Cuando el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, volvía hace poco de un viaje por América Latina y África, tan sólo días después de que un funcionario estadounidense, Brett McGurk, hubiese visitado al Partido de la Unión Democrática (PYD) en Kobani, se le ocurrió decirle algo a los periodistas que le acompañaban en el avión.
“¿[McGurk] visita Kobani justo durante las reuniones en Ginebra, y recibe una placa de un supuesto general de las YPG [Unidades de Protección Popular, el brazo militar del PYD]?”, les preguntó. “¿Cómo podemos confiar [en Estados Unidos]? ¿Soy yo vuestro socio, o lo son los terroristas de Kobani?”.
Erdogan siguió preguntando a los americanos: «¿Aceptan que el PKK [Partido de los Trabajadores del Kurdistán] es una organización terrorista? Entonces, ¿por qué no incluyen también al PYD y a las YPG en su lista de organizaciones terroristas?». Lo que decía tenía sentido. El PYD y las YPG son, básicamente, las extensiones sirias del PKK, y algunos miembros del PKK han luchado en las filas de las YPG.
Hay pocas figuras en Turquía que generen más división que Erdogan. El presidente turco ha introducido sigilosamente el autoritarismo en su país, ha desbaratado el papel de mediador que Turquía tuvo durante mucho tiempo en Oriente Medio y ha mantenido una conducta inquietantemente ambigua respecto al ISIS y el Frente al Nusra, la filial de Al Qaeda en Siria, permitiendo que miles de combatientes se unieran a sus filas a través de las fronteras turcas, aunque esto haya cambiado, en cierto modo.
Para situar a Erdogan bajo una luz aún menos favorecedora, se han presentado en la frontera turca decenas de miles de refugiados sirios que huyen de Alepo y Ankara se ha negado a aceptarlos, pese a los llamamientos de la ONU. Aunque esto haga parecer a Erdogan despiadado, lo cierto es que Turquía ya ha acogido a dos millones y medio de refugiados. La crisis humanitaria se ve sin duda agravada por la presión que está ejerciendo Rusia y el régimen de Bashar al Asad sobre Turquía para que deje de apoyar a la oposición siria.
Sin embargo, es en el problema kurdo donde la postura de Erdogan ha sido más incomprendida por Occidente. Aunque el surgimiento de una entidad kurda en el norte de Siria pudo parecer una buena idea en un momento en que la alternativa parecían ser los yihadistas, los turcos ven las cosas con otra luz. Para un neo-otomanista como Erdogan, y de hecho para muchos turcos, un mini Estado kurdo en el norte de Siria con vínculos estrechos con el PKK en Turquía es el primer paso hacia la ruptura del Estado unitario turco.
Sin duda, se puede criticar el enfoque de Erdogan del problema kurdo. Sobre todo por las sospechas generalizadas de que reanudó el conflicto con los kurdos creyendo que eso le ayudaría a lograr una mayoría parlamentaria después de que su formación, el gobernante Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), perdiera la mayoría absoluta en las elecciones del pasado junio. Se volvieron a celebrar elecciones en noviembre, después de que el primer ministro turco no fuera capaz de formar Gobierno, y el AKP recuperó la mayoría.
Sin embargo, es comprensible la frustración de Erdogan con Washington. La Administración Obama ha subordinado todo en la región a la lucha contra el ISIS, ignorando las muchas otras dimensiones de la guerra siria. Washington también considera que el PKK es una organización terrorista, así que el presidente turco tenía motivos para sorprenderse por la visita de McGurk a Kobani.
Al mismo tiempo, Erdogan también tiene que explicar algunas cosas. El apoyo de Turquía al Frente al Nusra –un secreto a voces– y sus turbios lazos con el ISIS, sumado a la campaña doméstica del presidente contra las instituciones seculares turcas, tampoco inspiran más confianza que las acciones de Barack Obama.
Lo que resulta más perturbador es que Turquía y los estadounidenses están de acuerdo en que discrepan sobre Siria, y en dejar sus profundos problemas sin resolver. Ambos persiguen objetivos claramente contradictorios, y no hacen nada por lograr un acercamiento. En el mejor de los casos, este enfoque es imprudente, y solo está aplazando un enfrentamiento más grave.
Para los estadounidenses, la lucha contra el ISIS tiene prioridad, así que necesitan un socio kurdo eficaz en el norte de Siria. Las YPG han sido especialmente eficaces haciendo retroceder al ISIS en grandes áreas. Obama no está dispuesto a abandonar esta estrategia ganadora, y esto se puede observar indirectamente en el hecho de que Estados Unidos se haya acercado a los rusos en Siria y revertido su postura respecto al futuro de Asad.
Erdogan, a su vez, no aceptará fácilmente la perspectiva de un doble fracaso: la derrota de sus aliados de la oposición siria, incluidos los turcomanos locales, a manos de Asad y los rusos y el surgimiento de una entidad kurda que mantenga una estrecha colaboración entre los kurdos y Estados Unidos contra el ISIS. Dichos resultados serían devastadores no sólo por lo que podrían significar para la integridad territorial de Turquía, sino que arrojaría serias dudas sobre la sensatez de las decisiones territoriales de Erdogan.
No hay una solución fácil a este dilema. Sin embargo, cuando Erdogan hace declaraciones públicas al modo en que lo hizo con aquellos periodistas, está muy claro que no está hablando, o no lo suficiente, con los propios americanos. Y es incomprensible que, en una fase tan crucial en Siria, Washington y Ankara no estén hablando de su desacuerdo en asuntos fundamentales, al objeto de salvar sus diferencias.
El diálogo no es una solución por sí solo. Pero no dialogar es definitivamente una señal de crisis, y cuando dos países aliados están en crisis, corresponde a sus líderes buscar una salida. Sin embargo, como no parece posible ningún compromiso por ninguna de las partes, lo más probable es que la relación entre EEUU y Turquía –con Washington apoyando a los kurdos en Siria y Ankara combatiéndolos con todos los medios posibles– continúe siendo ambigua.
Los beneficiarios serán Asad y los rusos. Y hay que preguntarse, si es que el pasado reciente puede dar alguna pista, si eso podría quitar el sueño a Obama. La actual Administración ha abandonado sistemáticamente a sus aliados en la región, demostrando una tremenda irresponsabilidad.
© Versión original (en inglés): NOW
© Versión en español: Revista El Medio