No es de esperar que el statu quo en el Líbano vaya a cambiar en un futuro inmediato. Dado el actual punto muerto, cada vez más peligroso, existente entre la coalición 14 de Marzo, respaldada por Occidente, y la coalición 8 de Marzo, encabezada por Hezbolá, no hay ninguna solución prometedora en el horizonte. Las potencias extranjeras que solían influir y guiar la política libanesa están preocupadas por otros acontecimientos de la región, mientras que los políticos del país están ocupados en rencillas políticas o en airear públicamente los respectivos trapos sucios para asestar golpes bajos políticos. La historia del Líbano ha demostrado que, en tales circunstancias, sólo se puede llegar a una solución cuando la situación se pone al rojo vivo. Y con los acontecimientos en Siria extendiéndose a través de la frontera libanesa, es probable que la historia se repita.
El Líbano lleva sin Gobierno desde el 22 de marzo de 2013, cuando dimitió Nayib Miqati, primer ministro provisional. El Parlamento y el Gobierno libaneses están paralizados desde entonces, dado el fracaso de Tamam Salam, nombrado primer ministro, en formar un Gabinete. Ese fracaso es especialmente inquietante dado que el mandato de seis años del presidente Michel Suleiman concluye el 25 de mayo de 2014, y que es poco probable que se presente de nuevo al cargo. Si entretanto no se reanudan las sesiones parlamentarias, el país se quedará descabezado, lo que abriría la puerta a una serie de posibilidades desestabilizadoras. Y, como señaló Abdalá bou Habib, antiguo embajador libanés en Estados Unidos, “las elecciones presidenciales se están convirtiendo en una decisión libanesa, más que en una cuestión regional e internacional. Las potencias regionales e internacionales están demasiado ocupadas con asuntos más importantes que las presidenciales libanesas”, y añadió que “las grandes potencias y Arabia Saudí” son “indiferentes” a la situación en el Líbano.
Sin embargo, un vacío de poder, sumado a una creciente población de refugiados sirios, podría volver a centrar la atención de las potencias mundiales en el Líbano. Históricamente, el país ha necesitado de grandes tragedias para corregir su endeble medio político. El asesinato en 2005 del exprimer ministro Rafiq Hariri y los acontecimientos del 7 de mayo de 2008 fueron puntos de inflexión en la historia libanesa reciente. El asesinato de Hariri allanó el camino para la retirada de las fuerzas sirias de territorio libanés, mientras que lo sucedido el 7 de mayo de 2008, cuando Hezbolá uso sus armas por primera vez dentro del Líbano para frustrar una acción del Gobierno para cerrar su red privada de telecomunicaciones y para cambiar el jefe de seguridad de Beirut en el Aeropuerto Internacional Rafic Hariri, condujo al Acuerdo de Doha. Antes de ese conflicto, el Líbano estuvo sin presidente desde finales de 2007 y la coalición gobernante estaba enfrentada con la oposición, liderada entonces por la alianza del 8 de Marzo, pro siria y encabezada por Hezbolá. Por consiguiente, puede decirse que, cuando surge una crisis, las noticias libanesas vuelven a los titulares y urgen la mediación internacional.
Dado este bloqueo político, Trípoli, la ciudad del norte del Líbano y su segunda capital, está reviviendo los negros días de violencia y polarización que sufrió durante la guerra civil libanesa (1975-1990). Sin embargo, esta vez las fuerzas sirias no están presentes para controlar la situación, en la que las tensiones entre suníes y alauitas se han visto agravadas por el feroz conflicto sectario en la vecina Siria. Pese a que, actualmente, el Ejército libanés tiene el control y ha restaurado una relativa calma, el destino de la ciudad está en manos de grupos rivales, divididos entre el vecindario alauita de Jabal Mohsen y el barrio suní de Bab al Tabaneh. La línea divisoria entre ambas zonas se conoce, muy adecuadamente, como calle Siria.
Cualquier tensión adicional en Trípoli podría actuar como punto de inflexión en el Líbano. Según informan los medios de comunicación, desde que se iniciara el levantamiento popular en Siria, hace más de dos años, cerca de 18 rondas de combates han sacudido la ciudad libanesa y, el 23 de agosto de este año, la explosión de coches bomba en las cercanías de dos mezquitas causó decenas de muertos y más de 100 heridos. El microcosmos tripolitano del conflicto sirio podría salirse de control en un momento en el que las fuerzas del régimen de Damasco están decididas a recuperar todos los bastiones controlados por los rebeldes en la cercana región de Qalamun. Así, Trípoli se ha convertido en una ciudad en la que están saldando cuentas todos los bandos del conflicto. Mientras, la localidad libanesa de Arsal, próxima también a las montañas Qalamun, ha servido de refugio para miles de refugiados sirios, incluidos los que huyen de la citada región. El régimen sirio ha acusado a las autoridades locales de albergar a terroristas, un término que Damasco emplea para describir cualquier oposición militarizada, y ha bombardeado y realizado ataques aéreos contra Arsal y otras localidades fronterizas libanesas.
No hay signos que indiquen que el statu quo libanés vaya a cambiar en el futuro inmediato. Los partidos políticos del país, en vez de intentar gobernar o reducir las tensiones sociales, cubren sus apuestas según el resultado de la crisis siria y de otros acontecimientos regionales. En cuanto a Hezbolá, el grupo chií no se retirará de zonas estratégicas de Siria, en las que pretende combatir y obtener recompensas. Así pues, ¿cuál es la solución? Por desgracia, las soluciones a crisis libanesas del pasado no se han alcanzado fácilmente y han sido muy costosas. Mientras prosiga la guerra siria, y mientras los partidos libaneses siguen atrapados en una guerra de palabras, el Líbano seguirá vacilando al borde del abismo.