Contextos

Estados Unidos y la guerra en Siria

Por Lee Smith 

Barack Obama.
"El pasado día 17 el presidente sirio, Bashar al Asad, conmemoró el Día de la Independencia con una entrevista televisada en la que describió la guerra civil que vive su país como un complot colonial""Parece ser que el rey Abdalá, tras sopesar los pros y los contras, finalmente ha tomado partido por el derrocamiento de Asad""La Administración Obama quiere mantener las manos apartadas del conflicto, pero Asad ya ha advertido de que tanto él como sus aliados pueden estar interesados en expandir la guerra más allá de las fronteras sirias"

El pasado día 17 el presidente sirio, Bashar al Asad, conmemoró el Día de la Independencia con una entrevista televisada en la que describió la guerra civil que vive su país como un complot colonial. Los poderes occidentales, dijo, “nunca aceptaron la idea de que otras naciones consiguieran su independencia. Desean que esas naciones se les sometan”.

Seguro que Asad es consciente de que, 67 años después de que Siria alcanzara la independencia de Francia, las potencias occidentales, sobre todo Estados Unidos, se muestran cautas ante una implicación directa en un conflicto de Oriente Medio que podría prolongarse durante muchos años. Puede que haya quien todavía mantenga la esperanza de una solución política o diplomática, pero en la referida entrevista el presidente sirio hizo desvanecerse cualquier sueño de una estrategia de salida sin derramamiento de sangre:

Lo cierto es que hay una guerra, y lo repito: no a la rendición, no al sometimiento.

Uno de los propósitos del discurso de Asad fue el de inspirar a sus leales planteando el conflicto en unos términos que resultaran más favorables a quienes están combatiendo y muriendo por él. Afirmó que no se trata de una lucha sectaria y que, de hecho, el sectarismo es ahora “menos pronunciado” que al principio del conflicto; a su juicio, se trata, más bien, de la continuación de una larga guerra de liberación contra los ocupantes coloniales y sus títeres locales. Así las cosas, el otro propósito del discurso de Asad era amenazar a quienes se alinean contra él: si me traéis guerra, guerra os daré.

Reservó una amenaza específica a Ammán:

Desearíamos que nuestros vecinos jordanos se dieran cuenta de que (…) el fuego no se detendrá en nuestras fronteras; todo el mundo sabe que Jordania está tan expuesta como lo está Siria.

Refiriéndose probablemente a los diversos ataques terroristas que el régimen sirio orquestó contra Irak en el verano de 2009, Asad advirtió a los jordanos: “Espero que aprendan las mismas lecciones que aprendieron las autoridades iraquíes”.

Jordania se ha ganado las iras del líder baazista por servir, supuestamente, como base de entrenamiento para los rebeldes. Parece ser que el rey Abdalá, tras sopesar los pros y los contras, finalmente ha tomado partido por el derrocamiento de Asad. Si bien el reino hachemita está preocupado por que una victoria sobre el dirigente sirio encabezada por los islamistas pueda inspirar a los propios islamistas jordanos, aún mayor es la preocupación por que Asad cumpla sus amenazas y ponga a Jordania en su punto de mira. Por tanto, cuanto antes se vaya, mejor. El Pentágono está enviando al reino 200 soldados para calmar la ansiedad de Amán y ha prometido que otros 20.000 podrían estar disponibles para proteger las fronteras jordanas e impedir la propagación del conflicto, o bien para controlar el arsenal químico sirio.

Sin embargo, el general Martin Dempsey, jefe del Estado Mayor Conjunto, afirmó el pasado día 17 que no está seguro de que Estados Unidos pueda controlar el arsenal de armas no convencionales de Asad: “Lo han estado trasladando [el arsenal] y el número de lugares [donde puede estar] es muy grande”, declaró. Previamente, la Casa Blanca había advertido a Damasco de que no trasladara dicho armamento, pero parece que la Administración  ha hecho la vista gorda.

Dos años después de que comenzara el levantamiento sirio, la política de la Casa Blanca al respecto sigue siendo caótica. En su declaración del mismo día 17 ante al Congreso, el secretario de Estado, John Kerry, destacó la necesidad de aumentar la presión sobre Asad, mientras que el secretario de Defensa, Chuck Hagel, y el general Dempsey aconsejaban cautela. “En realidad, hay ahora más confusión en el lado de la oposición que hace seis meses”, dijo Dempsey, que en febrero reconoció que había respaldado al entonces director de la CIA, David Petraeus, en su plan de armar a la oposición. El general explicó que había reconsiderado su postura. En estos momentos no está seguro de que Estados Unidos pudiera “identificar claramente a la gente adecuada” para ser armada; es decir, que pese a los miles de millones de dólares que la Inteligencia gasta cada año, seguimos ciegos por lo que se refiere a Siria.

Para mantener a la Casa Blanca a raya, Asad describió a sus enemigos como los terroristas por quienes Washington debería estar más preocupado:

Occidente ha pagado un alto precio por financiar a Al Qaeda en sus primeras etapas. Hoy está haciendo lo mismo en Siria, Libia y en otros lugares.

Por supuesto, Estados Unidos no está respaldando a Al Qaeda. En diciembre incluyó al Frente al Nusra, que la semana pasada juró lealtad a aquélla, en su lista de organizaciones terroristas. Asad trata de reforzar la convicción, manifestada por Dempsey y por otros, de que la Casa Blanca apoyaría de forma inconsciente a un ejército rebelde formado por enemigos de los estadounidenses. Pero al afirmar que Occidente “pagaría un alto precio en el corazón de Europa y de los Estados Unidos”, estaba también lanzando una amenaza.

A fin de cuentas, hasta que los grupos yihadistas suníes se levantaron contra Asad, el régimen los empleaba para diversos fines, como por ejemplo asesinar soldados estadounidenses en Irak. No se sabe a ciencia cierta qué grupos islamistas pueden estar aún siendo manipulados en parte por Damasco, o hasta qué punto Damasco es aún capaz de emplear la pantalla que le proporcionan los grupos yihadistas. En cualquier caso, el mensaje del sirio está claro: traed la guerra a mis fronteras, que yo la llevaré a vuestras costas.

Como explica Tony Badran, de la Fundación para la Defensa de las Democracias, en un artículo para NOW Lebanon, el conflicto en el que Asad, Irán y Hezbolá se enfrentan juntos a lo que muchos han definido como un ejército de Al Qaeda recuerda en gran medida a la guerra irano-iraquí. “Más que apoyar a una de las partes para que gane”, escribe Badran, “Estados Unidos preferiría, parafraseando al antiguo secretario de Estado Henry Kissinger, que los dos bandos perdieran”. Dice más:

Este argumento se basa en una serie de puntos, que pueden resumirse de esta forma: una guerra de desgaste prolongada desangraría a ambas partes y limitaría su capacidad de ejercer poder en cualquier otro lugar, o de dañar los intereses norteamericanos. Si ninguno de los bandos lograra la victoria, ambos saldrían gravemente debilitados de un conflicto que acabaría en tablas, como pasó con Irán e Irak.

El problema de esta analogía, añade Badran, es que tanto Irán como Irak emergieron de su enfrentamiento siendo más peligrosos que nunca para los intereses estadounidenses. Sadam, en la bancarrota tras una década de guerra, invadió Kuwait y obligó a Estados Unidos a enviar a sus propias tropas para detenerle. En cuanto al régimen de los ayatolás, “precisamente ese período de los años 80 es el que más asociamos con el terrorismo iraní contra EEUU y sus aliados”.

También fue la época en la que los políticos estadounidenses mostraron a Irán y a sus socios que no harían nada en respuesta a las operaciones dirigidas contra compatriotas, particularmente militares y diplomáticos destinados en el Líbano y Kuwait. La Administración Obama quiere mantener las manos apartadas del conflicto, pero Asad ya ha advertido de que tanto él como sus aliados pueden estar interesados en expandir la guerra más allá de las fronteras sirias.

The Weekly Standard