Contextos

¿Importa el pasado de Abás en el KGB?

Por Jonathan S. Tobin 

Abás en la ONU
"Si hombres como Abás no pueden dejar a un lado su sórdido pasado y hacer la paz, no se trata de una costumbre, sino de la consecuencia natural de la cultura política, imbuida de odio, que ayudaron a crear. Ser un exagente soviético no impide a Abás hacer la paz. Pero sí ofrece una explicación parcial de por qué se niega a hacerla"

En la Autoridad Palestina han bramado por el reportaje emitido en el Canal 1 de Israel según el cual Mahmud Abás fue un topo soviético. La información provenía de los archivos conservados por Vasili Mitrojin, desertor del KGB y ampliamente considerado la fuente más autorizada sobre las operaciones de la inteligencia soviética. Aunque para alguien al que se trata como un líder mundial pueda resultar incómodo ser señalado como exespía, ¿tiene en realidad alguna importancia lo que hizo Abás en los años 80, mucho antes de ser el sucesor de Yaser Arafat?

Desde el punto de vista de la diplomacia, la respuesta es claramente «no». Israel, al fin y al cabo, llegó a acuerdos con Arafat, un terrorista cuyas manos estaban empapadas de sangre judía inocente. Si Abás estuviese finalmente dispuesto a dar a Israel un «sí» por respuesta en las negociaciones de paz, en lugar de instigar el odio y la violencia, nadie en Israel volvería a pensar en su pasado en el KGB.

En cuanto a su trabajo para el KGB, parece una historia muy en la línea del nacionalismo palestino de la época. Durante la Guerra Fría, la mayoría de las distintas facciones que conformaban la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) se identificaba con el bloque soviético y tenía una gran dependencia de Moscú. Abás fue uno de los numerosos operativos palestinos que estudiaron en Rusia, donde escribió una tesis doctoral que trataba de vincular al sionismo con los nazis y negaba la magnitud del Holocausto. Difícilmente puede sorprender que, en consecuencia, hiciera algún trabajo a tiempo parcial recogiendo información en su postgrado –dirigido demasiado casualmente por un agente de inteligencia llamado Mijaíl Bogdánov, ex miembro del KGB y que ahora ejerce de enviado de Vladímir Putin para Oriente Medio– como forma de saldar la deuda con sus anfitriones.

Los israelíes conocían su negación del Holocausto desde que Abás empezó a cobrar importancia tras los Acuerdos de Oslo como lugarteniente de Arafat y su sucesor a la postre. Tampoco era ningún secreto que Abás fue uno de los que planearon y financiaron la matanza de las Olimpiadas de Múnich de 1972. Si eso no impidió a los Gobiernos israelíes no sólo tratar de convencerle para hacer la paz, sino protegerle de Hamás, ¿por qué iba a pensar nadie que a los israelíes les importa que recogiera información para los soviéticos?

Tampoco el hecho de que se haya hecho pública esta información da al Gobierno israelí ninguna ventaja sobre Abás en las conversaciones sobre las negociaciones (que se niega a retomar). Si el líder de la AP quisiera confundir a los observadores y reuniera el coraje necesario para abrazar la paz y reconocer la legitimidad de un Estado judío al margen de dónde se tracen sus fronteras, entonces no habría nada en su pasado que pudiese impedirle obtener amplias concesiones del actual Gobierno israelí o de cualquier posible sucesor.

Es posible que a Abás y a su partido, Al Fatah, les preocupe que este recordatorio de su pasado dé impulso a sus rivales de Hamás. Hamás se presentaba a las elecciones municipales en la Margen Occidental, cuya celebración estaba prevista para el 8 de octubre y que un tribunal de la AP acaba de posponer. A Fatah tal vez le preocupe que los vínculos soviéticos de Abás perjudiquen su intento de competir con los gobernantes de Gaza por el título de campeón palestino del islam.

Puede que los apologetas de Abás aleguen que los palestinos no tenían más opción que aceptar la ayuda soviética, en un periodo en que no tenían muchos más amigos. Es cierto, pero la conexión con el liderazgo soviético antisemita siempre fue algo más que una alianza de conveniencia para hombres como Arafat y Abás. Moscú estaba interesado entonces en utilizar a los palestinos para socavar a EEUU y a su aliado israelí, y no le importaba si eso significaba subvencionar un movimiento dedicado a la violencia terrorista contra los judíos.

Pero el negacionismo de los palestinos era no sólo una estrategia, sino una expresión de su identidad. Su propósito nacional estaba y sigue estando indisociablemente vinculado a su guerra centenaria contra los sionistas. Si hombres como Abás no pueden dejar a un lado su sórdido pasado y hacer la paz, no se trata de una costumbre, sino de la consecuencia natural de la cultura política, imbuida de odio, que ayudaron a crear.

Ser un exagente soviético no impide a Abás hacer la paz. Pero sí ofrece una explicación parcial de por qué se niega a hacerla.

© Versión en inglés: Commentary
© Versión en español: Revista El Medio