Mientras todas las miradas están puestas en el Tribunal Especial para el Líbano (STL, por sus siglas en inglés), que celebró ayer su primera sesión, los líderes libaneses de todas las tendencias se encuentran negociando la formación de un nuevo Gabinete. Sólo se han planteado dos opciones: la fórmula 8-8-8, que permite la participación de Hezbolá, o la de un Gobierno neutral de facto en la que no entraría ninguna facción política, incluido el partido-milicia.
Curiosamente, Saad Hariri, que se encuentra en estos momentos en La Haya para asistir al juicio por el asesinato de su padre [el exprimer ministro Rafik Hariri], es el único dirigente del movimiento 14 de Marzo que está dispuesto a consentir la participación de Hezbolá en un nuevo Gobierno. ¿Se trata de su versión de la realpolitik? Es posible, pero la clase de postura que ha adoptado parece comprensible sólo bajo dos supuestos: si se ha llegado a un callejón sin salida, o si los posibles beneficios son considerables. ¿Es éste el caso de la fórmula 8-8-8? ¿No hay otras opciones?
Quienes defienden esta fórmula ofrecen dos explicaciones:
El primer argumento sostiene que este Gobierno obligará a Hezbolá a abandonar el tercio de bloqueo del que ha gozado en todos los Gabinetes desde que en 2008 los Acuerdos de Doha produjeran un Gobierno de unidad nacional, así como la cláusula “Ejército-pueblo-resistencia” del programa de gobierno. Según este enfoque, la propuesta es preferible al Ejecutivo actual, y obligar a Hezbolá a llegar a un compromiso es un beneficio evidente.
La segunda tesis sostiene que Hezbolá rechazará cualquier Gobierno de facto y recurrirá a la violencia si surge la necesidad. Los acontecimientos del 7 de mayo de 2008 no son más que un ejemplo en la larga serie que muestra hasta dónde está dispuesto a llegar el partido para lograr sus objetivos, incluso si es a costa de los intereses nacionales.
Si bien puede ser cierto que Hezbolá ha aceptado últimamente unos compromisos poco habituales, tiende a exagerarse la importancia de tales concesiones, lo que resulta aún más evidente si se consideran, de forma más amplia, las pautas regionales. Hezbolá ha perdido a más de 500 combatientes en Siria, unas bajas que superan ya las de la guerra de 2006 contra Israel. Preocupado por el creciente número de bajas, el electorado del partido expresa más descontento que nunca. El coche bomba de ayer en Hermel, una ciudad del este del valle de la Bekaa, no es más que la última muestra de la racha de violencia dirigida contra zonas chiíes civiles.
Y si Hezbolá mantuviera su participación en un nuevo Gabinete libanés, la campaña del partido en Siria recibiría un implícito apoyo gubernamental. Así que también se permitiría que la organización abusara de las instituciones e instalaciones del Estado libanés para sus operaciones, tanto en casa como en su campaña siria. Eso es lo que supondría la fórmula 8-8-8; el resto no es más que tinta sobre papel.
Mientras tanto, parece que toda la región se encuentra al borde una violenta guerra sectaria entre las facciones chií y suní. Pese a la creciente influencia iraní, el teórico control de la República Islámica sobre una región de mayoría suní sería inaceptable para la mayoría de habitantes y de líderes políticos. Y, mientras Irán gana influencia, son de esperar el enfrentamiento y la violencia contra el país y sus aliados, especialmente en el Líbano.
Irán, el mayor apoyo de Hezbolá, está enormemente implicado en Siria, para asegurarse de tener un papel influyente en el caso de que se alcance una solución diplomática. Irak se ha convertido ya en un peón iraní, después de que una campaña encubierta convirtiera a Maliki, en la práctica, en cliente de Teherán y, de paso, aislara a los suníes y los empujara al extremismo. Si la República Islámica puede dominar las instituciones libanesas a través de Hezbolá, su poder regional se verá reforzado en consecuencia.
Por estos motivos, el Líbano debe evitar cualquier asociación con Hezbolá. Que un Gobierno lo aceptara como socio se convertiría en una invitación para que Al Qaeda atacara las instituciones del Estado. Aunque el Gobierno 8-8-8 pretenda evitar la inestabilidad y la violencia, el Líbano podría verse expuesto a más de ambas si AQ decidiera considerar responsable a todo el país por la campaña corta de miras de Hezbolá en Siria.
La alternativa, un Gobierno de facto, podría también ocasionar tensiones o, incluso, una violenta reacción de Hezbolá. Pero, tal y como están las cosas, la violencia es una realidad, no una opción. E, independientemente del resultado, el derramamiento de sangre proseguirá mientras el partido de Dios mantenga sus operaciones en Siria.
El hecho de que el Líbano se encuentre en la encrucijada hace que la formación de Gobierno sea aún más urgente. A Irán no se le debe conceder mano libre en Líbano, lo cual sería la consecuencia inevitable de un Gabinete 8-8-8. A largo plazo, Hezbolá perderá influencia en la política libanesa y también su puesto destacado en el país, especialmente mientras la guerra en Siria asume una mayor prioridad aún mayor sobre la resistencia.
Entonces, ¿por qué habría que ayudarlo a sobrevivir?