Contextos

La verdadera naturaleza de Hezbolá

Por Tony Badran 

Logo de Hezbolá.
"Las ideas que sustentan la retórica de la UE derivan del discurso habitual de los analistas y los medios de comunicación, que durante años han embarullado el análisis sobre la verdadera naturaleza del grupo. Existe, de hecho, abundante bibliografía cargada de aseveraciones superfluas, engañosas y falaces""Hezbolá ha quedado retratado con nitidez, quizá más que nunca, debido principalmente a su papel en Siria"

Poco después de la decisión de la UE de incluir el denominado “brazo armado” de Hezbolá en la lista de organizaciones terroristas, el ministro holandés de Asuntos Exteriores, Frans Timmermans, declaró: “Es positivo que la Unión Europea haya decidido describir a Hezbolá como lo que es: una organización terrorista”. La aseveración de Timmermans es correcta, ni que decir tiene. Pero la idea que transmite Bruselas al separar varias alas dentro de la organización, más que clarificar la verdadera naturaleza de Hezbolá, la difumina.

Las ideas que sustentan la retórica de la UE derivan del discurso habitual de los analistas y los medios de comunicación, que durante años han embarullado el análisis sobre la verdadera naturaleza del grupo. Existe, de hecho, abundante bibliografía cargada de aseveraciones superfluas, engañosas y falaces.

Se han vertido ríos de tinta en el intento de explicar que no existe diferencia entre el denominado “brazo armado” de Hezbolá y su vertiente política. En otra ocasión analicé esta idea de equiparar a dicha organización con el IRA, cuya representación política corría a cargo del Sinn Féin. Los líderes de Hezbolá han indicado en repetidas ocasiones que, a diferencia de los irlandeses, ellos no hacen distinción alguna entre las esferas militar y política/social de su partido. El propio Hezbolá lo dejó claro en 1985 en una carta abierta. Así las cosas, la fundamentación teórica de tal dicotomía no surge de esta organización ni de los funcionarios occidentales que tratan de adoptar medidas para enfrentarse a ella, sino que la tenemos que rastrear en los años 90, cuando se desarrolla la teoría de su libanización.

En un artículo publicado en 1998, el profesor August Richard Norton sentaba las bases de la interpretación que distingue entre las actividades políticas y militares del grupo. Norton, que claramente se siente incómodo etiquetando a Hezbolá como terrorista, sostiene:

Aunque pueda resultar tentador definir a Hezbolá como una organización extremista o terrorista, este tipo de etiquetas ocultan que ha llegado a establecer una extraordinaria base social en el Líbano.

Quienes defienden la tesis de la libanización de Hezbolá se oponen rotundamente a tildarla de terrorista: lo consideran, de nuevo en palabras de Norton, “retórica fatua» para tratar de situar a sus miembros «fuera de la ley» o de «deshumanizar a los grupos radicales o revolucionarios”. Hay otros analistas que simpatizan con la teoría de la libanización pero no la comparten. A su entender, las actividades militares son parte inextricable de la compleja red de Hezbolá. Ni que decir tiene que también rechazan hablar de terrorismo. En la jerga académica actualmente tan en boga, se defendió que ponerle el marbete de terrorista impedía “la producción de conocimiento sobre Hezbolá y su comprensión”. Sin embargo, se ha demostrado que la realidad es la contraria, precisamente porque esta actitud ha contribuido a complicar la comprensión de dicha organización.

Para disociar terrorismo y Hezbolá, o al menos para tratar de rebajar o cuestionar sus vínculos, varios intelectuales y periodistas introdujeron una serie de argumentos y categorías que resultan surrealistas, contradictorios o incluso carentes de sentido.

Fijémonos, por ejemplo, en el relato sobre el papel que desempeñó en la organización Imad Mugniyeh. Se llegó a decir que los actos terroristas eran cosa suya y de los miembros del partido que pertenecían a la denominada Organización de Seguridad Externa; como si Mugniyeh fuese un bala perdida que se apartaba de la ortodoxia para participar en actos terroristas. Incluso hubo especialistas que fueron más allá y llegaron a poner en duda que Mugniyeh tuviera algún tipo de vínculo con la organización.

Hubo quien argumentó que era más fácil atribuir a Irán el terrorismo de Hezbolá que al propio grupo, o que Mugniyeh actuaba «sólo por encargo de Irán«. Esta caracterización, que separa tan tajantemente a la organización de su propio creador, no se sostiene a día de hoy, pues se aleja claramente de la realidad. Pero hasta fechas muy recientes, por ejemplo hasta 2006 (guerra Hezbolá-Israel), pero sobre todo hasta su implicación en el conflicto sirio, cualquier propuesta de que Hezbolá era una herramienta para la proyección del poder iraní era tajantemente rechazada como «una aproximación anacrónica».

Durante demasiado tiempo el debate ha rozado lo absurdo. El año pasado se publicó un artículo de opinión en The New York Times en el que se criticaba la renuencia de la izquierda europea «para posicionarse claramente cuando el antisionismo se convierte en antisemitismo» en la retórica islamista, viejo debate que se reabrió cuando el líder de Hezbolá, Hasán Nasrala, hizo unas declaraciones antisemitas. Tal y como Alex Rowell, de NOWdocumentó entonces, parte de la izquierda americana salió en defensa de Nasrala. Y no fue solamente la izquierda más radical, también algunos analistas empezaron a hurgar en viejas cartas y comentarios e hicieron verdadero encaje de bolillos para tratar de justificar a Nasrala.

En realidad, ni siquiera debería haber habido discusión sobre si Nasrala había hecho declaraciones antisemitas: si alguien se hubiera tomado la molestia de mirar, habría encontrado uno de sus discursos sobre el tema en la web de Hezbolá, cuajado de los clásicos tropos antisemitas. “Dios Todopoderoso quiere evitaros la molestia de tener que buscarlos [a los judíos] por todo el mundo, no en vano se van a reunir en un lugar [Israel]”, dice en él. En aquel entonces (2002) apareció una versión resumida en The Daily Star, pero se negó su autenticidad y se acusó de falta de integridad al periodista que la difundió. Que los apologistas de Hezbolá traten de difuminar la realidad es comprensible. Pero que los analistas y los periodistas no se molesten en contrastar las pruebas arroja verdaderamente luz sobre el modo en que realizan su trabajo cuando tratan de profundizar en el conocimiento de esta organización.

Es una cuestión de pereza intelectual y falta de honestidad, y se llega al absurdo generalizado. Los debates sobre el antisemitismo de la organización no deben centrarse en si se puede confirmar o no la atribución de una cita a Nasrala. El hecho de que Hezbolá atacase un centro judío en Argentina en 1994, por ejemplo, deja clara su actitud hacia los judíos, sea cual sea la retórica que utilice.

Para sus defensores, así como para algunos analistas que han dedicado notables esfuerzos a su interpretación, el objetivo era difuminar los contornos de Hezbolá, que no sería una organización terrorista que habría llevado a cabo acciones contra los judíos en distintos lugares del mundo, sino un movimiento para la liberación del Líbano y la defensa del país del Cedro contra las agresiones de Israel. En un discurso pronunciado en vísperas de la decisión de la Unión Europea arriba mencionada, Nasrala repitió la misma historia. Dijo que los tres objetivos de su partido eran liberar las tierras ocupadas del Líbano, repatriar a los prisioneros y los muertos en manos de Israel y contribuir a defender el Líbano de Israel.

El discurso de los medios y de los analistas a lo largo de los años ha contribuido no sólo a difundir los objetivos de Hezbolá, sino a enturbiar su verdadera naturaleza y misión. En cualquier caso, a día de hoy Hezbolá ha quedado retratado con nitidez, quizá más que nunca, debido principalmente a su papel en Siria.

Actualmente hay libaneses y árabes que tratan de revisar la retórica de Hezbolá y las muchas categorías ridículas que han dominado la discusión sobre su historia, su identidad y sus objetivos. Ahora reconocen que siempre ha sido un activo de Irán, indisolublemente ligado a Teherán y a sus objetivos regionales. Árabes y libaneses son cada vez más conscientes de que tanto la farsa de su resistencia como su entrada en las instituciones constituyen dos caras de la misma moneda: son una tapadera para dominar el Estado libanés. También saben de primera mano que Hezbolá ha respaldado la toma del poder por medios violentos cuando ha sido necesario. O, en otros términos, que la ensoñación de que existe un brazo armado y otro político no es más que una fantasía que todo el mundo en el Líbano sabe que no se ajusta a la realidad.

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