El pasado día 9 se derrumbó la resistencia en la base aérea de Abu al Duhur, uno de los dos últimos bastiones del régimen sirio en la provincia de Idlib, en el norte del país. Desde el comienzo de este año el régimen de Bashar al Asad ha visto cómo perdía territorio en tres frentes. En el norte, la coalición rebelde Jaish al Fatah, liderada por Jahbat al Nusra, se ha hecho con casi todo Idlib. Sólo permanece en manos del régimen el enclave chií formado por las localidades de Kafaria y Fúa, que únicamente pueden ser abastecidas mediante el lanzamiento de suministros en paracaídas. El control de la provincia de Idlib permite al Ejército de la Conquista aumentar la presión sobre la provincia de Latakia, cuna de la familia Asad y bastión alauita.
El Frente Sur del Ejército Sirio Libre ha ido consolidando su dominio en la provincia de Dará, el punto de arranque en 2011 de las revueltas contra el régimen de Asad, que dieron origen a la guerra civil. En el centro del país, Palmira y Al Sujnah cayeron en manos del Estado Islámico, lo que supuso el corte de las comunicaciones por tierra de la capital con Deir ez Zor, ahora un enclave del régimen aislado en la parte oriental del país.
Ya en el mes de abril las fuerzas iraníes de los Guardianes de la Revolución que luchan en Siria se replegaron sobre Damasco, en un intento de concentrar fuerzas alrededor de la capital. El presidente Bashar al Asad reconoció en el mes de julio, durante un discurso, la escasez de tropas que sufre el régimen y el agotamiento de sus fuerzas, en una guerra que ha entrado en su cuarto año. Por primera vez anunció su intención de concentrar fuerzas y limitar la defensa a ciertas partes del país. El régimen controla ya sólo un tercio del país, unos dominios que incluyen la región de la capital, la franja costera y el territorio que las conecta.
El repliegue iraní es reflejo no sólo de que el régimen de Al Asad y sus aliados militares han perdido la iniciativa, también del propio desgaste de Irán en esta guerra. Teherán ha sido el principal apoyo de Damasco, como refleja el acuerdo petrolero por valor de 3.600 millones de dólares que Siria pagó mediante derechos privilegiados de inversión, que sólo podrían ser aprovechados en una postguerra por ahora indeterminada. Pero hasta que el embargo internacional a Irán no se levante y el país pueda disponer de nuevos ingresos, parece poco factible que el régimen iraní pueda mantener su esfuerzo económico a favor de Al Asad por tiempo indefinido. Además, las pérdidas de la organización Hezbolá en Siria, que actúa allí de peón iraní, alcanzan el millar de hombres y amenazan con socavar su apoyo social en el Líbano.
La debilidad del régimen sirio y la demanda de las opiniones públicas occidentales, tras la crisis de los refugiados, de que se haga algo en Siria ha obligado a Rusia, otro importante apoyo de Damasco, a adoptar un papel más visible en la contienda. Por un lado se trataría de reforzar las fuerzas de Bashar al Asad en su provincia natal. Por otro, de establecer una presencia militar en el país que inhiba a Occidente de una intervención militar ante el riesgo de un incidente o enfrentamiento que provoque una escalada bélica con Rusia. Más unidades del sistema de defensa antiaéreo ruso Pantsir-S1 podrían estar de camino a Siria. Careciendo los grupos rebeldes sirios de aviación, la intención del régimen sería reforzarse ante posibles ataques aéreos occidentales.
El 20 de agosto el buque de asalto anfibio de la marina rusa Nikolái Filchenkov cruzó el Estrecho del Bósforo con una carga de camiones y blindados BTR sobre la cubierta. Días después aparecía en internet un vídeo de las tropas del régimen sirio en torno a la ciudad de Latakia, bastión costero del régimen, en el que se veía en acción un vehículo de transporte de tropas blindado BTR-82, modelo de reciente diseño ruso. Un análisis detallado del vídeo reveló que había voces dando órdenes en ruso. Que un vehículo novedoso en el arsenal sirio como el BTR-82A entrara en funcionamiento tan pronto en Siria sólo podía explicarse porque a su mandos se encontrara personal ruso.
El 8 de septiembre el buque de asalto anfibio de la marina rusa Saratov cruzaba el Estrecho del Bósforo con otra carga de material bélico, obviamente rumbo a Siria. Al igual que en el este de Ucrania, la presencia de personal militar en Siria fue confirmada por la aparición de fotos y vídeos de soldados rusos en las redes sociales. Así que a las autoridades rusas no les quedó más remedio que reconocer la presencia de sus militares en el país.
Estos días se han multiplicado los vuelos de aviones de carga entre Rusia y Siria. Al parecer, se estaría trabajando en la expansión de la pista del aeropuerto Basel al Asad cerca de Latakia para permitir más operaciones aéreas. Se especula con la posibilidad de un despliegue de aviones de combates rusos en Siria como parte de una misión “antiterrorista”. De momento, Rusia está realizando maniobras navales frente a la costa siria de Tartus, puerto donde tiene una base de apoyo al despliegue avanzado de su flota.
Salvar el régimen de Bashar al Asad no significa para el Kremlin sólo respaldar a un importante cliente de su industria de armamentos, también apoyar a un aliado geopolítico. El puerto de Tartus es la única base de la flota rusa en el Mediterráneo, y para Rusia Siria supone la primera línea de defensa contra el yihadismo que combate en el Cáucaso. Además, la caída del Al Asad aislaría al régimen de Irán en Oriente Medio y cortaría la cadena logística que une a Teherán con Hezbolá vía Damasco. Ya lo dijo Hasán Nasrala, líder de Hezbolá: si cae Al Asad, caerá Hezbolá.