Contextos

Qué hace falta para ganar en Afganistán

Por Max Boot 

Militares norteamericanos desplegados en Afganistán.
"¿Cuál es la explicación del rápido deterioro de la situación en Afganistán? Las causas inmediatas son que el Ejecutivo afgano no ha sido capaz de un gobierno más efectivo y menos corrupto, y el Gobierno paquistaní sigue apoyando a los talibanes. Pero ésas son dos constantes: estaban presentes entre 2010 y 2012, cuando los talibanes perdían terreno, y lo están ahora. Lo que ha cambiado es el nivel de implicación estadounidense"

Seguro que el presidente Obama presenta la toma de Ramadi por fuerzas terrestres iraquíes y fuerzas aéreas estadounidenses como una señal de que su estrategia contra el ISIS está funcionando. Pero el grupo islamista está lejos de estar derrotado, y goza de seguridad en sus bastiones sirios, amén de que conserva todavía buena parte de territorio iraquí. Y aunque el Estado Islámico esté retrocediendo un poco en Irak, otros grupos radicales islamistas están ganando terreno en otros lugares.

Afganistán es uno de esos casos. Según informa el Washington Post:

Con el control de aproximadamente el 30% de los distritos de la nación –o una significativa presencia en ellos–, según autoridades occidentales y afganas, los talibanes controlan actualmente más territorio que en cualquier año desde 2001, cuando los puritanos islamistas fueron expulsados del poder tras los atentados del 11-S.

El New York Times informa de que refugiados de otras zonas de la provincia de Helmand han estado huyendo del avance talibán y se han refugiado en Lashkar Gah, la capital provincial, pero temen que ésta también caiga pronto.

¿Cuál es la explicación del rápido deterioro de la situación en Afganistán? Las causas inmediatas son que el Ejecutivo afgano no ha sido capaz de gobernar de una manera más efectiva y menos corrupta y que el Gobierno paquistaní sigue apoyando a los talibanes. Pero ésas son dos constantes: estaban presentes entre 2010 y 2012, cuando los talibanes perdían terreno, y lo están ahora. Lo que ha cambiado es el nivel de implicación estadounidense.

Hay que reconocer que el presidente Obama casi triplicó las fuerzas estadounidenses en Afganistán en 2010, hasta alcanzar los 100.000 efectivos. Pero entonces empezó a hacer regresar las tropas a casa prácticamente nada más llegar, siguiendo el plazo artificial, derrotista y motivado políticamente que había impuesto desde el inicio del incremento de fuerzas. Actualmente quedan sólo 10.000 efectivos estadounidenses en Afganistán, que además operan conforme a unas restrictivas normas de combate que les hacen muy difícil proporcionar apoyo aéreo y otra ayuda esencial a las fuerzas afganas.

El propio Obama ha reconocido que la situación es tan grave que ha tenido que renunciar a su plan inicial de reducir el número de efectivos a tan sólo 5.000 este año y a su retirada total a principios de 2017. Pero se niega a considerar que puede que ya queden muy pocas tropas estadounidenses en Afganistán, aunque todas las señales apuntan a que Norteamérica debe incrementar sus esfuerzos para derrotar a los talibanes. Lo más probable es que haga falta por lo menos un nivel de implicación al menos el doble que el actual.

Eso es lo que este artículo pretende exponer; algunos lectores se preguntarán, exasperados, si es posible retirar fuerzas en una lucha contra insurgentes o si ganar una contienda semejante requiere comprometerse a una guerra perpetua. Y, de ser así, ¿no significa eso que Estados Unidos jamás podrá vencer en un escenario de contrainsurgencia?

Es necesario un compromiso a largo plazo, pero no necesariamente uno que exija aceptar grandes riesgos y sufrir las consiguientes bajas. Las fuerzas estadounidenses en Irak habían ganado la batalla en buena medida para cuando las retiraron en 2011, cuatro años después del aumento del número de efectivos decidido por el presidente Bush. Permanecieron en el país básicamente para mantener la paz, no en misión de combate. Pero la decisión de Obama de retirarlas eliminó el pegamento que mantenía unida la frágil política iraquí. El resultado fue el auge del sectarismo chií y de su contrapartida, el extremismo suní, representado por el ISIS. Si las tropas estadounidenses se hubieran quedado (algo perfectamente posible si Obama hubiera mostrado tanto empeño como Bush a la hora de negociar un acuerdo sobre el estatus de las fuerzas), el resultado probable habría sido una victoria: es decir, un Irak que era una democracia lentamente emergente, sin milicias chiíes respaldadas por Irán ni radicales suníes ejerciendo una influencia desmesurada.

En Afganistán teníamos a nuestro alcance una victoria similar. Si Obama hubiera ido más despacio a la hora de poner fin al aumento de tropas, si no hubiera tenido tanta prisa en retirarse, las fuerzas afganas podrían haber mantenido más de las ganancias obtenidas por las tropas estadounidenses, y la provincia de Helmand no estaría en riesgo de caer. La opinión pública norteamericana no impuso el ritmo de la retirada: el pueblo se opondría igual (o igual de poco) a que prosiguiera la intervención estadounidense en Afganistán si ahora tuviéramos allí 25.000 efectivos en vez de los actuales 10.000. El nivel de implicación quedaba enteramente a discreción de Obama, que tomó una decisión espectacularmente mala. El resultado ha sido éste: en un escenario (Afganistán) de la gran guerra contra el terrorismo se están sufriendo duros reveses, aunque la fuerza aérea estadounidense contribuya a asegurar una pequeña victoria en otro de los teatros de operaciones (Irak).

© Versión original (en inglés): Commentary
© Versión en español: Revista El Medio