El editor Amara al Jatabi fue detenido el 19 de diciembre de 2012 después de que su periódico, Al Umma, publicara los nombres de 84 jueces acusados de corrupción. Jatabi fue acusado de infringir el artículo 195l, una ley de la época de Gadafi que prohíbe “insultar a autoridades constitucionales y populares”. La detención del editor, una evidente violación de la libertad de expresión, principio fundamental de los derechos humanos, hizo sonar las alarmas en organizaciones internacionales como Amnistía Internacional y Human Rights Watch.
Pese a que el arresto de Jatabi comenzó a recibir cobertura mediática en Libia el 28 de febrero, cuando inició una huelga de hambre en protesta por su injusto encarcelamiento, la mayoría prestó a su caso poca o nula atención. Aunque hay algunos factores que podrían explicar esta escasez de información, he ahí una clara muestra de las trabas a la libertad de expresión en la Libia posrevolucionaria.
La exigencia de libertad de expresión fue una de las principales chispas que encendieron la revolución libia en 2011. La gente sentía la necesidad de expresar sus sentimientos respecto a diversas cuestiones políticas, o sociales, que se consideraban tabú o eran criminalizadas por el régimen de Gadafi. Muchos libios creían, asimismo, que la verdadera libertad de expresión les permitiría manifestar sus opiniones e ideas a favor del cambio.
Desde la revolución, con echar un vistazo a la televisión, las redes sociales, los periódicos y la radio se puede constatar el enorme número de gente que desea expresar sus ideas. Hoy en día hay más medios de comunicación en el país que colores de gominolas; ahora bien, el número de plataformas mediáticas no refleja necesariamente la calidad de la libertad de expresión.
Las limitaciones más evidentes a la libertad de expresión, pese a que estemos en una época que promete a los libios más libertades, son la ausencia de seguridad y de imperio de la ley. Los prejuicios de los propios medios y los hábitos culturales son otros obstáculos. Por otro lado, es comprensible, dado el momento que vivimos, que los temas de debate más candentes acaben siendo politizados.
Los grupos armados se cuentan actualmente entre los actores políticos más importantes, lo cual no deja de tener en cuenta a la hora de hablar mal de ellos, especialmente a la hora de hablar mal. Quieren formar parte de la nueva Libia, y una de sus formas de hacerlo es enfatizando su presencia y restringiendo las libertades de los civiles.
Aun dejando a un lado la cuestión de las milicias, la seguridad sigue suponiendo una amenaza para la libertad de expresión. No hay ninguna fuerza estatal, como la Policía o el Ejército, que garantice la expresión libre y segura. A esto se suma un sistema judicial deshecho, lo cual impide que se imparta justicia de forma imparcial en los casos relativos a la libertad de expresión. Los ciudadanos libios se encuentran atrapados en un círculo vicioso, entre la falta de ley y orden por un lado y de justicia por el otro. Libertad y justicia son principios indisolubles: no se puede tener una sin la otra.
La revolución del 17 de febrero trajo esperanzas de una nueva era de libertad de expresión, en la que cada cual cada uno tendría derecho a manifestar sus opiniones. En términos de libertad, sin lugar a dudas Libia ha avanzado desde la época de Gadafi, como demuestran los informes anuales de Freedom House. En 2013, en el índice de libertades civiles se pasó de 6 a 5 y el país pasó de ser considerado “no libre” a “parcialmente libre”, debido a “la proliferación y el constante activismo de los medios de comunicación y las organizaciones de la sociedad civil”.
Hasta que la forma de gobierno ideal comience a tomar forma, dependerá de vigilantes como los activistas y las organizaciones pro derechos humanos señalar las limitaciones a las libertades. Buena parte de la sociedad libia se ha vuelto hacia los medios online para expresarse, y en algunas zonas la radio se ha convertido en un medio económico para manifestar opiniones. En cuanto a los periodistas, están trabajando para superar las restricciones que soportan. Con todo, es evidente que sólo cuando se establezcan nuevas leyes que respeten los derechos humanos, cuando la gente se sienta segura y los medios de comunicación maduren podremos empezar a ver florecer la libertad de expresión en un entorno saludable y democrático.