Contextos

¿Qué fue lo que provocó la crisis de los rehenes?

Por Michael Rubin 

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"En vez de estrechar la mano que tendía Brzezinski, los revolucionarios iraníes decidieron apartarla de un manotazo para reforzar sus credenciales ideológicas. El día después de que los periódicos publicaran una foto del apretón de manos entre el iraní y el estadounidense, estudiantes indignados protestaron primero por la supuesta traición de Bazargan a la revolución, y después decidieron rematar la faena tomando la embajada norteamericana"

Ayer se cumplieron 34 años de la toma de la embajada estadounidense en Teherán por revolucionarios que respondían al ayatolá Ruholá Jomeini. Estados Unidos nunca tuvo intención de romper las relaciones diplomáticas con Irán. A fin de cuentas, la toma de la embajada tuvo lugar más de nueve meses después del regreso de Jomeini a su país. Durante esos nueve meses, los diplomáticos trataron activamente de acercarse al nuevo régimen, de establecer en qué dirección soplaban los vientos revolucionarios y de informar de ello. Estaba muy difundida la creencia de que el fervor revolucionario casi se había extinguido y de que era inevitable que se produjera un reestablecimiento de las relaciones. De  hecho, Steven Erlanger, un joven periodista que ascendería hasta convertirse en el corresponsal diplomático jefe del New York Times, informó tan sólo un día antes de la toma de la embajada, argumentando que, si bien la revolución no había terminado, “la fase religiosa estaba llegando a su fin”.

No obstante, la crisis de los rehenes no fue inevitable. Analizo detalladamente este episodio en mi nuevo libro sobre la historia de la diplomacia norteamericana con regímenes criminales y grupos terroristas. Más bien fue el resultado de imponer la diplomacia a un régimen faccioso.  Durante su visita a Argel el 1 de noviembre de 1979, Zbigniew Brzesinski, asesor de Seguridad Nacional de Carter, se reunió con el primer ministro iraní Mehdi Bazargan en el transcurso de una recepción para celebrar el día de la Independencia argelina. Brzezinski dijo a Bazargan que Estados Unidos estaba abierto a cualquier relación que deseara la República Islámica. Puede que las intenciones del asesor presidencial fueran buenas, pero su iniciativa es un caso de estudio sobre cómo la diplomacia a destiempo empeora las relaciones. En vez de estrechar la mano que tendía Brzezinski, los revolucionarios iraníes decidieron apartarla de un manotazo para reforzar sus credenciales ideológicas. El día después de que los periódicos publicaran una foto del apretón de manos entre el iraní y el estadounidense, estudiantes indignados protestaron primero  por la supuesta traición de Bazargan a la revolución, y después decidieron rematar la faena tomando la embajada norteamericana.

Jomeni respaldó esta acción. “Nuestros jóvenes deben desbaratar estos complots”, declaró. Se suponía que, en principio, la toma de la embajada no iba a durar más de 48 horas pero un auxiliar del consejo de Seguridad Nacional de Carter filtró que las opciones militares se habían retirado del tablero, y los secuestradores, según posteriores entrevistas, decidieron que era el momento de aumentar sus exigencias y quedarse con la embajada a largo plazo.

En el 30º aniversario de la toma de la embajada, Jamenei advirtió a Obama de que no pusiera esperanzas en los reformadores políticos. Los reformistas “no pueden extender la alfombra roja para Estados Unidos en nuestro país. Deberían saberlo. La nación iraní resiste”, declaró. Si bien es discutible el compromiso del Líder Supremo con el presidente Hasán Ruhaní -por cada declaración con la que parece respaldarlo, hay una con la que se muestra en su contra-, la Guardia Revolucionaria Islámica (GRI) sigue tan hostil  a Estados Unidos como siempre, lo mismo que el ministro de Inteligencia, muy próximo al primer ministro y que tiene un historial como patrocinador del terrorismo al margen de la GRI.

Si Estados Unidos pone sus esperanzas en Irán antes de que se produzca un cambio, con toda probabilidad saldrá escaldado, igual que hace 34 años, como ha amenazado Jamenei. Es tarea del Gobierno iraní poner a la Guardia Revolucionaria a buen recaudo para que la paz sea realmente posible. Jamenei no da señal alguna de que vaya a hacerlo; ni siquiera de que tenga intención de ello. Precipitarse en pos de la diplomacia cuando la República Islámica es un hogar tan dividido implica un gran riesgo. Al fin y al cabo, de no ser por un precipitado apretón de manos hace 34 años, Estados Unidos e Irán podrían no haber emprendido un camino del que no han podido regresar.

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