Hamás, que dice amar tanto a Jerusalén, se dedica a lanzarle cohetes desde Gaza. Abás, que dice querer tanto a su pueblo, lo manda a morir intentando matar.
Sin la ayuda de los medios, probablemente no habría habido tantos muertos, tanto dolor.
Hamás y la Autoridad Palestina están jugando con fuego.
Es un ente profundamente corrompido por la israelofobia.
Ankara ha explotado exitosamente la crisis de los refugiados.
Para Hamás, los niños palestinos no deben ser educados en los derechos humanos y la no violencia, por ser algo contrario a su tradición y valores.
El relato palestino está irremisiblemente lastrado por el antisemitismo y el irredentismo.
La sección británica de Amnistía Internacional (AI) ha evacuado un informe israelófobo desde el mero título, Israel’s apartheid against Palestinians: a Cruel System of Domination and Crime Against Humanity (“El apartheid de Israel contra los palestinos: un cruel sistema de dominación y un crimen contra la Humanidad”), que le ha hecho merecedora de un alud […]
Quienes se niegan a reconocer a Israel como Estado judío están de hecho admitiendo que no creen en su derecho a existir.
Su objetivo es obvio para los observadores razonables: impedir el terrorismo transfronterizo.