Contextos

Más allá del burkini

Por Eli Cohen 

Corán
"Burkini, ¿sí o no? La respuesta es inútil mientras las sociedades europeas toleren la radicalización y no reivindiquen los valores democráticos como superiores a los del islamismo. Es decir, mientras no abandonen el multiculturalismo y abracen el pluralismo"

La polémica estrella del verano fue el uso del burkini. El cainismo que se desata en las redes sociales, ávido de ideas fáciles y análisis planos, nos privó de generar un debate más serio y profundo sobre la lucha contra la radicalización de la población musulmana.

Ciertamente, el uso del burkini está ligado a un problema que enfrenta Occidente, y especialmente Europa, el islamismo radical, al cual no se le derrota solamente con las armas. Por ello, no ha habido polémica sobre, por ejemplo, la vestimenta de las hindúes, las judías ortodoxas o las monjas, principalmente porque éstas toman decisiones libremente y no siguen a líderes religiosos que predican el asesinato y la expansión de su religión mediante la violencia.

El problema del burkini, pues, es mucho más profundo. En los últimos dos años, grandes capitales europeas han sido sacudidas por ataques terroristas masivos perpetrados por islamistas radicales, que han costado la vida a cientos de inocentes y provocado el miedo entre la población. Mientras tanto, barrios enteros en las periferias de las grandes capitales europeas están viviendo fuera de las jurisdicciones nacionales y son nidos de reclutamiento para organizaciones islamistas. Los Gobiernos miraron para otro lado en las últimas décadas y dejaron que estos barrios fueran caldo de cultivo para el islamismo radical, como ya comentamos cuando hablamos de uno de los más paradigmáticos: Molenbeek.

Al mismo tiempo que, compungidos, veíamos cadáveres en París, Niza y Bruselas, la guerra civil en Siria propiciaba la llegada masiva de refugiados a las puertas de Europa, en una de las grandes crisis humanitarias contemporáneas. Este asunto sin resolver fue una de las principales razones por las cuales los británicos votaron la salida de la UE, y es también un combustible inagotable para el ascenso imparable de partidos xenófobos en toda Europa.

Alejándonos de gestos grandilocuentes y poco efectivos, el problema del islamismo radical en Europa requiere soluciones sofisticadas y elaboradas, no cerrojos y desidia. Ya lo dijo Tony Blair: desentenderse del asunto no traerá la paz. En este sentido, en la actualidad existe un enfoque aislacionista para hacer frente al ascenso del islamismo en Occidente: fronteras cerradas y abandono de Oriente Medio a una suerte de equilibrio entre suníes y chiíes.

No obstante, los refugiados seguirán llegando y no podrán ser ignorados eternamente, y habrá que abandonar el cortoplacismo y pensar qué hacer para integrar, no sólo a los que sean acogidos, también y sobre todo a los musulmanes de segunda y tercera generación, ya ciudadanos europeos, que se dejan seducir por el islam radical.

Las redes islamistas tratan de ejecutar una agenda política antagónica de la democracia y los derechos humanos, y tienen un objetivo claramente expansionista –el islam radical es expansionista desde su nacimiento, como nos recuerda Henry Kissinger en World Order (2014)–. Así, para detener el crecimiento y la reproducción del fanatismo islamista en suelo europeo es vital poner en práctica una estrategia integral que ataje el problema y que descanse sobre unos principios sólidos. No hablaremos aquí de cómo combatir desde las fuerzas de seguridad y desde las agencias de inteligencia a los radicales islamistas, sino de cómo prevenir y revertir que jóvenes musulmanes europeos y refugiados recién llegados se alisten en las filas del Estado Islámico o de Al Qaeda y lleven a cabo un atentado indiscriminado en alguna ciudad europea.

Las medidas deben ser multidisciplinares e integradoras, y acordes a la situación del islamismo radical en cada país.

Instituciones, formación, penalización y absorción

En primer lugar, para luchar contra el islam radical hay que hacer que vuelvan a funcionar las instituciones, es decir, que el Estado vuelva a operar donde hoy no lo hace. Los barrios al margen de la legalidad son los principales caladeros de adoctrinamiento y reclutamiento. Las organizaciones y grupos islamistas aprenden a llenar los huecos que deja el Estado. Ya hemos visto en Palestina cómo Hamás y la Yihad Islámica han ganado apoyo entre la población civil asistiendo a los ciudadanos que no recibían nada de la corrupta Autoridad Nacional Palestina. Esto no es nuevo: como recuerda el historiador Noel Malcolm, los albaneses que durante el dominio otomano se convirtieron al islam lo hicieron, en su mayoría, por cuestiones de posición social y económica, y no por preocupaciones religiosas.

En segundo lugar, educar y formar especialmente a jóvenes vulnerables –objetivo ideal del Estado Islámico, según cuenta el experto en yihadismo Fernando Reinares– es una medida básica de los Estados de Bienestar, y además una inversión pública, de orden económico y de seguridad ciudadana. Si los programas de formación tienen éxito, los que la reciban podrán eventualmente crear riqueza y valor añadido, y amortizar la inversión vía impuestos.

En tercer lugar, es necesario una batería legislativa valiente, que penalice la pertenencia a movimientos y organizaciones que tengan como objetivo destruir el orden democrático, que posibilite la ejecución de medidas preventivas rápidas y ágiles para cerrar mezquitas radicales y extraditar a los imanes que en ellas predican y sobre todo, que mejore las herramientas establecidas para combatir la financiación ilegal de grupos islamistas.  

En cuarto lugar, los países que vayan a recibir refugiados deberían establecer centros de absorción, que servirían como filtro previo a la entrada de posibles radicales y en los que los futuros ciudadanos adquirirían un compromiso, una formación aceptable para ejercer una ciudadanía activa y responsable, y efectuarían un juramento de lealtad a los valores democráticos europeos y del país de acogida.

A este respecto, ha habido grandes casos de éxito en lo que a absorción de inmigrantes se refiere. EEUU o Israel son países receptores de inmigrantes provenientes de diferentes contextos y entornos. Concretamente Israel, desde sus comienzos, dedicó amplios recursos a una integración rápida y eficaz de recién llegados de todos los rincones del mundo. Funcionó y funciona porque Israel necesitaba población y no podía fallar en ello, pero también porque cada inmigrante, independientemente de su procedencia, albergaba ya afinidad al país y al proyecto sionista. En el caso de los inmigrantes sirios que quieren establecerse en Alemania, la afinidad identitaria no existe, por eso hay que crearla, y no es algo ni fácil, ni rápido ni barato.

Pluralismo vs. multiculturalismo

En muchos lugares, la innovación se está aplicando a la integración con marcado éxito. Peter Sutherland, representante especial de la ONU para la Migración y el Desarrollo, aporta ejemplos prácticos que están llevando a cabo muchas ciudades cosmopolitas para integrar a los inmigrantes. New York, Londres, Auckland o Sao Paulo materializan ideas inteligentes para la recepción de los migrantes y refugiados en las comunidades locales, convirtiéndolos en miembros potencialmente productivos. La clave para aprovechar su potencial, dicen las autoridades políticas, es un proceso de integración bien administrado.

Giovanni Sartori, por su parte, ha especulado mucho sobre el tema de la integración de los musulmanes, oponiendo el pluralismo al multiculturalismo en La sociedad multiétnica (2001). El multiculturalismo, argumenta Sartori con razón, acepta culturas que quieren destruir la de acogida, lo que choca con la tolerancia que caracteriza al pluralismo. Pero, de acuerdo con Karl Popper, la buena sociedad es “aquella que sin autodestruirse puede estar abierta”. Y es que la idea extendida del multiculturalismo ha propiciado que muchos ciudadanos musulmanes se recluyan en sus guetos y no ejerzan sus libertades democráticas. El pluralismo es tolerancia y convivencia, el multiculturalismo resulta en un suicidio asistido.

La integración y las medidas innovadoras para luchar contra la radicalización islamista son insuficientes, tanto para la seguridad como para la integración, si no van acompañadas de una convicción política clara. Los occidentales estamos en retirada ideológica, hemos perdido nuestra narrativa y no nos hemos dado cuenta de que el sistema democrático y liberal, el nuestro, merece ser preservado. Como escribe George Weigel en su Faith, Reason and the War Against Jihadism (2007), “la autoestima cultural es indispensable para la victoria en la batalla contra el yihadismo”.

Burkini, ¿sí o no? La respuesta es inútil mientras las sociedades europeas toleren la radicalización y no reivindiquen los valores democráticos como superiores a los del islamismo. Es decir, mientras no abandonen el multiculturalismo y abracen el pluralismo.