Austin es una ciudad universitaria texana más conocida últimamente por su escena musical que por ser la capital del Estado de la Estrella Solitaria. Y además esta semana* ha aportado una prueba que puede decir mucho sobre el rumbo que ha tomado el Partido Demócrata y sobre el muy incómodo dilema que afrontan los judíos demócratas proisraelíes.
La congresista demócrata por Minnesota Ilhan Olmar fue invitada como oradora principal a un gran iftar. Que una comunidad musulmana local quiera acogerla difícilmente puede sorprender a nadie. Omar es considerada un referente porque, junto a su correligionaria Rashida Tlaib, congresista por Michigan, ha sido la primera mujer en servir en el Congreso. Dado que lleva el hiyab incluso en la Cámara de Representantes, su trayectoria es estimulante para los musulmanes norteamericanos.
Pero, por desgracia, Omar es algo más que la ilustración de cómo el sueño americano sigue funcionando y procura a inmigrantes y a miembros de minorías ilimitadas oportunidades de prosperar. Omar se ha hecho famosa no por hablar de lo que preocupa a los ciudadanos de Minnesota, sino por la ominosa manera en que incurre en los mantras antisemitas a la hora de atacar a Israel. Ella y Tlaib son los únicos defensores públicos del movimiento antisemita BDS, que promueve el boicot contra el Estado de Israel. Omar sostiene que los judíos compran el apoyo del Congreso a Israel y ha puesto en cuestión la lealtad de los congresistas proisraelíes.
Aun así, los demócratas han colocado a Omar en el Comité de Relaciones Exteriores del Congreso y se han negado a citarla en una resolución en la que se denuncia el antisemitismo.
Omar comprendió enseguida que el apoyo que cosechan sus declaraciones en el ala izquierda del partido le confiere inmunidad para esparcir el antisemitismo. Aun más importante: la lucha entre partidos es hoy en día tan intensa que las descalificaciones que le lanza el presidente Trump no hacen sino alentar a más demócratas a respaldarla. De hecho, varios líderes demócratas, así como los alabarderos de los demócratas en los medios y en los programas nocturnos de humor, han aceptado la idea de que Omar es una víctima de la islamofobia a la que se pone en la mira sólo porque es musulmana.
Pero lo que sucedió en Austin debería servir de advertencia para todo aquel que tenga la menor esperanza de que los líderes del partido piensen que es posible obviar a Omar –y para qué hablar de repudiarla–.
Estaba previsto que el invitado de honor en ese iftar fuera el alcalde de la ciudad, Steve Adler. Aunque Austin es una isla progresista en el republicano Texas, Adler no es ningún izquierdista. Está considerado un demócrata moderado y tiene proyección nacional porque ha sido el más destacado apoyo del alcalde de South Bend, Pete Buttigieg, en su carrera para hacerse con la candidatura presidencial del Partido Demócrata.
Además, es judío y está muy implicado en la comunidad judía local; de hecho, durante años fue presidente de la sección local de la Liga Antidifamación. Y es un defensor de israel.
Varios miembros de la comunidad judía local le pidieron que no acudiera a la cena junto con Omar, o que si lo hacía hablara contra lo que Omar esparce. Como Jay Rubin, expresidente de Shalom Austin, la federación judía de la localidad, le dijo en una carta que posteriormente hizo pública, Adler tendría la oportunidad de protagonizar un Sister Souljah Moment y hacer frente al extremismo, en lugar de practicar el apaciguamiento.
Pero Adler no atendió a sus ruegos.
En su alocución, el alcalde trató de explicar el daño que produce el esparcimiento de los mantras y relatos antisemitas. Dijo que denunciar el lenguaje del odio era una obligación, y que “ser discrecionales en nuestras condenas puede producir un mal aún más insidioso”.
Aunque ese pasaje podría interpretarse como un repudio de aquellos que desde la izquierda denuncian a Trump y el antisemitismo de derechas pero callan ante Omar y Tlaib, lo que dijo a continuación dejó meridianamente claro lo que quería decir:
Es clamorosamente incorrecto cebar las críticas condenatorias y utilizarlas como una herramienta política fácil para dirigirlas sólo contra aquellos a los que se pretende demonizar por su identidad; porque llevan el hiyab, por ejemplo. Así como no hay un uso inocente de una metáfora, no hay un error inocente en llamar a la transgresión por doquier.
Con esas palabras, Adler dijo que los únicos culpables eran los críticos republicanos de Omar, y que ella era alguien que merecía nuestra simpatía, en vez de una persona que difunde el antisemitismo. Y al no llamar Omar por su nombre, fue culpable de hacer exactamente lo mismo que decía criticar.
En su intervención, Omar denunció el antisemitismo, pero prefirió no dar cuenta de sus propios dichos y hechos antisemitas, así como de su apoyo a la destrucción de Israel.
Aunque Adler claramente trató de evitar enemistarse con los musulmanes y los izquierdistas partidarios de Omar, su discurso fue un error garrafal que dejó de manifiesto su cobardía, y además fue reflejo del estado del clima político actual.
Si incluso un judío demócrata proisraelí popular como Adler teme enfrentarse a Ilhan Omar en su propia ciudad, no está nada claro bajo qué circunstancias podría permitirse hacerlo cualquier miembro de ese partido.
Lo cual quiere decir que la batalla para aislar a una antisemita como Omar en los márgenes de la política norteamericana se ha perdido. Ya no es que Omar y Tlaib se cuenten entre las jóvenes estrellas fulgurantes de su partido, sino que tienen más influencia de lo que cualquiera hubiera imaginado hace sólo unos meses.
Llegados a este punto, la gente sensata debe preguntarse cómo puede ser contenido o reducido el influjo del antiisraelismo y el antisemitismo de izquierdas. La evidencia que procede de lugares tan relevantes como Austin es que, al menos por lo que concierne al Partido Demócrata, se trata de una causa perdida.
* Este artículo fue originalmente publicado el pasado 22 de mayo.
© Versión original (en inglés): JNS
© Versión en español: Revista El Medio