Como Estados Unidos ha anunciado que, finalmente, va a comenzar a proporcionar apoyo directo a algunos sirios, muchos norteamericanos de todo el espectro político están profundamente preocupados ante la posibilidad de que su país se meta en otro atolladero en Oriente Medio. Resulta difícil exagerar cuánto traumatizó el catastrófico error de cálculo de Irak a la población estadounidense.
Pero Siria no es Irak. La implicación norteamericana no será una repetición del fiasco iraquí; será un tipo de participación completamente diferente y en una situación totalmente distinta. He aquí por qué:
1) La situación sobre el terreno es completamente diferente. Se está librando una gran guerra civil entre el Gobierno y la oposición, y también hay combates entre grupos rivales (por lo general, fuerzas de resistencia patrióticas contra yihadistas salafistas). No había una guerra en curso en Irak antes de la invasión americana. No es una situación que hayamos creado.
2) El ambiente en la región es completamente diferente. En el mundo árabe había un rechazo prácticamente unánime a la invasión de Irak. Ahora, por el contrario, casi todo el mundo árabe suní y Turquía, entre otros, reclaman desesperadamente el liderazgo de Estados Unidos en la cuestión siria. La indignación ante cualquier respaldo proactivo de EEUU a los rebeldes sirios se limitará casi exclusivamente a los chiíes y a otros grupos sectarios minoritarios. La abrumadora mayoría de la región lo agradecerá o lo tolerará.
3) El contexto estratégico internacional es completamente diferente. Estados Unidos no tenía apenas apoyo para la invasión de Irak, que era inexplicable, indefendible y eminentemente evitable. Una intervención significativa en Siria no sólo sería bien recibida por muchos de quienes se opusieron a la invasión iraquí, sino que tiene un claro imperativo estratégico, metas y un contexto. La supervivencia de la dictadura de Bashar al Asad es crucial para que las aspiraciones de hegemonía regional de Irán tengan futuro, y para que Hezbolá sobreviva como fuerza de combate subnacional altamente efectiva.
Si a la larga el régimen de Damasco sobreviviera, la esfera de influencia regional iraní también lo haría. Y el siguiente paso entonces sería tratar de expandirla, probablemente hacia el Golfo Pérsico. Éste es, por tanto, un enfrentamiento por delegación en el que Rusia presenta una postura internacional nuevamente firme, y en el que, una vez más, Estados Unidos mal se puede permitir perder. Así que, mientras los propósitos de la guerra de Irak siempre fueron misteriosos, aquí está muy claro el imperativo político que exige asegurarse de que, como mínimo, el régimen de Asad no reestablecerá su autoridad en el país.
4) La naturaleza de la intervención será completamente diferente. Lo que se está considerando ahora, como han dejado implícito varios miembros de la Administración Obama, será insuficiente, pero está claro que es probable y deseable que la misión vaya más allá de lo inicialmente previsto. Una vez Estados Unidos se haya visto involucrado directamente en el conflicto sirio, tendrá un interés mucho mayor en su resultado y una mayor capacidad para determinar la naturaleza de los grupos opositores. En el caso de la guerra de Irak, se trató de un cambio de régimen diseñado unilateralmente por Estados Unidos. La intervención en Siria será para ayudar a que los sirios logren por sí mismos un cambio de régimen y lleguen al punto en el que puedan negociar realmente un nuevo modo de vida.
Más que una ocupación a largo plazo, como en Irak, esto implicará ayuda significativa a determinados grupos rebeldes; ayuda en forma de armamento, inteligencia, zonas de exclusión aérea y, posiblemente, un enfrentamiento real con la fuerza aérea siria. Pero lo que no implicará será la presencia de soldados americanos sobre el terreno. Como en Libia, aquí la regla de las cacharrerías, “el que lo rompe se lo queda”, no se aplicará. Podemos ayudar a los sirios a salir del desastre en el que se hallan, pero ni podemos ni debemos determinar su futuro.
5) Por consiguiente, no habrá atolladero, ni contraofensiva masiva del mundo árabe, ni un nuevo campo de batalla en el que Al Qaeda combata a los americanos (pese a que, de todas formas, nuestra propia inactividad ya les ha permitido usar Siria como escenario bélico, así que nuestra intervención del lado de otros grupos seguramente sólo debilitará, más que incentivará, esa amenaza).
6) Hay riesgos, pero nada semejante al evidente desastre –más bien trampa– que nos aguardaba en Irak. La aviación siria y sus defensas aéreas, pese a que posiblemente han sido sobrevaloradas, no son tan impotentes como las de Libia, y existe una posibilidad real de perder aparatos y personal. Puede que el régimen sirio, Hezbolá, Irán y otros más traten de contraatacar. Estallarán las tensiones con Rusia. Pero la idea de que una intervención limitada, sin enfrentamientos directos, del tipo de la de Libia, se pueda convertir en una nueva versión del fracaso iraquí no tiene en cuenta las evidentes diferencias existentes entre ambos casos.
A veces, eludir hacer lo necesario adoptando medidas insuficientes y que tratan de no asumir riesgos puede ser casi tan perjudicial como la arrogancia imprudente y desmedida. La inacción estadounidense en Siria se ha vuelto completamente insostenible. La nueva política, pese a todos sus fallos, no es la Guerra de Irak II.