Contextos

La reelección de Asad, un triunfo sobre Obama

Por Richard Grenell 

El dictador sirio, Bashar al Asad.
"La mayoría de los observadores occidentales creen que las elecciones, controladas por el Gobierno, ya son un fraude. Irán, el verdadero poder en Siria, quiere a Asad, así que éste vencerá""Esta Casa Blanca está dispuesta a permitir que el Medio Oriente se reconstruya en formas que Norteamérica y sus aliados siempre han tratado de evitar: influencia indiscutida de Irán en Irak, Siria y el Líbano; un programa nuclear iraní que detone una carrera armamentística en la zona más inestable del mundo; éxito continuado de Hezbolá y otros peones iraníes sembrando el terror, y una bomba que amenaza la existencia misma de Israel"

El tres de junio, Bashar al Asad se presentará para el que sería su tercer mandato de siete años. Podría perfectamente proclamarse vencedor antes incluso de que comiencen las elecciones. La mayoría de los observadores occidentales creen que las elecciones, controladas por el Gobierno, ya son un fraude. Irán, el verdadero poder en Siria, quiere a Asad, así que éste vencerá.

“He visto cómo funcionan las votaciones en Siria”, dijo un desertor del Ejército sirio a la revista Time. “Asad ganará, independientemente de cuántos nombres haya en la papeleta”.

La actual crisis siria y la próxima reelección triunfante de Asad están resultando ser una vergüenza internacional para el presidente Obama. Prometió a los sirios, a los norteamericanos y al mundo que se haría frente a Asad. Pocas semanas antes de su propia reelección, en noviembre de 2012, el presidente lanzó su tristemente célebre promesa de campaña sobre la línea roja contra Asad. Por aquel entonces, los críticos vapulearon a Obama por ignorar los miles de muertos sirios a manos del dictador y de sus matones. La bravucona promesa de campaña establecía que si Asad empleaba armas químicas, en contra de lo establecido por el loado Protocolo de Ginebra, Estados Unidos actuaría.

El presidente lo expresó en términos nada ambiguos:

Le hemos dejado muy claro al régimen de Asad, pero también a los otros actores en el escenario, que, para nosotros, una línea roja es que empecemos a ver un montón de armas químicas siendo trasladadas o utilizadas. Eso cambiaría mis cálculos. Eso cambiaría mi ecuación.

Pese al hecho de que Asad ya había empleado armas químicas contra su pueblo, las volvió a utilizar contra civiles tan solo ocho meses después. También lo ha vuelto a hacer varias veces desde la amenaza de Obama. El Telegraph informa de que el presidente sirio, sólo el mes pasado, se sirvió tres veces de esas armas. Una vez reelegido, la promesa de Obama, como era previsible, se diluyó rápidamente en lo que constituye el statu quo que le guía, ignorar Siria y otras crisis globales.

El Economist lamentaba recientemente la endeble política exterior de la Administración Obama:

Estas marchas atrás siembran la persistente sospecha entre amigos y enemigos de que, el día crucial, puede que Norteamérica, simplemente, no se presente.

El periódico proseguía:

Ha infringido la regla fundamental del poder disuasorio de una superpotencia: debes mantener tu palabra. En Siria trazó una línea roja: castigaría a Bashar Asad si empleaba armas químicas. El dictador sirio lo hizo, y Obama no hizo nada.

La promesa de campaña de Obama respecto a Siria ha resultado ser un problema grave para la credibilidad norteamericana. Aliados como Arabia Saudí e Israel consideran las promesas vacías algo más que retórica de campaña. Para ellos, el farol del presidente es la peligrosa señal de un Oriente Medio que se precipita más en el caos debido a que Estados Unidos se bate en retirada. Es un signo de que esta Casa Blanca está dispuesta a permitir que el Medio Oriente se reconstruya en formas que Norteamérica y sus aliados siempre han tratado de evitar: influencia indiscutida de Irán en Irak, Siria y el Líbano; un programa nuclear iraní que detone una carrera armamentística en la zona más inestable del mundo; éxito continuado de Hezbolá y otros peones iraníes sembrando el terror, y una bomba que amenaza la existencia misma de Israel.

Mientras Siria se hunde más en la violencia sectaria, Turquía, Irak, Jordania y el Líbano han de hacer frente a los dos millones y medio de refugiados que huyen de esa violencia y a los radicales que se extienden y pretenden agravar la situación de la región con sus propios planes desestabilizadores.

El número de muertos en Siria supera ya los 150.000. Si bien Estados Unidos ha enviado algo de ayuda humanitaria y ciertos suministros, como alimentos, la Administración Obama se ha mostrado remisa a asumir liderazgo alguno en el conflicto. Se puede hacer mucho para ayudar a organizar y a dirigir a los combatientes de la oposición sin tener que enviar tropas estadounidenses al país. Aunque algunos expertos sostienen que una decisión más temprana de Obama para ayudar a organizar a la oposición al inicio del conflicto habría supuesto una diferencia con la situación actual, aún hay mucho que se puede hacer para ayudar a acabar con el sufrimiento y la guerra vigentes.

Pero Obama sigue argumentando con la falsa elección entre iniciar una guerra sobre el terreno enviando tropas estadounidenses e ignorar la situación. Su continua excusa de que los norteamericanos están cansados de guerras no tiene en consideración los instrumentos que tiene a su disposición: afrontar la verdadera fuente de inestabilidad en la región, Irán; armar a los rebeldes sirios correctos, u obtener un verdadero acuerdo para transferir y destruir los arsenales químicos sirios (en vez de una farsa del mismo, obtenida con la intermediación rusa). Todas éstas deberían ser metas reales, y hay muchos congresistas demócratas y republicanos, por no mencionar  a los aliados estadounidenses, que están preparados y deseosos de ayudar. Cualquier excusa que sostenga que estos objetivos son demasiado complicados ahora que el conflicto está en marcha no es tal, sino una prueba del fallo de Obama por no haber actuado antes.

La Primavera Árabe ha resultado ser un Despertar Islamista, y el presidente de Estados Unidos no se interesa en absoluto por las consecuencias de ello. La reelección del presidente sirio Asad será un triunfo sobre Obama y supondrá un símbolo mundial de su debilidad.