Se han hecho muchas chanzas acerca del último fiasco en el norte de Siria. Para quienes no estén al tanto, grupos rebeldes contrarios al ISIS se vieron envueltos en un tiroteo al sur de la ciudad fronteriza de Yarablus contra militantes kurdos pertenecientes a las Fuerzas Democráticas de Siria (FDS) –que también combaten contra el ISIS–, cuyo resultado fue la captura de cuatro combatientes de las FDS, que fueron exhibidos –maniatados, semidesnudos y arrodillados– en un vídeo que empezó a rodar rápidamente por las redes sociales. El hecho de que ambas organizaciones tengan el respaldo de Estados Unidos (los rebeldes, de la CIA, y las FDS, del Pentágono) ofrecía un ejemplo casi perfecto, a nivel micro, del tipo de contradicciones e incoherencias que caracterizan la estrategia general de Washington en Siria a nivel macro.
El embrollo fue aún más llamativo por haber surgido de un plan que llevaba fraguándose desde la primavera de 2015, según un reportaje del Wall Street Journal. Durante más de un año, EEUU ha estado afinando los detalles de la ansiada intervención de Turquía en el norte de Siria, lanzada finalmente la última semana de agosto. Instruir a los grupos rebeldes que iban a ser desplegados sobre el terreno y calibrar el tipo y cantidad de apoyo aéreo ya era una contribución de por sí. Al mismo tiempo, Washington ha estado armando a las FDS, dirigidas por las Unidades de Protección Popular kurdas (YPG, por sus siglas en kurdo), a las que Ankara tacha de banda “terrorista” vinculada al separatista Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK, por sus siglas en kurdo) y –para simplificar las cosas– de estar involucrada en numerosos abusos, incluyendo operaciones de limpieza étnica contra los árabes sirios bajo su dominio.
A pesar de la indudable dificultad de hacer malabares con todo esto, EEUU logró evitar una guerra abierta entre sus aliados hasta que las FDS capturaron la ciudad de Manbiy de manos del ISIS el 12 de agosto. Aunque la derrota de los yihadistas fue comprensiblemente celebrada por las autoridades estadounidenses, la presencia de las FDS alarmó a Ankara, para la cual el avance kurdo al oeste del río Éufrates es una línea roja desde hace tiempo. Perfectamente consciente de ello, EEUU exigió a las FDS que se retiraran hacia el este, so pena de cortarles la ayuda si no lo hacían. Las YPG, cuyos mandos han declarado su intención de unir su cantón de Kobani, al este del Éufrates, con el de Afrín, más de 100 kilómetros al oeste de Manbiy, tenían al parecer otros planes. Cuando un terrorista suicida sospechoso de pertenecer al ISIS mató a más de 50 personas en una boda en la ciudad de Gaziantep, en el sur de Turquía, el 20 de agosto, Ankara aprovechó la oportunidad para hacer su jugada lanzando la operación –elocuentemente denominada Escudo del Éufrates– contra el ISIS (expulsado rápidamente de Yarablus) y contra las YPG.
Al haber dado a Turquía luz verde reprendiendo públicamente a las FDS por permanecer en Manbiy, EEUU tuvo que apresurarse a decir a todos que se “retiraran” y se pusiera “fin al conflicto” cuando los rebeldes respaldados por Turquía empezaron a intentar forzar a los militantes kurdos a retroceder desde el río. El 29 de agosto las fuerzas de las YPG se escabulleron por fin hacia el este del Éufrates, según un funcionario del Pentágono, lo que presumiblemente pone fin a la disputa, por ahora.
O eso espera uno, de todos modos, porque ni que decir tiene que todo esto es enormemente inútil, por no decir peligroso. Hace mucho que es evidente que ni al ISIS ni al régimen de Asad se los puede mantener fuera del norte de Siria permanentemente sin una suerte de modus vivendi entre los rebeldes y los kurdos. El ISIS lo sabe, y por eso hace todo lo que puede para evitar que ese acuerdo prospere. El hecho de que menos de dos semanas después de la liberación de Manbiy una insignificante disputa étnica se convirtiera en todo un enfrentamiento inspira muy poca confianza en el futuro próximo de Siria. Como si quisieran confirmarlo ellos mismos, se ha reportado que los terroristas del ISIS aprovecharon el caos para lanzar un contraataque en el sur de la ciudad el 29 de agosto, a raíz de lo cual capturaron dos aldeas.
¿Qué otras conclusiones se pueden extraer de la intervención de Turquía? La primera y más obvia es que no habrá una Rojava unida en un futuro próximo. Mientras escribo esto, Ankara está sellando su destino con fuego y acero, y tiene el consentimiento explícito de la única superpotencia del mundo para ello. No es preciso añadir que ni Damasco ni Teherán tienen intención alguna de asistir al éxito del proyecto de Estado kurdo.
De hecho, la operación Escudo del Éufrates ha brillado más por lo que no ha producido: la menor resistencia significativa de los adversarios del Estado turco en Siria. Muy al contrario, Rusia aseguró explícitamente a Ankara a principios de agosto que no se interpondría en la intervención, según el ya mencionado reportaje del Wall Street Journal. El propio viceprimer ministro de Turquía dijo el 29 de agosto que Damasco había sido indirectamente advertida de la incursión que se preparaba. El periódico libanés Asafir fue más allá y afirmó que Ankara y Damasco estaban a punto de lograr un “acuerdo” por el que la primera “retrocedería” en Alepo a cambio del apoyo de la segunda a la operación Escudo del Éufrates. Aunque ustedes no se lo crean –sin duda no deberían–, es interesante que una publicación pro Asad quiera de repente presentar al dictador como un colaborador del archienemigo Erdogan.
Pero, entonces, de nuevo, ¿sigue siendo Erdogan el archienemigo de alguien (kurdos aparte)? Recordemos tres cosas que ha hecho Turquía desde marzo. Ha resuelto las cosas con Moscú disculpándose por derribar un avión de combate ruso que sobrevolaba el sur de Turquía el año pasado. Ha resuelto las cosas con Israel, cuyo primer ministro se disculpó con Erdogan por la muerte de nueve turcos en el Mavi Marmara en 2010. Todo esto quiere decir que un triunvirato turco-ruso-israelí se cierne ahora sobre el Levante (Rusia e Israel ya tenían buenas relaciones). Incluso ha habido indicios de que Turquía está arreglando las cosas con Teherán: cuando el ministro iraní de Exteriores, Zarif, se reunió con su homólogo en Ankara a principios de agosto, se comprometió a “trabajar y cooperar” en Siria. Al margen de las diferencias que puedan seguir existiendo entre Turquía y todos los países citados, está claro que ningún gran Estado que lleve las riendas en el conflicto sirio tiene problemas en dejar que Turquía se salga con la suya.
Tal vez se trate únicamente de la común hostilidad al Estado kurdo. Pero quizá nos podamos permitir hacer una interpretación más profunda. Quizá podamos llegar incluso a plantear la hipótesis de que estamos empezando a ver cómo perfila, gradualmente, no la partición sino la división de facto de Siria en regiones o esferas de influencia externa. Parece que, cada vez más, se acepta que el norte sea territorio de Turquía, con la excepción de algunas bolsas kurdas cuasi autónomas y la mitad occidental de la ciudad de Alepo. La costa y Damasco, por su parte, pertenecen a Irán y Rusia, mientras que el sur es predominantemente de Arabia Saudí, con algunas zonas para Jordania y el veto israelí sobre los Altos del Golán. Sin duda, es una generalización simple, pero cuando llegue, si es que llega, el día en que se acabe rubricando un Acuerdo de Taif sirio, será difícil esperar –por mucho que se quiera– que no se base en algo aproximado a estos lamentables términos.
© Versión original (en inglés): NOW
© Versión en español: Revista El Medio