¿Cómo ha llegado Libia a ser el desastre que es, un país sin Gobierno central y con una flamante provincia del Estado Islámico en Sirte que ha atraído a al menos 5.000 combatientes del propio EI? La causa inmediata de la anarquía actual es, por supuesto, el derrocamiento de Muamar Gadafi en 2011, al que contribuyeron EEUU y sus aliados en la OTAN y el mundo árabe.
El New York Times acaba de publicar dos largos artículos de Scott Shane y Jo Becker sobre el proceso de toma de decisiones en la Administración Obama que pone el foco en el papel de Hillary Clinton. (Los links, aquí y aquí). Los textos dejan claro que Clinton fue quien abogó por la intervención cuando empezó la revolución contra Gadafi y parecía que el régimen iba a perpetrar una matanza a gran escala en Bengasi para retener el poder. La misión original de proteger Bengasi pronto derivó en una de cambio de régimen.
Hay mucho en esos artículos que resulta embarazoso para Clinton, especialmente su precipitado alborozo ante la caída de Gadafi. Tras escuchar las noticias al respecto, Clinton exultó: «Fuimos, vimos y murió». Dice el NYT:
Dos días antes, la señora Clinton hizo un tour triunfal por la capital libia, Trípoli, y durante semanas asesores de alto nivel hicieron circular un cronograma que describía su papel protagónico en los acontecimientos. La cronología, escribió su asesor político Jake Sullivan, demostraba el “liderazgo/patronazgo” de la señora Clinton en la cuestión libia “desde el principio hasta el final”. El lenguaje del memorándum la pone en el centro de todo: “HRC [Hillary Rodham Clinton] anuncia (…) HRC dirige (…) HRC viaja (…) HRC se compromete”…
Desde luego, Clinton se estaba adueñando de un desastre. Pero ¿el auténtico error fue intervenir o no persistir? Yo diría que esto último. Si EEUU no hubiera intervenido, el resultado habría sido algo parecido a lo que sucede en Siria. Yo fui partidario de intervenir, pero a la vez advertí de que EEUU debería preparar el terreno en serio para una Libia post Gadafi, y de que la única manera de evitar el caos pasaba por enviar una fuerza de paz internacional.
No hay evidencia en los artículos del NYT de que Clinton favoreciera el envío de pacificadores, como sabiamente hizo su marido en Bosnia, Kosovo y Timor Oriental. Pero abogó por dar pasos vigorosos, todos los cuales fueron rechazados por el presidente Obama y sus más estrechos colaboradores. El presidente, comprometido con la doctrina del liderazgo desde atrás, insistió en que los europeos asumieran la iniciativa, en lo cual fracasaron y Estados como Qatar llenaron el hueco enviando armas a las milicias islamistas.
El presidente y el Consejo de Seguridad Nacional pusieron lo que un oficial denominó «férreos límites» al rol americano: EEUU sólo proveería ayuda cuando pudiera ofrecer una capacidad única, sólo cuando Libia explícitamente la requiriera y sólo cuando Libia pagara por ello con sus ingresos petroleros. En la práctica, esas condiciones significaban que EEUU haría muy poco.
El NYT sugiere que Clinton de hecho pugnó por una mayor implicación para entrenar a las fuerzas de seguridad libias y dar otros pasos importantes, pero todas sus sugerencias fueron rechazadas en el proceso interdepartamental que puso en marcha Obama. Una cuestión que el NYT no aborda suficientemente es si Clinton fue tan vigorosa como debería haber sido a la hora de presionar para dar pasos en pro de la estabilización de Libia. Mi impresión es que no lo fue; que no estaba dispuesta a hacer de la cuestión libia un asunto primordial ante el presidente, con el que tenía una relación distante, y que tácitamente dio su visto bueno a las desastrosas políticas de Obama.
Al final me quedo con la impresión de que Obama era un problema mayor que Clinton. El presidente que llegó al poder denunciando los errores de George W. Bush en Irak acabó por cometerlos en Libia. Esto servirá como lamentable epitafio para su Administración.
© Versión original (en inglés): Commentary
© Versión en español: Revista El Medio