Contextos

Las presidenciales iraníes, una farsa irrelevante

Por Clifford D. May 

Alí Jamenei, Líder Supremo de la República Islámica de Irán.
"Hace pocos meses, tanto el secretario de Estado, John Kerry, como el de Defensa, Chuck Hagel, dijeron que la República Islámica tiene un Gobierno 'electo'. Hagel incluso añadió que era 'legítimo'""Lo que me llamaba la atención era lo mucho que se parecía el sistema establecido por el líder revolucionario, el ayatolá Ruholá Jomeini, al que yo había visto como estudiante y periodista en la Unión Soviética. Allí también la gente podía votar, pero los miembros del Gobierno que la gente elegía no tenían verdadero poder; éste quedaba reservado para el Partido Comunista""En Irán, el Líder Supremo ejerce el poder supremo. En 1979 el Líder Supremo era el ayatolá Jomeini; hoy lo es el ayatolá Alí Jamenei"

La República Islámica de Irán celebra sus undécimas elecciones presidenciales este viernes. Es todo muy emocionante, como lo fue en 1979, cuando, justo después de la revolución que derrocó al Sha, los iraníes depositaron su voto por primera vez. Yo estaba allí, era un reportero que trabajaba en un documental para Bill Moyers, de la PBS. Entonces, como ahora, las elecciones fueron el centro de considerable atención internacional. Entonces, como ahora, las elecciones fueron una completa farsa.

Algunos lo comprendieron entonces; parece que otros nunca lo han hecho. Así, hace diez años Richard Armitage, entonces subsecretario de Estado del presidente George W. Bush, dijo que Irán era ”una democracia. Hace pocos meses, tanto el secretario de Estado, John Kerry, como el de Defensa, Chuck Hagel, dijeron que la República Islámica tiene un Gobierno “electo”. Hagel incluso añadió que era “legítimo”.

El productor iraní con el que yo trabajaba estaba entusiasmado con aquellas primeras elecciones postrevolucionarias. Consideraba mi escepticismo injustificado e injusto. Los iraníes acudían masivamente a las urnas. Evidentemente, decía, eso era un signo de progreso.

Lo que me llamaba la atención era lo mucho que se parecía el sistema establecido por el líder revolucionario, el ayatolá Ruholá Jomeini, al que yo había visto como estudiante y periodista en la Unión Soviética. Allí también la gente podía votar, pero los miembros del Gobierno que la gente elegía no tenían verdadero poder; éste quedaba reservado para el Partido Comunista.

En Irán, el Líder Supremo ejerce el poder supremo. En 1979 el Líder Supremo era el ayatolá Jomeini; hoy lo es el ayatolá Alí Jamenei. No responde ante la gente, sino ante una autoridad superior; de hecho, la Autoridad Superior. Para asegurar que se cumple la voluntad del Líder Supremo hay un cuerpo de élite, la Guardia Revolucionaria Islámica, y una milicia irregular, la de los Basij.

El Consejo de Guardianes, formado por doce miembros (designados, no elegidos), informa también al Líder Supremo, y juntos deciden quién está o no cualificado para ser candidato presidencial. Según la islámica Constitución del país, sólo los varones chiíes son aptos para desempeñar el cargo. En las presentes elecciones se registraron 686 candidatos; se dio el visto bueno a ocho.

Hace unos días, Jamenei dejó claro a los finalistas que no están para “hacer concesiones a los enemigos”. En otras palabras, que no están para sugerir que Irán estaría mejor si se abstuviera de desarrollar armas nucleares, si siguiera una política de coexistencia pacífica con América e Israel y si se centrara en arreglar su asfixiada economía.

Ninguno de los candidatos puede ser considerado un verdadero reformista, a diferencia de lo ocurrido en 2009, cuando se permitió concurrir a Mir Hosein Musavi y a Mehdi Karrubi. Recordarán que, cuando se anunció la reelección por un margen arrolador de Mahmud Ahmadineyad, millones de iraníes se dieron cuenta de que las elecciones habían sido amañadas. No era la primera vez que les tomaban por idiotas. Fue entonces que tomaron las calles, clamando “¡Muerte al dictador!” y preguntándole al presidente Obama: “¿Estás con nosotros o contra nosotros?”. Lo que se conoció como Movimiento Verde fue aplastado rápida y brutalmente.

¿Por qué los gobernantes iraníes se molestan siquiera en organizar esta farsa? Para empezar, creo que porque a la mayoría de los dictadores aún le gusta cómo suena la palabra democracia. Piensen en la República Democrática Popular de Corea y en la República Democrática del Congo.

Otro motivo: como el disidente exiliado MojtabaVahedi le contó a Sohrab Ahmari, del Wall Street Journal, al Líder Supremo le gusta tener “un chivo expiatorio que no tenga verdadero poder; alguien sin responsabilidades importantes, pero que, sin embargo, responda por cualquier error”.

Vahedi, que actualmente reside en Estados Unidos, fue un destacado colaborador de Karrubi, que fue candidato a la presidencia por primera vez en 2005 y que después denunció que esas elecciones fueron un fraude, señalando el sospechoso hecho de que, en al menos tres provincias, “el número total de votos emitidos superaba al de residentes”.

Así que, se anuncie a quien se anuncie como ganador este fin de semana, no descorchen su mejor botella de zumo de granada. El Líder Supremo seguirá gobernando de forma absoluta. Al igual que su predecesor, cree que los musulmanes tienen la obligación de hacer la guerra a los infieles, en particular a América, el “Gran Satán”, y a Israel, el  “Pequeño Satán”, más cercano a casa. La Constitución iraní es muy clara: llama a la yihad “contra los arrogantes en cada rincón del globo”. Esos debemos de ser nosotros.

Ésta es la realidad que deberíamos estar discutiendo, no las elecciones. Sólo entonces podremos aspirar a formular una estrategia de seguridad nacional seria para los difíciles años que se avecinan.

Foundation for the Defense of Democracies