Contextos

Nilufar Rahmani: la conquista del aire

Por Bárbara Ayuso 

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"'Ha sido difícil luchar en un país en el que las mujeres todavía no tenemos derechos', asegura, para acto seguido aclarar que sigue teniendo 'ganas de seguir'""Aunque los talibanes hayan puesto precio a su cabeza, no quiere ni oír hablar de pasos atrás. 'Mi objetivo era cambiar la mentalidad de mi país, no voy a rendirme', dice rotunda""En el corto plazo, se imagina pilotando un C130 en una Fuerza Aérea afgana autónoma, integrada en un Ejército 'realmente fuerte'. 'Desde allí ayudaré a mejorar todo'"

Nilufar Rahmani se siente en paz cuando reza, pero sobre todo cuando vuela. Hace unos meses esta joven afgana mutó en símbolo al convertirse en la primera mujer que se graduaba como piloto en Afganistán en los últimos treinta años. “Quise ser piloto desde que era pequeña y veía los pájaros”, dice, recordando los tiempos de su niñez, cuando su sueño no se antojaba locura. Porque cuando la pequeña Nilufar jugaba a ser ave con los brazos extendidos aún había mujeres en la Fuerza Aérea. Su graduación, el pasado mayo, supuso la reconquista de uno de los espacios de donde los tailbanes habían expulsado a las mujeres.

“Quería ser la primera en romper las barreras para todas las que vinieran detrás”, nos asegura. Nilufar reconoce que perseguía algo más que el sueño de su niñez: “Quería servir a mi país, ser útil y cambiar la mentalidad de mis compatriotas acerca de la mujer”. Para alguien que ha “nacido en guerra” y ha crecido bajo la asfixia talibán, la persistencia en la consecución de su objetivo sólo aventuraba dificultades. “He padecido un montón de problemas”, explica, huidiza.

Pero siempre he contado con el apoyo de mi familia, que me ha ayudado y ha respetado lo que quería hacer.

En cierto modo, convertirse en piloto también entrañaba una obligación: heredó la pasión por el vuelo de su padre, que jamás llegó a pilotar. Gracias a eso y a su tesón, Nilufar ingresó en el programa de entrenamiento de la US Air Force. Aprendió inglés en Kabul y en la base aérea de Shindad antes de ponerse a los mandos de un C208. “Fue duro ganarme las alas”, reconoce,

pero he encontrado el lugar en que verdaderamente estoy en paz. Es como cuando rezo, sólo volando puedo centrarme y disfrutar.

Prohibido para las mujeres

En la década de los 80 las Fuerzas Armadas afganas contaban entre sus filas con un pequeño número de mujeres, como Latifa Nabizada, piloto pionera que tuvo que coserse su propio uniforme. Con la guerra civil fueron apartadas del servicio militar, y la emergencia de los talibanes les impidió cualquier actividad fuera de las paredes del hogar. Muchas de las que lucharon contra el régimen integrista tuvieron que refugiarse en Pakistán, huyendo de las represalias. Algunas, como Jatul Mohamadzai, soportaron el encierro de los años de plomo talibán pensando que jamás regresarían al Ejército. Pero lo hicieron. Con la caída del régimen, encontraron un hueco como entrenadoras de las fuerzas aliadas en el Ejército Nacional.

Pero no fue hasta 2010 cuando se levantó oficialmente el veto y las mujeres pudieron regresar a las FFAA. El presidente Karzai aprobó una ampliación de efectivos en el Ejército y otros cuerpos de seguridad y 29 mujeres ingresaron como nuevas reclutas. Inauguraron una época. Por supuesto que el camino es aún muy largo, no en vano se las relegó a ejercer labores administrativas, pero lo cierto es que van dado pasos. Ya pueden formar parte de las Fuerzas Especiales y se estima que son ya más de 1.000.

“Las mujeres aún no tenemos derechos”

“Sé que vivo en una sociedad en la que muy poca gente está de acuerdo con lo que hago; la mayoría no quiere a una mujer pilotando”, explica Nilufar, que reconoce que los cánones implantados por veinte años de fanatismo siguen aún muy vigentes. No tiene que coserse su propio uniforme, como Latifa, pero el suyo tampoco ha sido un camino de rosas.

“Ha sido difícil luchar en un país en el que las mujeres todavía no tenemos derechos”, asegura, para acto seguido aclarar que sigue teniendo “ganas de seguir”. Para ello le están siendo de gran utilidad sus seres queridos. “Mi familia y yo sufrimos amenazas de muerte cuando me estaba preparando, pero más aún cuando me licencié”, revela. Confiesa que tampoco estando a X metros sobre el suelo la preocupación desaparece: “No me preocupo por mí, el problema es que es mi familia entera la que está amenazada”. Además, denuncia una absoluta situación de desamparo por parte de las autoridades afganas: “He tenido que ser yo, con mis propios medios, quien proteja a mi familia. El Gobierno no se ha implicado ni ha ayudado a protegernos”.

Aunque los talibanes hayan puesto precio a su cabeza, no quiere ni oír hablar de pasos atrás. “Mi objetivo era cambiar la mentalidad de mi país; no voy a rendirme”, dice rotunda. Nilufar desprende optimismo, y se apunta una victoria importante: “Otra de las barreras que he roto es con mis compañeros. He demostrado que puedo trabajar y volar con hombres sin que existan problemas”, dice, y añade que sus colegas de la Fuerza Aérea son como “hermanos” que han dejado de verlas como el enemigo.

Nilufar espera que ese pequeño éxito se traslade al resto de la sociedad a largo plazo, pero cree que deben ser las mujeres las que impulsen el cambio: “Yo les diría que luchen por su objetivo y crean en ellas mismas”. Como su madre, Nilufar desea que reconquisten los sectores de los que han sido excluidas: “Sólo así conseguiremos un país en paz”, explica. “El problema es que en Afganistán siempre mezclamos cultura con religión, y eso continúa siendo así”.

Los sueños de Nilufar son ambiciosos, como ella. En el corto plazo, se imagina pilotando un C130 en una Fuerza Aérea afgana autónoma, integrada en un Ejército “realmente fuerte”. “Desde allí ayudaré a mejorar todo”, insiste. “Ojalá algún día pueda ver a más mujeres volando conmigo”. “Eso y un país en paz son mis grandes sueños”.

Fotografía: U. S. Air Force.