El New York Times del pasado día 5 incluía un artículo sobre la “línea roja” del presidente respecto al empleo de armas químicas en Siria, y sobre cómo esa línea aparece y desaparece.
Hay muchos asuntos en esa historia, pero la mayoría se recoge en este par de párrafos:
Los asesores del Sr. Obama también plantearon cuestiones legales. “¿Cómo podemos atacar a otro país, a menos que sea en defensa propia, y sin resolución del Consejo de Seguridad?”, preguntó otro de ellos (…) “Si arroja sarín contra su propia gente, ¿qué tiene eso que ver con nosotros?”.
(…) llegaron a la conclusión de que trazar una línea firme podría disuadir a Asad. Aparte de enviar mensajes secretos a través de Rusia, Irán y otros Gobiernos, decidieron que el presidente abordaría públicamente el tema.
Examinemos en primer lugar la cuestión humanitaria: “Si arroja sarín contra su propia gente, ¿qué tiene eso que ver con nosotros?”, comentó uno de los asesores acerca de la posibilidad de semejante atrocidad. Qué pronto olvidan. Según el Times, esa frase fue pronunciada el pasado agosto, menos de cuatro meses después de que Obama creara su Comité para la Prevención de Atrocidades. En un discurso del 23 de abril de 2012 en el Museo del Holocausto, el presidente dijo:
(…) [El] “Nunca más” supone un reto para las naciones. Es una amarga verdad: demasiado a menudo, el mundo no ha logrado evitar matanzas de inocentes. Y nos atormentan las atrocidades que no impedimos y las vidas que no salvamos.
Lo dicho: cuatro meses entre esto y “Si arroja sarín contra su propia gente, ¿qué tiene eso que ver con nosotros?”.
En segundo lugar, tenemos la palabrería. Resulta digno de mención que, en el artículo del Times, los miembros de la Administración hablen de palabras, líneas, mensajes…, nunca, al parecer, de tomar decisiones más duras vinculadas a acciones. Eso, por supuesto, supone un grave error, como ahora reconoce casi todo el mundo; pero que se cometa en el quinto año de una Administración es lo más misterioso.
¿Cómo debería gestionarse un problema como éste? Recurramos a la historia reciente. En 1984 había numerosos indicios de que la Unión Soviética planeaba introducir avanzados aviones de combate en Nicaragua. El propio Departamento de Estado había informado al respecto. He aquí parte de un artículo del Christian Science Monitor publicado antes de que se celebrara una reunión sobre el asunto entre George Shultz y Andréi Gromyko:
“Desde hace más de tres años se están haciendo preparativos para utilizar cazas soviéticos en Nicaragua”, afirma el informe del Departamento de Estado; y se están enviando pilotos a Europa Oriental para que reciban entrenamiento. (…) el nuevo aeródromo militar de Punta Huete tendrá, cuando esté terminado, la pista más larga de América central: 3.200 metros (algo menos de 10.500 pies), y poseerá capacidad para acoger cualquier aeronave soviética.
Miguel Bolaños, un desertor del aparato de seguridad nicaragüense, declaró el año pasado en diversas entrevistas que los MIG destinados a Nicaragua estaban estacionados en Cuba, y que los pilotos estaban siendo entrenados en Bulgaria.
Recuerdo una reunión del Consejo de Seguridad Nacional (CSN), celebrada por esas fechas, en la que se abordó esta cuestión; el punto de vista unánime era que no podíamos permitir que Rusia desplegara aviones de combate avanzados en Nicaragua y modificara el equilibrio de poder existente en la zona desde la Crisis de los Misiles. Todo el mundo estuvo de acuerdo. Por aquel entonces yo era secretario de Estado adjunto para Latinoamérica, y recuerdo haberle leído formalmente a mi interlocutor soviético, en 1985 o 1986, un argumentario en el que decía que no consentiríamos que tropas de combate cubanas, o aviones de combate soviéticos, fueran enviados a Nicaragua.
Pero antes de ese argumentario estuvo la reunión del CSN. En ella, después de que todo el mundo hubiera dicho que sí, que enviáramos el mensaje, James Baker tomó la palabra. Según yo lo recuerdo, dijo algo así: a ver, no estamos acordando enviar un mensaje; estamos acordando que, si actúan, actuaremos. No vamos a volver aquí dentro de uno, tres o seis meses para decir: “Vaya, ¿y qué hacemos ahora?”. Si acordáis adoptar esta línea y enviar este mensaje a los soviéticos, acordáis ahora, hoy, que si envían esos reactores, nosotros los sacaremos de allí. Eso es lo que estamos decidiendo. Hoy.
Nunca trabajé para Jim Baker, ni fui fan suyo, pero merece reconocimiento por la clase de actitud, sobria y realista, que demostró entonces, y que, al parecer, brilla por su ausencia en la consideración del problema sirio por parte de la Administración Obama. Parece que no hubiera nadie en sus reuniones con la suficiente sabiduría o experiencia como para decir: “Un momento: ¿qué haremos cuando descubran nuestro farol y nos pongan en evidencia?”. Mi jefe durante la época de Reagan, el secretario de Estado Shultz, era un exmarine y un tipo serio, como Baker. En esas reuniones sobre Siria celebradas en la Casa Blanca este año y el anterior, ¿había algún tipo serio? Parece que no, y que este problema sigue sin resolverse.