Siguen el legado de los monjes trapenses franceses de Tibhirine, asesinados por islamistas en 1996 en plena guerra civil argelina, historia que quedó reflejada en la película De dioses y hombres. No quisieron huir y no intentaron salvar sus vidas aprovechando sus relaciones diplomáticas. Quisieron amar hasta el extremo al pueblo argelino, a cristianos y no cristianos.
Ahora, las protagonistas de esta historia con tantas similitudes son las hermanas trapenses del monasterio de Azeir, en una Siria en plena guerra y en la que los cristianos son un blanco fácil. Más aún, estas monjas completamente vulnerables viven aisladas en su pequeño monasterio, en una colina entre las ciudades de Homs y Tartús.
Son cinco religiosas italianas que llegaron al país en 2005 para continuar el legado de sus hermanos mártires de Tibhirine. Ese ejemplo de amor hasta el extremo es el que hace que ni se planteen abandonar Siria. No temen su situación ni su futuro. La suerte de los sirios es su propia suerte.
Son conscientes de que esta guerra se ha cobrado la vida de numerosos cristianos. Hay obispos y sacerdotes secuestrados, y ellas saben que son un objetivo muy apetecible. Entonces, ¿por qué estar en medio de este avispero? Para las trapenses de Azeir, la guerra no cambia nada su misión, es más, la alimenta. “Nos sentimos desafiadas por el legado de Tibhirine, por esta sugerencia’ de la vida: en un contexto donde los cristianos son una minoría, reelegir nuestra vocación monástica –no anteponer nada a Cristo– se convierte al mismo tiempo en una invitación a ser radical y en una apertura hacia el otro”, afirma la hermana Martha.
La otra pregunta obligada es por qué no abandonar Siria hasta ver cómo evoluciona la situación, pues uno de los principales objetivos de los rebeldes islamistas son los enclaves cristianos. “No queremos», afirman sin titubear.
Es nuestra gente y es nuestro país ahora. Vivimos todo junto al pueblo. A pesar del miedo que sentimos cuando los tiros suenan cerca del monasterio, gracias a Dios, estamos muy serenas.
En estos dos años largos han visto mucho sufrimiento en el pueblo sirio, y también la muerte muy de cerca. De nuevo la hermana Martha: «Estamos cerca de la frontera con el Líbano, por lo que a menudo por la noche hay grupos de rebeldes que tratan de entrar en Siria llevando armas y acompañando a nuevos combatientes». “Hemos visto asesinatos de civiles, francotiradores en los tejados, una tristeza real y una violencia que ha llegado hasta nuestro suelo”.
En este tiempo, su monasterio pero sobre todo su presencia se han convertido en un faro para toda la zona. En el lugar hay dos pequeños poblados cristianos maronitas, así como aldeas suníes y alauitas. Además de la oración como base de la vida monástica, dan una esperanza por igual tanto a cristianos como a musulmanes.
No sólo ofrecen una ayuda material, con productos de primera necesidad, sino que han constatado que cada vez más gente necesita socorro de otro orden.
Hay jóvenes que han empezado a venir a nosotras porque tienen necesidad de que alguien les ayude a pensar, a crecer, a reflexionar.
Perseverar. Esta palabra, tan utilizada por Jesucristo, es la que les guía en su misión. Perseverar pese a las dificultades.
Nuestra confianza en el hombre proviene de la esperanza cristiana y es más fuerte que todos los horrores. El cristiano está llamado a dar testimonio en este mundo. Nosotras hemos sido llamadas a Siria, así que, ¿por qué irnos?
Si les preocupa esta cruel guerra y el azote de los rebeldes islamistas, no temen menos un posible ataque de Estados Unidos. Por ello, en una carta enviada a su congregación en Italia, no dudan en arremeter contra la estrategia de Barack Obama. Se preguntan las hermanas en qué ha cambiado la situación para un bombardeo.
Es hora de hacer algo, así se lee en las declaraciones de los hombres importantes, que mañana beberán su té mirando en la televisión la eficacia de su intervención humanitaria… ¿Mañana nos harán respirar los gases tóxicos de los depósitos bombardeados, para castigarnos por los gases que ya hemos respirado?
Su experiencia es otra y así lo manifiestan al mundo. En la carta relatan:
Hoy hemos ido a Tartús (…) sentíamos la rabia, la impotencia, la incapacidad de darle un sentido a todo esto: la gente intenta trabajar, vivir normalmente (…) se ve a los pobres, tantos, que intentan conseguir alguna moneda, las calles llenas de refugiados internos (…), llegados desde todas partes.
Y ahora, además,
han decidido atacarnos.
Las consecuencias de un ataque agravarían el drama de una nación destruida, sostienen, con
generaciones de jóvenes exterminados, niños que crecen con las armas en la mano, mujeres que se han quedado solas, a menudo objeto de varios tipos de violencia (…) destruidas las familias, las tradiciones, los edificios religiosos, los monumentos que contaban y conservaban la historia, y por tanto, las raíces de un pueblo.
Sin embargo, ellas ponen su esperanza en algo muy superior a Obama, EEUU, la OTAN o Al Asad. Citando el libro de los Salmos, oran cada día:
El Señor es un Dios quebrantador de guerras, tú eres grande, Señor, eres glorioso, admirable en poder e insuperable.