Contextos

El pequeño ayatolá y el fiscal

Por Juan F. Carmona y Choussat 

Alberto Nisman, fiscal del caso AMIA.
"Hasán Ruhaní, un 'hoyatolelsam' –clérigo un tanto por debajo del grado máximo de ayatolá–, acaba de ser elegido presidente de Irán, por lo que ha suscitado una gran atención. Más inadvertido ha pasado el dictamen del fiscal argentino Alberto Nisman sobre la condición del régimen terrorista que dirigirá""Lo cierto es que el poder máximo en este Irán que pasará a presidier Ruhaní sigue correspondiendo al Líder Supremo, Alí Jamenei, que aprovechó el día de la votación para mandar al infierno a los Estados Unidos por dudar del carácter democrático de las elecciones"

Hasán Ruhaní, un hoyatolelsam –clérigo un tanto por debajo del grado máximo de ayatolá–, acaba de ser elegido presidente de Irán, por lo que ha suscitado una gran atención. Más inadvertido ha pasado el dictamen del fiscal argentino Alberto Nisman sobre la condición del régimen terrorista que dirigirá. Acaso sea debido a la unánime calificación de Ruhaní por la prensa occidental como “moderado”. Esto se argumenta con algunos hechos y muchos deseos: entre los primeros, los apoyos recibidos por los anteriores jefes ejecutivos de Irán Jatamí y Rafsanyaní; entre los segundos, la buena voluntad con que Occidente contempla la posibilidad de un armisticio en la guerra siria o incluso la solución negociada al programa atómico iraní.

Pero la realidad es algo más compleja. Rafsanyaní, el aval de contención que se exhibe, había declarado en 2001 lo siguiente:

Si llega el día en que el mundo del islam esté apropiadamente equipado con las armas que Israel tiene en su poder, la estrategia colonialista se estancará, porque el uso de la bomba atómica no dejaría nada en Israel, mientras que tan solo produciría daños en el mundo islámico.

Esta novedosa interpretación de la tradicional teoría de la Destrucción Mutua Asegurada (MAD, según las siglas de la expresión en inglés) supone un hallazgo propio del régimen de la República Islámica de Irán. Convierte en efecto en papel mojado cualquier esperanza de equilibrio entre amenazas equivalentes. La MAD, lejos de constituir un inconveniente, fue calificada en su día por el académico Bernard Lewis como un “incentivo”, en especial si se añade a la escasa preocupación de Rafsanyaní por la aniquilación parcial la recompensa religiosa por el martirio sufrido en el bien mayor de la expulsión de los infieles de Dar al Islam.

Es a la luz de estos objetivos finales –escatológicos– de la Revolución Islámica a la que hay que interpretar también la labor de Ruhaní como encargado de la negociación nuclear en 2003. Entonces, ante la invasión de Irak, decidió que la pervivencia del régimen para el logro de sus aspiraciones bien valía, no una misa como la de Enrique IV por París, sino una pausa estratégica. La disidente Maryam Rajavi juzgaba así el asunto, precisamente desde la capital codiciada por el Rey francés que hoy la acoge en su exilio:

El nuevo presidente ha sido durante dieciséis años el secretario del Consejo Nacional de Seguridad, donde representa a Jamenei; fue uno de los fundadores de la Sociedad de Clérigos Combativos, próxima al líder máximo; participó en la represión de las revueltas estudiantiles en los años noventa, y en 2001 ordenó lanzar mil misiles contra un campamento de la resistencia. Además, Jamenei le encargó que dirigiera las negociaciones nucleares con la troika europea. Es un hombre de su absoluta confianza.

Pero lo que sin duda convierte a Ruhaní en la peor de las opciones posibles excluyendo a todas las demás es que esté ausente de las listas internacionales de busca y captura. Es decir, no se trata de uno de los dos candidatos admitidos por Jamenei para participar en la contienda acusados y designados para ser interrogados por el atentado contra la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) en 1994, que mató a 85 personas. En efecto, dos de los aspirantes preseleccionados por el líder supremo, Alí Akbar Valeyati y Moshen Rezai, aparecen en el informe del fiscal Nisman, emitido el 29 de mayo, como partícipes en el ataque.

En ese documento, de unas 500 páginas, Nisman identifica como responsables a otros altos cargos iraníes, concretamente al ministro de Defensa, Ahmad Vahidi; al exministro de Información, Alí Falahijan; al exagregado de la embajada de Irán en Buenos Aires, Moshen Rabani, y al exfuncionario diplomático Ahmad Reza Ashgari. El arquitecto fundamental de la operación habría sido Rabani.

El fiscal relata cómo el régimen iraní organizó una extendida trama terrorista en Hispanoamérica con la finalidad de promover la revolución islámica. El origen de este uso de las apariencias legales de la República Islámica para la promoción de actividades ilegales se encuentra, indica, en un seminario celebrado en 1982 en Teherán, al que acudieron 380 clérigos de 70 países y que concluyó con la necesidad de exportar la revolución cuando resultara conveniente «de manera violenta y por medio de atentados». Según Nisman, desde entonces se llamó a cada embajada del mundo para que se convirtieran en centrales de inteligencia.

Nisman se refiere también a la relevancia para el régimen de otro de sus agentes, Abdul Kadir, discípulo de Rabani y dedicado a expandir el islamismo –no deja de ser curioso– en Guyana, adonde había llegado a través de Venezuela, y que acabó siendo condenado a cadena perpetua en Estados Unidos por intentar colocar una bomba en el aeropuerto JFK de Nueva York.

Por todo ello, destaca el contraste en la atención dedicada por los medios a resaltar la prudencia reformista de Ruhaní con la escueta información sobre la investigación del fiscal Nisman.

Hacía tiempo que las pesquisas de Nisman debían de estar inquietando a Irán. De no ser así, no se entiende el acuerdo al que llegó con la Argentina de Cristina Kirchner. En efecto, Nisman había logrado que Interpol colocara en su lista roja a los cinco encausados principales: Vahidi, Fallahijan, Rezai, Rabani y Ashgari. El Parlamento argentino ratificó en febrero un memorando de entendimiento que permite la participación de Irán en el interrogatorio de estos sospechosos. La República Islámica lo hizo este 20 de mayo.

Estos acontecimientos sin duda influyeron en el hecho de que Nisman acabara haciendo públicas las últimas revelaciones referidas al plan iraní para expandir por medios violentos la revolución islámica en tierras hispánicas. Plan que comprende la presencia de Irán, a través de Hezbolá, tanto en la Triple Frontera como en el Caribe. Se trataba de una implantación permanente, más allá de lo que los superficiales contactos entre Chávez y Ahmadineyad en los últimos años podían hacer suponer. Se trataba también de algo distinto a la mera propaganda, de la que fue parte la implantación de Hispan TV en toda Hispanoamérica a través del satélite español Hispasat, hasta que éste dejó de albergar el referido canal, como había hecho antes Eutelsat con el formato equivalente en inglés, Press TV.

Lo cierto es que el poder máximo en este Irán que pasará a presidier Ruhaní sigue correspondiendo al Líder Supremo, Alí Jamenei, que aprovechó el día de la votación para mandar al infierno a los Estados Unidos por dudar del carácter democrático de las elecciones, con candidatos preseleccionados. Recordemos que las protestas por los resultados de las anteriores (2009) se saldaron con una sangrienta represión para mantener a Ahmadineyad en el cargo. Podría pensarse que es difícil que este régimen, del que se dice últimamente que ha evolucionado de la teocracia al militarismo de los Pasdarán (Guardianes de las Revolución), cambie, por mucho que los aires del doctorado en Glasgow del nuevo presidente enfríen los ardores revolucionarios. Pero desde luego no sería completamente insensato creer que lo único que está variando es, precisamente, la estrategia de presentación, hasta ahora burda, vulgar y primitiva.

El descrédito de Ahmadineyead y el daño que las sanciones han hecho a la economía iraní (1 euro = 47.000 riales) por el rechazo del régimen a cumplir las exigencias internacionales en materia de no proliferación hacían imposible la victoria de una tendencia similarmente poco sofisticada. La llaneza brutal de Ahmadineyad podía haber sido sustituida o matizada por el hábil y listo negociador Yalili, pero su escaso carisma y la capacidad infinita de los clérigos de Qom para lograr desentrañar junto con las sutilezas teológicas de su religión los problemas políticos de nuestro tiempo parecen haber aconsejado una opción aún más inteligente. Dar a Occidente la impresión de que su acción está funcionando permitiría a Irán consolidar su régimen sin dejar de ser la primera amenaza a la paz de nuestros días. La hidra islamo-fascista a la que Occidente quiera o no debe hacer frente tiene dos vertientes: una la constituyen las organizaciones terroristas como Al Qaeda y la otra los regímenes totalitarios como el que antaño padecía Irak y los que siguen rigiendo en Siria e Irán, dedicados a la erosión de los intereses occidentales incluso por medio del terrorismo y la coacción. Sería extraordinario que Ruhaní supusiera el fin de todo esto, y natural que sirviera, como un lobo con piel de cordero, para consagrar el régimen. Solo haciendo el mismo caso a los reportes sobre la elección del hoyatolelsam, o pequeño ayatolá, y a los informes sobre el dictamen de Nisman se obtiene el justo término que permite juzgar este régimen y su naturaleza como un peligro para la paz y la vida civilizada.