Contextos

Israel ama a Sisi

Por Lee Smith 

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"No hay declaraciones oficiales del Gobierno israelí respecto a que apoye al Ejército, ni tampoco se han citado siquiera fuentes que corroboren la afirmación, bastante extraordinaria, que realizan ambos artículos: Israel y la Casa Blanca están enfrentadas porque, mientras que Obama está considerando tranquilamente las consecuencias morales y estratégicas de que se le vea apoyar la represión ejercida por Sisi, el Estado judío vitorea un pogromo""Israel, sin tener en cuenta lo que opine de la moralidad de sus vecinos, no es una superpotencia, sino un pequeño país con unos seis millones de judíos y un millón y medio de árabes, que no tiene virtualmente capacidad alguna de trastear en los mecanismos internos de otros países de Oriente Medio. Conforme a ello, Israel mantiene la cabeza baja, espera lo mejor y se prepara para lo peor""El propósito de atribuir a Israel ideas que no alberga y políticas que no ejerce es clarificar el debate político aquí, en Estados Unidos""Al presionar por el acuerdo de paz, incluso con Morsi y, ahora, con Sisi, Israel y la AIPAC tratan de despertar a la Casa Blanca de su sueño: recuerda, eres quien gestiona el poder en Oriente Medio"

Según el Wall Street Journal, Israel, junto a Arabia Saudí y a los Emiratos Árabes Unidos, apoya entusiasmado la sangrienta campaña del Ejército egipcio contra los Hermanos Musulmanes. Eso, según el Journal, “ha empujado a Israel a alinearse más estrechamente con esos Estados del Golfo”. Sí, concuerda el New York Times: Israel, Arabia Saudí y los Emiratos apoyan “a las Fuerzas Armadas egipcias y pretenderían contrarrestar los ruegos occidentales de que modere sus actuaciones en contra de los Hermanos y del derrocado presidente Mohamed Morsi y sus partidarios”.

Sabemos que los Estados del Golfo apoyan el golpe del general Abdul Fatah al Sisi porque, como informan el Times y el Journal, han entregado o se han comprometido a entregar un total de 12.000 millones de dólares a Egipto. No existe una evidencia similar de que Israel respalde a la Junta; a diferencia de los países del Golfo, Jerusalén no ha dado dinero alguno. No hay declaraciones oficiales del Gobierno israelí respecto a que apoye al Ejército, ni tampoco se han citado siquiera fuentes que corroboren la afirmación, bastante extraordinaria, que realizan ambos artículos: Israel y la Casa Blanca están enfrentadas porque, mientras que Obama está considerando tranquilamente las consecuencias morales y estratégicas de que se le vea apoyar la represión ejercida por Sisi, el Estado judío vitorea un pogromo.

No obstante, según la prensa, esa misma dinámica se está produciendo más cerca de casa, donde la comunidad proisraelí americana también desearía que Sisi se imponga, sin importarle el derramamiento de sangre. El Ejército egipcio tiene un nuevo mejor amigo en Washington, afirma una historia de Foreign Policy. Incluso cuando el paquete de ayudas de Washington, de 1.300 millones de dólares, se está viendo sometido a “críticas globales”, la AIPAC (American Israel Public Affairs Committee) “está presionando activamente para que prosiga la ayuda estadounidense a Egipto”.

Peter Beinart, en el Daily Beast, encuentra que todo el asunto es repulsivo, y escribe, abatido:

Israel quiere que los militares sigan al mando.

¿Lo quiere?

Por supuesto, algunos antiguos altos cargos israelíes lo quieren. Ehud Barak dijo recientemente en Fareed Zakaria GPS que “todo el mundo debería apoyar a Sisi”. De forma análoga, el antiguo jefe del Mossad, Danny Yatom, sostenía que “no hay duda de que Israel prefiere el Ejército a los Hermanos Musulmanes y un régimen laico antes que uno religioso”.

Sin embargo, no consta que ningún miembro actual del Gobierno israelí apoye a Sisi frente a la Hermandad. Y por un buen motivo: Israel, sin tener en cuenta lo que opine de la moralidad de sus vecinos, no es una superpotencia, sino un pequeño país con unos seis millones de judíos y un millón y medio de árabes, que no tiene virtualmente capacidad alguna de trastear en los mecanismos internos de otros países de Oriente Medio. Conforme a ello, Israel mantiene la cabeza baja, espera lo mejor y se prepara para lo peor, porque, como dijo un representante israelí al Times la semana pasada: “Cualquier cosa que digamos se empleará en contra nuestra (…) Si condenamos la violencia, seremos acusados de apoyar a los Hermanos Musulmanes”. Y si no lo hacen, explicó que “entonces parecerá que Israel está conchabado con el Ejército egipcio”.

Israel tiene un interés fundamental en Egipto: mantener el tratado de paz. Como dijo el primer ministro Netanyahu en Face the Nation el mes pasado, el tratado “ha sido la piedra angular de la paz entre nosotros y nuestros vecinos, y también lo es para la estabilidad en Oriente Medio. Y es nuestra preocupación, mientras cambian las Administraciones: primero se fue Mubarak; vino Morsi. Ahora Morsi se ha ido, y veremos lo que pasa en Egipto”.

En consecuencia, Israel, a diferencia de los Estados árabes con los que lo compararon el Times y el Journal, no le dice a Estados Unidos de parte de quién debe ponerse. Consideremos, por ejemplo, el enfoque árabe. El ministro de Exteriores saudí, Saud al Faisal, uniéndose a la creciente tendencia de las autoridades árabes que amenazan abiertamente a las estadounidenses por su postura respecto a Egipto, lanzó recientemente insultos contra América:

Todos los países que adoptan semejantes actitudes negativas respecto a Egipto deberían saber que el fuego y la ruina no se limitarán sólo a él, sino que repercutirán en todos los que hayan contribuido a los problemas y desórdenes que están sucediendo hoy allí o los hayan apoyado.

En resumen, Israel apoya el tratado de paz, como la AIPAC, que hizo presión para mantener la ayuda a Egipto cuando Morsi estaba en el poder, pese a que entonces en el Capitolio cundía la impresión de que la Administración debía suspenderla.

El propósito de atribuir a Israel ideas que no alberga y políticas que no ejerce es clarificar el debate político aquí, en Estados Unidos. Para quienes creen que Israel es un Estado paria, capaz de cualquier bajeza moral por preservar su ilegítima existencia, la idea de que éste apoye al Ejército hace que la decisión resulte fácil: apoyar a los Hermanos Musulmanes. Lo contrario se aplica a muchos en la comunidad proisraelí: como los Hermanos son una organización manifiestamente antisemita que se complace ante la posibilidad, y la realidad, de asesinar judíos, Sisi es un campeón. Ambas partes en este debate están muy alejadas de las realidades de Oriente Medio, y, en particular, de la historia de las relaciones entre Egipto e Israel.

No fueron los Hermanos Musulmanes quienes expulsaron a los judíos de Egipto en los años 50, ni fue una banda de partidarios del resurgimiento islámico quien declaró la guerra al Estado judío en 1967 y 1973. Fue el régimen militar egipcio, un legado que ahora está a cargo de Abdel Fatah al Sisi. Es cierto que Hosni Mubarak y su jefe de Seguridad, Omar Suleimán, odiaban a Hamás, pero Morsi y los Hermanos, que comparten lazos de sangre con la resistencia islámica, se vieron obligados por motivos de interés nacional y de seguridad del régimen a oponerse al movimiento palestino durante la campaña israelí en Gaza del pasado otoño. No hay forma de saber cuánto habría durado este estado de cosas, como tampoco se puede saber durante cuánto tiempo Israel seguirá gozando de buenas relaciones con la cúpula militar y de seguridad egipcia.

A diferencia de los norteamericanos que se encuentran en cada uno de los bandos de este debate, y que gozan del lujo estar separados de la región por una amplia franja del globo terráqueo, los israelíes mal pueden permitirse la ilusión de imaginarse que su seguridad ahora descansa en manos del Ejército egipcio. Descansa en el tratado de paz, que está rubricado no tanto por los 1.300 millones de ayuda estadounidense a Egipto como por la capacidad norteamericana de ejercer poder. Mientras la Casa Blanca crea que tiene poca capacidad para influir en el resultado en Egipto, estará diciéndole, entre otros, al hombre que gobierna ahora el Estado árabe más poblado, que Estados Unidos es un espectador. Al presionar por el acuerdo de paz, incluso con Morsi y, ahora, con Sisi, Israel y la AIPAC tratan de despertar a la Casa Blanca de su sueño: recuerda, eres quien gestiona el poder en Oriente Medio. Después de todo, la ayuda sirve para comprar bastante menos que cuando se firmó el tratado, hace tres décadas, pero es un símbolo de tu prestigio, un activo que está por encima de toda comparación. Despierta, América.

A todos los efectos, los Hermanos Musulmanes están en el retrovisor, por lo menos de momento. Seguramente resurgirán, más experimentados y violentos, pero, mientras, tienen poco o nada que decir sobre la dirección de Egipto, que está completamente en manos del Ejército. Así, la lista de pros y contras que han estado haciendo muchos norteamericanos, sobre a quién amar, al Ejército o a los Hermanos, no sólo resulta insensible, sino irrelevante. La cuestión, más bien, es Sisi, porque, después de haberles hecho la guerra a sus compatriotas, no es improbable en absoluto que abra un frente en el exterior.

The Weekly Standard