Cuando queda menos de una semana parque se acabe el periodo para elegir al presidente libanés, parece que estamos bloqueados. En unas elecciones que todo el mundo ha considerado un asunto puramente nacional, parece que los libaneses no están sabiendo aprovechar su nueva vía libre.
Al menos, ésa es la historia. Pero, en el Líbano, las soluciones se encuentran a menudo en el último momento, cuando la situación se vuelve tan insostenible que todo el mundo está dispuesto a una alternativa. ¿En qué punto estamos hoy, y qué han revelado las elecciones hasta ahora?
Nos han demostrado, en primer lugar, que tanto el Movimiento por el Futuro como Hezbolá son prisioneros de sus alianzas. El Movimiento no quería apoyar a Samir Geagea como su candidato principal a la presidencia, ni Hezbolá quería hacerlo con Michel Aoun (aunque el general no es un candidato oficial). Sin embargo, ambos eran aún más reacios a perder un vital aliado maronita por no respaldar públicamente a Geagea o a Aoun, respectivamente.
Un segundo mensaje es que la Alianza 14 de Marzo no trató de anticiparse al gambito de Geagea eligiendo antes a una figura más conciliadora que podría haber ganado votos del bloque de Walid Jumblatt y de los independientes. Eso ha demostrado que el Movimiento por el Futuro ha sido menos capaz de conformar la estrategia de 14 de Marzo de lo que Hezbolá ha sido con la Alianza 8 de Marzo.
Hay que decir en honor a Aoun que supo leer la dinámica bastante bien. No acorraló a Hezbolá ni lo obligó a adoptar un apostura oficial respecto a su candidatura. A cambio, el partido accedió a seguir la pauta del general en las sesiones electorales. Si se avanza hacia un candidato de compromiso, Aoun no se verá abochornado por haber anunciado su candidatura, lo que significa que Hezbolá conservará flexibilidad para aprobar a otro candidato.
Un tercer mensaje es que, aunque no hay potencias extranjeras directamente involucradas en las elecciones, los cálculos de algunos Gobiernos de la región están implícitos en el proceso electoral. Cuando Hezbolá decida a quién quiere, se asegurará de que sea alguien aceptable para Irán y, en buena medida, para Siria. De manera análoga, Saad Hariri deberá garantizar que Arabia Saudí no tenga objeciones a cualquier candidato que elija.
Los Gobiernos occidentales también tienen voz en los acontecimientos, aunque menos que las potencias regionales. La principal preocupación para Occidente es evitar un vacío -y un dolor de cabeza- en Beirut, sobre todo porque varios países europeos tienen contingentes en la fuerza de Naciones Unidas en el sur del Líbano. Les resulta difícil justificar a nivel doméstico que las tropas estén manteniendo la estabilidad cuando los libaneses están permitiendo que surja una situación potencialmente inestable en la cúpula del Estado.
En los últimos días ha habido noticias de que el patriarca maronita, Beshara al Rai, habría tratado el tema de prorrogar el mandato del presidente Michel Sleiman con el presidente del Parlamento, Nabih Berri, para evitar un vacío. Qué extraño resulta eso en un hombre que, anteriormente, ha hablado de las elecciones como de una necesidad nacional. ¿Acaso Rai cree ahora que ya no es así, y que, por tanto es hora de pasar a mantener a Sleiman en el poder?
Si es así, el patriarca está precipitándose, no por primera vez, y lo está haciendo en un contexto político nada favorable a una prórroga para Sleiman. Hezbolá quiere al presidente fuera, y no es ningún sorpresa que Berri, al parecer, no se haya comprometido a nada con Rai. Parece, sin embargo, que el presidente del parlamento podría haber intentado impulsar una reforma constitucional que permitiría que el candidato preferido de Hezbolá, el comandante del Ejército Jean Kahwaji, se presentara a las elecciones. Rai rechazó, con razón, esa propuesta.
Resulta más realista un escenario en el que se tiene en consideración el imperativo que hizo posible el Gobierno de Tamam Salam. Tanto Hezbolá como el Movimiento por el Futuro y, probablemente, sus patrocinadores regionales, vieron los beneficios de llenar el vacío del Líbano, cada vez más peligroso, con un Gobierno de unidad nacional. Nadie en el país quiere precipitarse en la violencia sectaria, especialmente cuando las relaciones sectarias en Siria e Irak resultan tan preocupantes.
Nada ha cambiado a este respecto desde que se formara el Gobierno de Salam. Los principales representantes chiíes y suníes siguen deseosos de evitar el conflicto. Ello hace más probable la posibilidad de que, conforme se acaba el periodo electoral presidencial, surja un candidato que pueda obtener una mayoría parlamentaria y satisfacer a la mayor parte de los Gobiernos de la región.
Por ahora, las miradas están puestas en el antiguo parlamentario y ministro Jean Obeid. Hace poco visitó Arabia Saudí, y se supone que está bien considerado por Saad Hariri, Hezbolá y Walid Jumblatt, por no mencionar al régimen sirio. Es la clase de candidato contra el que previno Samir Geagea cuando insistió en que un candidato de compromiso trataría de satisfacer a todas las partes y, por tanto, no sería un “presidente fuerte”. Pero Obeid sigue siendo un favorito precisamente por ese motivo.
Para que Obeid lo logre hace falta más tiempo para que se descomponga el actual punto muerto. Por eso hablar de un vacío abierto puede ser prematuro. Ahora es el momento de que Hariri y Hezbolá convenzan a sus aliados maronitas de que deben renunciar a la presidencia y alcanzar un compromiso, como exigen las relaciones entre chiíes y suníes. Los puntos muertos a menudo generan soluciones. Pronto veremos si el Líbano logra esta vez volver a sacarse un conejo del sombrero.