Contextos

Los primeros cien días de Ruhaní

Por Pablo Molina 

Hasán Ruhaní.
"Ruhaní es simplemente el hombre que el régimen ha situado en la presidencia para aliviar las fuertes sanciones internacionales que mantienen asfixiadas sus finanzas aprovechando la aceptación general de su perfil 'moderado'"

A punto de cumplirse los primeros cien días de Hasán Ruhaní en la presidencia de Irán, los analistas de la Fundación para la Defensa de las Democracias han realizado una interesante valoración de los principales aspectos de su gestión en función de las expectativas que levantó su acceso al poder. El resultado no es tan esperanzador como pensaban aquellos que celebraron su victoria electoral como un gran paso adelante en la democratización del país de los ayatolás.

Tal vez el mayor éxito de Ruhaní haya sido el haber arrancado importantes concesiones a los poderes occidentales en lo relacionado con las sanciones económicas impuestas a Teherán como consecuencia de su programa nuclear. El proceso de negociación con el P5+1 (los cinco miembros del Consejo de Seguridad de la ONU y Alemania) ha tenido como primer fruto un alivio notable de esas sanciones, que podría tener como consecuencia la devolución de 20.000 millones de dólares. Teniendo en cuenta que actualmente Irán tiene 100.000 millones de dólares en reservas, fondos e inversiones internacionales congelados o susceptibles de ser repatriados sólo bajo determinadas condiciones, podría darse el caso de que Ruhaní consiguiera liberar una cuarta parte del patrimonio que el régimen tiene inmovilizado por mandato internacional.

El éxito diplomático de Teherán resulta incontestable, si se tiene en cuenta que a cambio no se ha visto obligado a desmantelar su programa nuclear, sino tan sólo a ralentizar la puesta en marcha de algunas de sus instalaciones más avanzadas.

A este éxito había contribuido sustancialmente el Líder Supremo de la República Islámica, Alí Jamenei, que por el momento está interfiriendo menos en la gestión de Ruhaní que en la de su predecesor, Mahmud Ahmadineyad, con el que las relaciones acabaron siendo pésimas. Si unos meses antes de las presidenciales Jamenei se dirigía al Ejército blasonando de no ser un diplomático sino “un revolucionario”, al tiempo que mostraba su desdén hacia cualquier acuerdo con “América”, con el nuevo presidente ha pasado a especular con la “heroica flexibilidad” necesaria para no perjudicar la agenda de Ruhaní en sus negociaciones con Occidente.

En el terreno de los derechos humanos, sobre todo en lo relacionado con las minorías religiosas y étnicas, apenas se ha notado el perfil moderado que se suele atribuir a Ruhaní. A pesar de sus discursos electorales, en los que aseguraba que “todo el pueblo iraní se sentiría libre” y que todas las minorías serían tratadas con justicia; a pesar también de su famosa proclama electoral: “¡Larga vida a los derechos de los ciudadanos!”, en sus primeros cien días de Gobierno se ha condenado a recibir 80 latigazos a unos cristianos por beber el vino eucarístico, por poner un sangante ejemplo; en este mismo periodo, el ritmo de las penas capitales se ha acelerado, con 125 condenas dictadas y un récord de 50 ejecuciones en sólo dos semanas por delitos relacionados con el narcotráfico. También es cierto, no obstante, que Ruhaní ha liberado a algunos de los principales prisioneros políticos, incluido el destacado abogado de derechos humanos Nasrin Sotudé.

El mayor reto interno que tiene planteado Ruhaní parece ser su relación con la todopoderosa Guardia Revolucionaria, cuyo alejamiento del nuevo presidente ha quedado de manifiesto con declaraciones como las de su líder, el general Mohamed Alí Jafari, respecto a los acercamientos diplomáticos de Irán con EEUU. Así, Jafari tachó de “error táctico” la conversación telefónica mantenida por Ruhaní con Barak Obama y censuró la referida “heroica flexibilidad” en las negociaciones nucleares. No es de extrañar esta oposición de la Guardia, habida cuenta de que ésta controla el programa nuclear que el nuevo presidente está tratando de modificar, siquiera aparentemente, para salir del caos económico heredado de Ahmadineyad a consecuencia de su probada ineptitud en el manejo de las finanzas públicas y las severas sanciones de la comunidad internacional.

A la vista de lo acontecido en estos primeros cien días de gobierno de Ruhaní, los analistas de la FDD concluyen que no ha habido ruptura ni giro político sustancial en la política tradicional de Irán. Ruhaní es simplemente el hombre que el régimen ha situado en la presidencia para aliviar las fuertes sanciones internacionales que mantienen asfixiadas sus finanzas aprovechando la aceptación general de su perfil moderado. En lo esencial, Ruhaní ni ha puesto en marcha reformas democráticas, ni ha actuado decididamente para corregir los perfiles autoritarios de un régimen con el que, necesariamente, comparte fines.