Decía el economista John Maynard Keynes que muchas personas que se creen sensatas en realidad no hacen más que repetir las ideas lanzadas por otros hace tiempo. Es un fenómeno corriente el asumir como propias ideas leídas o escuchadas hace tanto tiempo que olvidamos su origen y las creemos una ocurrencia propia. En estos tiempos, las personas que dicen tener una perspectiva crítica de la realidad y practicar un sano escepticismo ante las informaciones divulgadas por los medios de comunicación occidentales suelen repetir ideas cuyo origen es posible trazar hasta medios al servicio de los Gobiernos de Moscú y Teherán. El propósito es evidente. Se trata de instalar la idea de que los países occidentales sólo tienen intereses ilegítimos en la guerra de Siria, en contraste con los aparentes nobles propósitos de Rusia e Irán.
En el caso de la madeja de noticias sobre la guerra civil siria, no lleva mucho trabajo recorrer el hilo hasta el origen de informaciones fantasiosas sobre el Estado Islámico como una creación de la CIA o el Mosad. La paradoja es que quienes defienden que la sorpresiva irrupción en escena del Estado Islámico fue el resultado de la sempiterna perfidia de los planes ocultos de Washington pasan por alto que ni sus avances territoriales en 2014 fueron sorpresivos ni ocultos los planes del Gobierno de Obama para Siria.
Posiblemente la decisiva inacción del Gobierno Obama en Siria y Ucrania será juzgada de forma poco benevolente por los historiadores en un futuro. A partir de la primavera de 2013, el régimen de Irán intervino decisivamente en la guerra enviando asesores para reorganizar el Ejército sirio y desplegando combatientes de Hezbolá, su peón libanés, ante la urgencia de la situación que afrontaba el régimen de Damasco. Más tarde, Teherán enviaría a Siria combatientes chiíes procedentes de Irak y Afganistán. La internacionalización del la guerra se completó con la venta rusa de armas a Damasco (v. “Armas rusas para Asad”). Ante la perspectiva de una derrota definitiva de los rebeldes, debilitados por la pinza formada por el régimen sirio y el Estado Islámico, Riad aumentó su apuesta. Envió al Ejército Sirio Libre armas compradas en Croacia y negoció la compra en Estados Unidos de casi 14.000 misiles anticarro TOW. Desde entonces se ha hecho sencillo conocer qué grupos rebeldes cuentan con la aprobación de Washington. Son los que emplean misiles TOW llegados vía Arabia Saudita.
Mientras tanto, la contribución inicial directa de Estados Unidos y otros países occidentales fue la organización de cursos de formación para los rebeldes y la entrega de material no letal, como brújulas y sacos de dormir. Hubo entonces quejas de los combatientes sirios, que se sentían tratados como boy scouts. Sólo en 2014, tres años después del estallido de la guerra civil y cuando su internacionalización era ya más que evidente, se planteó en Washington armar a grupos rebeldes. Los periodistas Phil Caller y Aris Roussinos entraron en Siria aquel año para mostrar la guerra en el norte del país. Entrevistaron a miembros del Frente de Revolucionarios de Siria, parte del Ejército Sirio Libre. Uno de ellos habla cándidamente a la cámara sobre el entrenamiento recibido y enseña como ejemplo del material recibido un sencillo GPS pensado para excursionistas. Menciona la entrega de armas y la condición impuesta: que el objetivo fuera únicamente el Estado Islámico.
En una Siria donde los grupos locales se veían enfrentados tanto al Estado Islámico como al régimen de Bashar al Asad, la condición impuesta a los grupos rebeldes para recibir ayuda militar lastraría todo el esfuerzo de Estados Unidos. Se les pedía que dieran la espalda a uno de esos enemigos. Cabría preguntarse si sucedió así para emplearlo como una baza en las negociaciones nucleares con Irán o fue una condición impuesta desde Teherán.
Otra condición, aparentemente razonable, era que los candidatos a recibir formación militar no hubieran tenido vínculos con grupos de carácter yihadista. Pero en una guerra de naturaleza cuasi medieval, con alianzas cambiantes, se hacía difícil encontrar grupos rebeldes que en algún momento no hubieran establecido una alianza con yihadistas en algún frente local. Es más, tras tres años de guerra, en que los principales valedores de los grupos rebeldes sirios habían sido Arabia Saudita, Qatar y Turquía, los grupos de naturaleza islámica superaban en número y recursos a los seculares. El flujo de recursos externos había hecho orbitar a muchos de los primeros hacia los segundos.
La CIA destinó 500 millones de dólares al programa con el objetivo de entrenar a 5.000 combatientes sirios. Pero encontró tan solo a 1.200 que cumplieran los requisitos mencionados. Cuando se les comunicó que la condición era volver a Siria para combatir únicamente al Estado Islámico, la mayoría abandonó. Sólo 200 comenzaron el entrenamiento. El primer grupo, de 54 combatientes, encuadrados en la llamada División 30, entró en Siria en el verano de 2015. Enseguida fueron atacados por miembros de Jabhat al Nusra, la franquicia siria de Al Qaeda. Los combatientes entrenados por la CIA murieron, huyeron o cayeron prisioneros. Cuando el comandante en jefe del mando regional para Oriente Medio de Estados Unidos compareció ante el Senado en septiembre de 2015, informó de que luchando en Siria sólo quedaban 4 o 5 de aquellos combatientes. Aquel mes entró en el país un segundo grupo, de 75 combatientes, que entregó parte de las armas recibidas de la CIA a Jabhat Al Nusra como pago para cruzar la frontera.
Si el doble fiasco no fue suficiente, el periodista Aram Roston desveló otros aspectos del programa igual de cuestionables. Resulta que una pequeña empresa estadounidense sin experiencia ganó dos contratos de asignación directa para la formación de los rebeldes sirios. Hasta ganar los dos contratos con el Mando de Operaciones Especiales en diciembre de 2014, Purple Shovel era una empresa dedicada a la contrainteligencia, la especialidad militar de su fundador, un antiguo suboficial del Ejército estadounidense. El primer contrato, por un valor de 31 millones de dólares, era por equipamiento y servicios de formación. El segundo contrato, por valor de 26,7 millones de dólares, era por “armas y munición extranjeras”. Esto último se refería a la clase de armas de diseño soviético empleadas en Siria, como el ubicuo lanzagranadas anticarro RPG-7. Purple Shovel buscó proveedores en Bulgaria, donde encontró uno que ofrecía granadas cuya fecha máxima de empleo seguro estaba superada. Purple Shovel subcontrató además la formación de los rebeldes sirios a otra empresa. Un empleado estadounidense de la subcontratista murió en Bulgaria al estallar una de las granadas caducadas.
A finales de 2015, los militares estadounidenses que participaban en la operación contra el Estado Islámico crearon un grupo de trabajo para desarrollar una «nueva narrativa» que presentar a la opinión pública. La estrategia de Washington para Siria cambió también, al terminar por reconocer que debía incluir en ella a las fuerzas kurdas, las más efectivas hasta aquel momento en Siria en la lucha contra el Estado Islámico. Aparecieron así las Fuerzas Democráticas Sirias como una organización que englobaba fuerzas kurdas, musulmanas y cristianas enemigas del Estado Islámico.
La paradoja de las teorías conspirativas sobre Siria es que pretenden sacar a la luz lo que no está oculto. La proliferación de información vía redes sociales, los mecanismos de control democrático y la investigación periodística han permitido saber cómo y en qué se ha se ha gastado el dinero el Gobierno de los Estados Unidos apoyando a grupos armados sirios. La realidad es más ridícula y anodina que las fantasías inventadas en Moscú y Teherán.