes de que el covid golpeara el país. Si se suma una explosión que provocó daños por valor de miles de millones de dólares a un país ya quebrado, el resultado es un Estado fallido en ciernes.
El Líbano se está yendo a pique en no poca medida porque el grupo terrorista chií Hezbolá, que significa “Ejército de Dios”, se asentó allí. La presencia permanente de Hezbolá y la gobernanza efectiva del Líbano parecen ser mutuamente excluyentes.
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(…) pese a la responsabilidad de Hezbolá en los males del Líbano, y la furia popular contra ella, no parece haber una vía clara para que afloje las riendas. Lo que no deja un camino expedito para el establecimiento de un Gobierno libanés funcional.
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(…) la única manera de que Hezbolá pierda el poder pasa por que el régimen de su mayor patrocinador, Irán, colapse.