A nadie le gusta ser la mofeta en el picnic, pero a veces no queda más remedio: tienes que soltar la rociada apestosa. Así es como me sentí después de leer una columna del Washington Post de David Ignatius, que es un miembro -por lo general inteligente y sofisticado- de la élite dedicada a la política exterior. Consideren este fragmento:
El presidente Obama se aproxima a uno de esos momentos en los es posible un gran giro en la política exterior (…) No hay duda de que ésta es una época de oportunidades.
¿Las pruebas que sustentan este optimismo? Obama ha “hablado directamente “ con Hasán Ruhaní “acerca de negociar rápidamente un acuerdo para limitar el programa nuclear iraní”. Bueno, sí, pero en esa breve conversación telefónica el nuevo presidente iraní no hizo ni una sola concesión. Puede que la haga, pero, hasta entonces, si es que llega ese momento ¿cómo es posible sacar la conclusión de que de que todo marcha sobre ruedas y, lo que es más, de que va a ir a mejor? Ignatius añade:
Obama y el secretario de Estado John Kerry deben transmitir que Estados Unidos está alcanzando un punto de inflexión: en el mundo que se avecina, Irán deberá moderar sus sueños revolucionarios de 1979, lo mismo que Arabia Saudí deberá dejar de hiperventilar a causa del creciente chií.
Imagine que es usted Ruhaní o su jefe, el Líder Supremo iraní Alí Jamenei. Seguro que se preguntaría esto:
Ese punto de inflexión del que va a informar Obama, ¿por qué cree el Sr. Ignatius que está llegando, y en qué será diferente Estados Unidos después de que se alcance? Y en el ‘mundo que se avecina’, ¿por qué los iraníes deberemos moderar nuestros sueños revolucionarios? ¿Por qué deberíamos apartarnos del camino que trazó el ayatolá Ruhola Jomeini, líder de nuestra Revolución Islámica y fundador de nuestra República Islámica?
En cuanto a los saudíes, no es probable que se les pueda convencer de que sus preocupaciones rozan la histeria. Ven numerosas pruebas de que Irán (gobernado por persas y por chiíes) está decidido a convertirse en la potencia hegemónica nuclear de Oriente Medio, en detrimento (y, posiblemente, con la destrucción aparejada) de sus vecinos; la mayor parte de ellos son gobernados por árabes y suníes y, por supuesto, uno de ellos es judío.
La columna de Ignatius concluye así:
A la vuelta de la esquina tenemos un nuevo marco regional que se ajusta a las necesidades de seguridad de iraníes, saudíes, israelíes, rusos y norteamericanos.
Es una gran oportunidad estratégica, pero requerirá de una hábil y constante guía diplomática.
Prever lo que va a suceder “a la vuelta de la esquina” requiere de unas habilidades que, en el pasado, pocos periodistas (o estudiosos de la política, o analistas de inteligencia) han demostrado poseer. Y, si bien sería “algo verdaderamente grande” que Irán y Rusia estuvieran dispuestas a llegar a un acuerdo para satisfacer sus “necesidades de seguridad”, ¿no se nota que aspiran a mucho más?
Un principio fundamental en política exterior es que si deseas alcanzar un fin, debes estar dispuesto a poner los medios para ello. Lograr “un gran giro en la política exterior” requiere de algo más que de meros deseos: necesita una estrategia. En este caso, podría comenzarse por asumir que, a lo largo de la historia conocida, ha habido naciones dedicadas a tener poder sobre otras. Irán, evidentemente, es una de ellas. ¿Hay forma de convencer a sus gobernantes de que refrenen sus ambiciones?
Quienes estudian a Irán divergen en muchas cuestiones, pero hay un amplio consenso respecto a lo siguiente: el régimen, coherente con las enseñanzas y prácticas de Jomeini, no tiene ninguna prioridad por encima de su propia supervivencia, porque sin líderes revolucionarios no puede cumplirse ninguno de los sueños revolucionarios.
Ruhaní ha estado proyectando un aura de confianza. Pero su objetivo declarado, alcanzar un acuerdo rápidamente (adverbio que no se había enfatizado en el pasado) sugiere que puede que considere que la situación económica de Irán es urgente.
Y en ello reside la lógica que hay tras la lucha por las sanciones encabezada por miembros del Congreso como los representantes Ed Royce y Eliot Engel, o los senadores Mark Kirk y Robert Menéndez: llevemos a Irán al borde del colapso económico, y al menos será posible que el Líder Supremo decida que la retirada estratégica es la opción menos mala.
Un nuevo estudio publicado por la Fundación para la Defensa de las Democracias ( el think tank que dirijo) y por Roubini Global Economics (renombrados expertos en cifras) llega a la siguiente conclusión
Las reservas de divisas de Irán, fundamentales para la capacidad de su Gobierno para resistir la presión de las sanciones, están agotándose y, en buena parte, están siendo bloqueadas.
El informe sigue explicando en detalle medidas concretas que podrían adoptarse para aumentar la presión: dar a los diplomáticos norteamericanos más margen para que puedan decirle a Ruhaní:
Les estamos ofreciendo una forma de salir de las arenas movedizas en las que se está hundiendo. Más aún: les ayudaremos a revitalizar su economía. Pero esto es lo mínimo que deberán cumplir a cambio: dejen de violar las resoluciones del Consejo de Seguridad y empiecen a cumplir con las obligaciones que asumieron al firmar el Tratado de No Proliferación Nuclear. Cierren las centrifugadoras, eliminen sus arsenales nucleares, desmantelen todas sus instalaciones ilegales de armamento nuclear. Y colaboren con nuestros intentos de verificar que han cumplido estas condiciones.
La República Islámica de Irán es el mayor patrocinador mundial del terrorismo; un asesino de masas de norteamericanos en Afganistán, Irak y el Líbano; un notorio violador a nivel doméstico de los derechos humanos; es quien hace posible la actual carnicería en Siria, e instiga al genocidio contra Israel. Una sola llamada de Ruhaní a Obama no cambia nada de eso.
Permitir que el régimen de Teherán alcance capacidad nuclear nos llevaría, de hecho, a un punto de inflexión: desde ese momento, la probabilidad de que se produjeran conflictos nucleares aumentaría dramáticamente. No hay amenaza de seguridad más grave que ésa. El uso de la fuerza militar debería ser el último recurso pero, como nos muestra la historia, cuanto más creíble es la amenaza de la fuerza, menos probable es que haya que emplearla.
No me supone ningún placer aguarles a David Ignatius y a otros lo que ellos consideran que es una fiesta. Pero cuando esa fiesta incluye misiles que llevan escrito “¡Muerte a América!”, resulta difícil entender a santo de qué vienen las celebraciones.
Foundation for Defense of Democracies